Francisco comenzó su predicación sobre los cardenales un día antes del Consistorio, cuando invitó a los que ya estaban presentes en Roma a concelebrar con él una misa por su veinticinco aniversario de ordenación episcopal. “No sois la gerontocracia de la Iglesia, como dicen algunos que no entienden nada”, les ha confiado el Papa. Para explicar la figura del cardenal en la Iglesia, Francisco eligió una referencia muy querida para él: la de los abuelos, cuya tarea es comunicar el sentido de la vida a los nietos que les están mirando. Comunicarles su experiencia (sus “sueños”) para que en el futuro ellos puedan ser profetas.
El Papa comenzó hablando de Abrahán, que ya anciano, y más allá de cualquier proyecto o expectativa personal, recibió la llamada del Señor: “Levántate, sal de tu tierra y ve a donde yo te mostraré”. El cardenalato es también una invitación a salir, a ir más allá, a tener presente un horizonte que no es el habitual de quienes son llamados. Ahora su horizonte va a ser el mundo, para ayudar al sucesor de Pedro en su pastoreo universal. Ni complacencia por lo ya alcanzado, ni nostalgia por una época más tranquila o de mayor fuerza física, ni proyectos fantasiosos, sino seguir a Jesús que va delante. Y eso descompone los planes de cualquiera. Sería patético aspirar, como príncipes, a un puesto a la izquierda o a la derecha. Se les invita a beber del mismo cáliz que bebió su Señor.
A estos pastores, llamados a apretarse especialmente en torno a Pedro, se les pide mirar la realidad, habitar en ella. Y la realidad es la de un mundo herido como fruto del pecado; un mundo por el que el Hijo estuvo dispuesto a subir a la cruz. Ellos no deben desear otra cosa, aunque la forma sea distinta. El Papa lo ha dicho con rotundidad: salvar el mundo, arrancar la raíz del mal, implica caminar decididamente hacia la cruz. A los nuevos purpurados Francisco les ha advertido que miren la realidad y no se distraigan por otros intereses o perspectivas; que caminen delante del pueblo santo de Dios con la mirada fija en la cruz y en la resurrección del Señor.
Ayer era la Iglesia universal, llegada de los cuatro puntos cardinales, la que estaba reunida en torno a Pedro, a través de las razas y culturas, a través de las historias de estos hombres llamados a tejer la unidad del pueblo, y a mantenerlo siempre abierto y dispuesto a comunicar su riqueza al mundo. Hace unos días Francisco fustigaba a esos cristianos que son “de derechas o de izquierdas” antes que de Jesús, que pertenecen “a esto o aquello” en vez de ser hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Y pedía, ante todo, la gracia de tener un corazón que sienta la Iglesia como “madre nuestra y casa nuestra”, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo. El camino prosigue, como siempre, entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios.
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