Para entender nuestra clase política creo conviene empezar por dos anécdotas que nos pueden ilustrar.
La primera me la contó un amigo mío que tiene una familiar que trabaja en el Senado. Le contó esa señora: “Un día, cerca de unas elecciones, se me presentaron dos senadores a despedirse porque no figuraban en las listas y por tanto no volvían al Senado. Uno de ellos se marchó en un momento determinado y el otro se quedó solo con ella. Entonces se le echó a llorar y le dijo: ‘Tenía un despachito de abogado con el que me defendía bien .Pero ahora, al dejar el Senado, no tengo nada y no tengo fuerzas ni ganas para volver a empezar otra vez’”.
La segunda es de un diputado que dijo: “A mí me interesan muchísimo mis electores. O sea, ese señor (y señaló a cierta persona), que es el que me pone en las listas”. Creo que muchísimos españoles pensamos que la mejor generación de políticos que hemos tenido fue la primera de la democracia, porque entonces había muchos diputados que estaban allí para servir a su país y como ganaban más dinero en su trabajo privado, podían permitirse el no dejarse mangonear por sus jefes y tener ideas propias, si bien eso les hacía menos sumisos, que es lo que les interesa a los que mandan.
La Conferencia Episcopal Española, en su documento La verdad del amor humano del 26 de abril de 2012 dice: “58. Conocidos son los caminos que han llevado a la difusión de esta manera de pensar [es decir, la ideología de género]. Uno de las más importantes ha sido la manipulación del lenguaje. Se ha propagado un modo de hablar que enmascara algunas de las verdades básicas de las relaciones humanas. Es lo que ha ocurrido con el término 'matrimonio', cuya significación se ha querido ampliar hasta incluir bajo esa denominación algunas formas de unión que nada tienen que ver con la realidad matrimonial. De esos intentos de deformación lingüística forman parte, por señalar solo algunos, el empleo, de forma casi exclusiva, del término 'pareja' cuando se habla del matrimonio; la inclusión en el concepto de 'familia' de distintos 'modos de convivencia' más o menos estables, como si existiese una especie de 'familia a la carta'; el uso del vocablo 'progenitores' en lugar de los de 'padre' y 'madre'; la utilización de la expresión 'violencia de género' [por cierto, desde que ha triunfado la ideología de género no se publican estadísticas de varones asesinados por sus compañeras sentimentales, que eran algo más de la tercera parte, es decir por cada dos mujeres un varón] y no la de 'violencia doméstica' o 'violencia en el entorno familiar', expresiones más exactas, ya que de esa violencia también son víctimas los hijos”.
“Desaparecen los términos marido y mujer, esposo y esposa, padre y madre. De este modo, los españoles han perdido el derecho de ser reconocidos expresamente por la ley como esposo y esposa y han de inscribirse en el Registro Civil como Cónyuge A y cónyuge B” (nº 109).
Dado que este documento episcopal es del año 2012, hubiese sido lógico pensar que con el paso del tiempo estos excesos se tratarían de corregir. Pero lejos de ser así, en este mismo mes de junio de 2017 la Junta de Andalucía, en vez de padre y madre, ha sustituido estas palabras por las más correctas políticamente de guardador uno y guardador dos. Uno no puede por menos de preguntarse si quienes tratan de imponernos este lenguaje han tenido unas relaciones normales con su madre y con su padre, y recuerda a un representante de la Argentina, que cuando se discutían en una reunión internacional estos temas dijo: “Aunque sólo sea por respeto a mi madre, hagan el favor de no tocar la palabra madre”.
En el bien reciente ABC del 18 de junio, en un artículo publicado en la última hoja por Álvaro Martínez, nos habla de la -por el momento- última genialidad: La consejería valenciana de Sanidad Universal y Salud Pública, un nombre bien orweliano, ha publicado Una guía breve para el uso no sexista del lenguaje, en el que se trata de suprimir todas las expresiones masculinas y sustituirlas por femeninas, como si lo femenino no tuviese sexo. Así en vez de niños hay que emplear infancia, criaturas, menores (lo que me extraña, porque allí se puede hacer uso del artículo masculino; supongo que se les ha colado) o niñez.
De todos modos, no somos los únicos rarillos. La Asociación Médica Británica ha publicado una guía que sustituye a una similar de 2006 incorporándole las nuevas exigencias del lobby LGTBI, donde recomienda a los doctores no utilizar el término "madre" para referirse a las mujeres embarazadas ya que podría herir la sensibilidad de "individuos que han dado a luz y no se identifican como mujeres". No puedo por menos de preguntarme si una guía así no hiere la sensibilidad de millones de madres que se sienten también, y como es lógico, mujeres.
Termino con una confesión: A mí me enseñaron que el insulto es el argumento de quien no tiene argumentos. No saben lo que me ha costado, y no es por falta de argumentos, no poner algunos palabros en el artículo. Espero haberlo conseguido.