Lo más original del cristianismo es que el Dios que Jesús nos ha revelado no es un ser solitario, lejano o inaccesible, sino un Dios cercano, entrañable, preocupado por nuestra felicidad. Vive una comunidad de amor de las tres Personas, en una felicidad desbordante, que quieren compartirla libremente con todas las personas que llaman a la existencia, con cada uno de nosotros. Estamos llamados a disfrutar de la felicidad de Dios.
¿Para qué se nos ha revelado este profundo misterio?, se pregunta santo Tomás de Aquino. Para que lo disfrutemos, responde. Y es así. A muchos cristianos les da miedo entrar en este misterio profundo, porque piensan que se van a hacer un lío con las tres Personas, una sola naturaleza o vida en Dios. Un Dios en tres Personas. Prefieren tratar a Dios de lejos, en abstracto, como un ser que me desborda, pero al que no tengo fácil acceso.
Cuando Jesús nos ha hablado de Dios, nos ha dicho que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es su Padre y que él es su Hijo único, y que del amor de ambos brota el Espíritu Santo. Y los Tres ponen su morada en los corazones que acogen esta gracia de Dios. Precisamente, Jesús ha hecho que el misterio de Dios no sea algo inaccesible, sino un misterio atrayente como la zarza que Moisés vio sin consumirse en el monte. O como aquel huésped que se acercó a la tienda de Abrahán –eran uno y tres al mismo tiempo– y Abrahán le rogó que no pasara sin detenerse. De esta visita y de esta presencia les vino a él y a Sara la gracia de tener un hijo, Isaac, que fue la alegría de la casa y de todo el pueblo elegido.
Hay un Dios, al que se accede por la razón, el Dios de los filósofos. Es Dios verdadero, pero quedarse sólo ahí resulta un Dios frío y especulativo. Y está el Dios revelado, el que ha salido al encuentro del hombre desde antiguo, por medio de los profetas, y últimamente en su único Hijo Jesucristo, plenitud y centro de la revelación. Conocer el Dios de Jesús significa entrar en lo más profundo del misterio. Como si Jesús nos hubiera presentado a su Padre Dios, hablándonos abundantemente de él, revelándolo como Padre misericordioso (ahí están las preciosas parábolas del Evangelio), y abriendo el horizonte a una fraternidad universal, que tiene por Padre al mismo Dios.
Jesús no nos ha revelado este profundo misterio para satisfacer nuestro entendimiento en cotas de conocimiento que la mente humana nunca hubiera podido alcanzar. Jesús nos ha revelado este misterio, nos ha introducido en él para que lo disfrutemos, para llenar nuestro corazón de felicidad. Para que nos gocemos de tener a Dios como Padre y no vivamos nunca más como huérfanos, sino amparados por su cobertura paternal que se hace providencia cada día. Para que sintamos la cercanía y la semejanza con Cristo, el Hijo único, que nos ha hecho hermanos y nos ha enseñado a amar como él nos ama, hasta la muerte, hasta dar la vida. Para que contemos siempre con ese poder sobrenatural del Espíritu Santo que nos hace parecidos a Jesús desde dentro y nos consuela continuamente con sus dones y carismas.
Sería una pena que un cristiano no gozara de este misterio continuamente, porque lo considerara algo difícil e inaccesible, algo sólo para iniciados. El misterio de Dios, Santísima Trinidad, se nos ha comunicado para que lo disfrutemos, para que vivamos siempre acompañados por su divina presencia en nuestras almas. Y esto desde el momento de nuestro bautismo. Para que aprendamos a vivir en comunidad, donde el amor transforma todas las diferencias en riquezas mutuas. Para que aprendamos a aceptarnos a nosotros mismos y a los demás también en nuestras limitaciones y pecados con un amor capaz de perdonar, una amor que todo lo hace nuevo.
Con motivo de esta solemne fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia nos recuerda el papel de los contemplativos en la vida de la Iglesia. Jornada pro Orantibus, que este año tiene como lema: Contemplar el mundo con la mirada de Dios. En nuestra diócesis de Córdoba, 24 monasterios de monjas y 1 monasterio de monjes, además de los ermitaños, nos están recordando a todos esta mirada contemplativa del mundo con la mirada de Dios. Agradecemos esta vocación tan bonita y beneficiosa para la Iglesia y para la humanidad. Por aquellos que continuamente oran por nosotros, hoy oramos nosotros por ellos con gratitud y esperanza.