Parece que los predicadores de los modernos púlpitos más que expresar razones, marean la perdiz convirtiéndose en verdaderos malabaristas de las palabras y lanzan al vacío, letras de colores que embelesan a la concurrencia deseosa, por otra parte, de respuestas claras. Y la fuerza de nuestro maravilloso idioma castellano (guste o no guste) comienza a desaparecer por los túneles de lo políticamente correcto, encarrilándonos en un raíl de dirección única.
Las palabras expresan la esencia de las personas, de las cosas, de las experiencias y de los acontecimientos. Una palabra es un maravilloso icono de la realidad que encierra dentro de sí un rico contenido creando una correlación entre el interior y el exterior de las personas. Con las palabras creamos un mundo con un andamiaje lógico y racional formado a base de recursos correlativos que el lenguaje pone a nuestra disposición para comunicarnos y no sólo informarnos. La utilización correcta de las palabras, como el silencio creador, nos hace verdaderamente sabios.
Pero parece que estamos llegando al momento babel, que queriendo construir una nueva y perfecta sociedad, hasta llegar a quitar las zapatillas a Dios, nos inventamos un nuevo palabrerío que más que comunicar confunde. Escuchad y mirad cómo el pan ya no es pan, ni el vino es vino, pues estamos llegando a la perversión del lenguaje, y digo perversión, porque una corriente tan persistente guarda siempre intenciones e intereses ocultos.
Qué se pretende cuando a la eutanasia la llamamos muerte digna. Qué significa que a los terroristas de la “kaleborroca” se les señaló como “esos chicos alborotadores”. Por qué a una violación la asignamos la etiqueta de agresión sexual. Cuando decimos interrupción voluntaria del embarazo ¿no queremos decir aborto? Por qué cuando se mata o maltrata a una mujer lo llamamos violencia de género. Y no me digan que no tiene enjundia llamar al aborto ilegal “malas prácticas”. Si seguimos así cuando veamos a una joven embarazada le diremos que está en un “estado de incertidumbre” (antes, de buena esperanza).
Quizás tanta dulcificación en el lenguaje y la creación de etiquetas equilibradamente consensuadas, para no herir sensibilidades, puede crear una humanidad manipulable, de tal manera que ya está surgiendo una ingente muchedumbre que forma la generación donuts, es decir suaves, sin aristas, dulces, fofos y sin centro. ¡Pero cuidado, no pongas el dedo en el agujero, por lo que pueda ocurrir! La rebelión de los donuts es tan peligrosa e irracional como cualquier revolución, que comienza para potenciar la igualdad y termina como siempre… no hay más que hojear la historia. Bueno depende, en esto tampoco nos ponemos de acuerdo.
Porque el problema fundamental de nuestra sociedad es buscar y respetar un acuerdo. Unas bases racionales sobre la que construir el entramado de la convivencia. Estoy convencido que ahora preferimos la filosofía de la ensalada mixta, sazonada con un poco de todo, realizada de sobras sin ninguna lógica, donde todo vale. Para explicarnos, que a usted le gusta la lechuga, tome lechuga, que prefiere huevo cocido, ahí lo tiene, que en realidad lo que le apetece es el bonito ¡cómalo!, que se pirra por los espárragos ¡a qué espera! Pero de ninguna manera se le ocurra decir que es mucho mejor una cosa que otra, o que tiene más valor nutricional, o que esta u otra cosa enriquecería más la ensalada que tenemos sobre la mesa. ¡No lo haga! puede usted ser tachado de trasgresor, cavernario o como mínimo que lo único que intenta es imponer su voluntad a todos. El cocinero de turno (perdón, quise decir restaurador) tiene la última palabra a la hora de sazonar el único alimento para todos.
La fuerza de la costumbre crea hábitos y más tarde tradiciones. Los cristianos también vamos entrando por estos menús sazonados al gusto de la mayoría aplastante. A base de ceder, quizás por llorar con los que lloran y reír con los que ríen, vamos perdiendo nuestra originalidad y muestra frescura evangélica. Hablando con un joven de las palabras que nos conforman la vida llegamos a la conclusión que no era lo mismo solidaridad que fraternidad, valores que virtudes, compromiso que testimonio, transformación que conversión, tolerancia que caridad… y es que hay una jerarquía clara, el seguimiento de Cristo, riza el rizo de todo lo humano para hacerlo divino. ¡No te parece que es hora de pasar al alimento contundente y dejarnos de frivolités!
Monseñor Antonio Gómez Cantero es obispo de Teruel y Albarracín.