En la reciente Asamblea Plenaria de nuestro Episcopado, el cardenal Rouco se ha quejado de la deficiente regulación jurídica de enseñanza de la asignatura de Religión y Moral Católica en las escuelas. Los problemas se remontan a la aplicación normativa de la LOGSE y siguen sin ser resueltos, y, por tanto, agravados, ya que la regulación de esta materia no se adecua al Acuerdo sobre Educación y Asuntos Culturales entre España y la Santa Sede. La carencia de una verdadera alternativa académica coloca a los profesores y alumnos de Religión y Moral Católica en una permanente situación de heroicidad académica.
He sido profesor de esta asignatura muchos años, hasta mi jubilación. Empecé en tiempos de Franco, con una clase de Religión forzosa en la que los padres tenían que pedir expresamente que no se la diesen a sus hijos. Para respetar la libertad de los alumnos, les permitíamos que pudieran ir a clase o no, según quisieran. Era un mal sistema, porque era un motivo de indisciplina en el Instituto ver a un grupo de alumnos deambulando por los pasillos a la hora de Religión. Pero nos parecía lo más respetuoso con la libertad de los alumnos. El sueldo era mísero, no llegaba ni al salario mínimo.
Llegó la democracia y con ella UCD. Se estableció el sistema alemán, para mí el más sensato. Religión con sus valores morales o Ética, también con sus valores morales. Desgraciadamente, muchos profesores de Filosofía no se tomaron en serio la asignatura de Ética y la Religión se encontró con una alternativa con no demasiado fuste.
Y llegaron los socialistas con su inolvidable LOGSE. La mayoría de los profesores de todas las tendencias nos dimos cuenta que la Ley era un desastre. La Ley, inspirada en los principios de Rousseau, al que Voltaire criticó con una frase afortunada: «Nunca se ha empleado más inteligencia en enseñarnos en que debemos volver a andar a cuatro patas», estableció una serie de disparates educativos como la promoción forzosa, la supresión de los exámenes de Septiembre, la disminución de las horas de clase de las asignaturas fundamentales en provecho de una multitud de opcionales, la destrucción de la disciplina con el convencimiento de que no había pecado original y que el alumno tenía ganas de aprender por lo que la tarea del profesor era simplemente acompañarle en su tarea educativa; eso sí, sin exigirle demasiado porque el alumno debía aprender divirtiéndose y sin esforzarse. En cuanto a la alternativa a la Religión fue objeto de la innovación pedagógica más brillante: en algunos cursos estaba prohibido evaluarla.
La situación ha seguido empeorando. Aunque parecía imposible, la actual Ley es todavía peor que la LOGSE. Y es que como el sectarismo avanza, los laicistas nos dicen que en la escuela pública «se debe formar a la ciudadanía desde una actitud crítica y no dogmática». Pero dogmatismo es el de aquéllos que pretenden que en la escuela pública se forme a los alumnos de acuerdo con una única ideología, que da la casualidad es la suya, sin tener en cuenta que según dice nuestra Constitución: «Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones» (art. 27,3). Ni siquiera el Estado tiene derecho a obstruir este artículo constitucional que es uno de los derechos humanos fundamentales, como se lee en el artículo 26,3 de la Declaración de Derechos Humanos. Lo que sí debe quedar claro es que el derecho no es de la Iglesia católica, sino de los padres, aunque es indiscutible que la inmensa mayoría de ellos quieren que sea la Iglesia católica la que se encargue de dar esa formación religiosa y moral que ellos desean, aunque haya una minoría que desea con toda razón que a sus hijos se les dé otra conforme con su propia ideología no católica.
La solución pasa porque la asignatura de Religión y su alternativa recuperen la dignidad que nunca debieron perder. Basta tener sentido común y dejarse de sectarismos. En la Declaración de Derechos Humanos y en la Constitución encontramos las líneas de protección de los derechos humanos que debemos defender, porque lo cristiano siempre es fundamentalmente humano. Pero de quienes quieren hacer del crimen y de la matanza de seres humanos un derecho y cargarse el derecho inalienable a la libertad de conciencia, de esa gente, aunque sean nuestros gobernantes, es indudable que sólo se puede esperar lo peor.