Queridísimos hijos:
Siento que tengo que llamaros así aunque no os conozca. Pero en las largas horas insomnes que han seguido al anuncio de este terrible atentado [de Manchester], en el que muchos de vosotros habéis perdido la vida o habéis sido heridos, he sentido que estabais unidos a mí de una manera especial.
Habéis llegado a este mundo, a veces sin ni siquiera haber sido deseados, y nadie os ha dado "razones adecuadas para vivir", como pedía el gran Bernanos a la generación de sus adultos. Os han hecho entrar en la sociedad con dos grandes principios: que podéis hacer lo que queráis porque cualquier deseo vuestro es un derecho y la importancia de tener el mayor número de bienes de consumo.
Habéis crecido así, considerando obvio tenerlo todo. Y cuando teníais algún problema existencial –hace un tiempo se decía esto– y se lo decíais a vuestros padres, a vuestros adultos, la sesión de psicoanálisis ya estaba preparada para resolver este problema. Se olvidaron de deciros que existe el Mal. Y el Mal es una persona, no es una serie de fuerzas o de energías. Es una persona. Esta persona estaba oculta allí, durante vuestro concierto. Y el ala terrible de la muerte que lleva consigo os ha aferrado.
Hijos míos, habéis muerto así, casi sin razones, como habéis vivido. No os preocupéis, no os han ayudado a vivir, pero os harán un "óptimo" funeral en el que se expresará al máximo esa enfática retórica laicista con todas las autoridades presentes –por desgracia, también las religiosas– de pie y en silencio. Naturalmente, vuestros funerales se harán al aire libre, también para los que creen, porque hoy en día el único templo es la naturaleza.
Robespierre se reiría porque ni siquiera él llegó nunca a esta fantasía. Por otra parte, en las iglesias ya no se hacen los funerales porque, como dice con agudeza el cardenal Sarah, en las iglesias católicas, por desgracia, lo que se celebra es el funeral de Dios. No se olvidarán de poner en las aceras vuestros peluches, los recuerdos de vuestra infancia, de vuestra primera juventud. Y, después, todo será archivado por la retórica de quien no tiene nada que decir ante la tragedia, porque no tiene nada que decir ante la vida.
Espero que al menos alguno de estos gurús –culturales, políticos y religiosos– se aguante las palabras ante esta situación y no nos lance el discurso habitual para decir que "no es una guerra de religión", que la "religión por su propia naturaleza está abierta al diálogo y a la comprensión". De verdad, espero y deseo que haya un momento de silencioso respeto, antes que nada por vuestras vidas truncadas por el odio del demonio, pero también por la verdad. Porque los adultos deberían, sobre todo, respetar la verdad. Pueden no servirla, pero deben respetarla.
Yo, que soy un obispo anciano que aún cree en Dios, en Cristo y en la Iglesia, celebraré la misa por todos vosotros el día de vuestro funeral para que así, en el otro lado, independientemente de vuestras prácticas religiosas, encontréis el rostro amadísimo de la Virgen que, abrazándoos con fuerza, os consolará por esta vida desperdiciada, no por culpa vuestra, sino por culpa de vuestros adultos.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Monseñor Luigi Negri es arzobispo saliente de Ferrara-Comacchio.