A Izan, Rubén y los demás. Siempre en nuestro corazón.
La decadencia de los hombres y los pueblos no es otra cosa que el triunfo del vicio sobre la virtud, aunque (dicho sea de paso) no sea un punto sin retorno, porque en el corazón reside la esperanza de la catarsis.
Sobre dicha cuestión se ocupa la última encíclica del Papa Francisco, Dilexit Nos [Nos amó], realmente revitalizadora en tiempos tan trágicos. En dicha carta el Papa nos urge a volver la mirada hacia el Sagrado Corazón de Jesús, partiendo de las aprensiones clásicas del corazón. En un mundo asolado por el desencuentro, Francisco exhorta a los hombres a mirar en su interior para alcanzar el encuentro exterior con el prójimo y con nuestro propio ser social. A su vez, el encuentro con el interior hace menester la búsqueda exterior de un corazón perfecto al que venerar, y los hombres lo encuentran en Cristo. Es sin duda la madre y más bella de todas las paradojas.
En momentos de gran tribulación, el corazón de los hombres irrumpe de improviso como una exhalación. Ante la tragedia vivida en tierras valencianas, inundadas de muerte y desolación, el pueblo llano ha puesto de relieve el sentir y el sentido de una verdadera comunidad, que en realidad son una misma cosa. Por todas partes se podía escuchar y leer la consigna popular Solo el pueblo, salva al pueblo. A golpe de vista, lo que salva a un pueblo es la solidaridad, si bien dicho principio solo es la consumación comunitaria del amor que une a los hombres. Lo que hace que unos hombres acudan en auxilio de sus compatriotas es el corazón y fuerza decir que Cristo pujó más alto que nadie al entregar su vida por salvar a los hombres del pasado, del presente y del futuro.
Además de ser una proposición filosófica hacia los sesudos orígenes y desarrollos del corazón, Dilexit Nos es un bellísimo ejercicio de teología dirigida hacia el corazón de Cristo: el que inspira amar a los hombres, superando los límites de la generosidad humana y extendiendo los bordes de la compasión hasta la bondad más perfecta. Porque, recuerda Francisco en palabras de Buenaventura, cuando la fe llega al intelecto provoca el afecto hacia el sumo bien. Allí donde el filósofo se detiene, el corazón prosigue hasta dar con la causa a la que ha de servir, que es el lugar que Dios le ha dado a elegir.
Ya avisó Pascal, al decir que el corazón tenía razones que la razón no entendía. Los racionalistas nunca aceptaron que el amor pudiera acceder a verdades infranqueables para una razón emancipada del corazón a la voz de “dame la parte que me corresponde, me voy”, al más puro estilo de la parábola del hijo pródigo.
El corazón es el centro de aquella vieja filosofía, sublimada más tarde por el Cristianismo, e ignorada por las pasiones ideológicas perturbadoras del orden del ser. Para comprender el corazón en toda su dimensión, hay que amar como nos amó Él. Dilexit Nos. No puede haber filosofía ni teología del amor más elevada que la del Sagrado Corazón de Jesús. De hecho, Francisco en su encíclica explica cómo la filosofía y la teología alcanzan en esa palabra originaria que da luz a la realidad íntima de la persona su “síntesis integradora”.
El Papa Francisco comienza por rescatar el saber de la antigua Grecia sobre el corazón como elemento central de la vida que concitaba el sentido y la sensibilidad transitando por las grandes enseñanzas de santos e ilustres filósofos. La encíclica finalmente nos guía hacia la iluminación de ese núcleo por la gracia de un Dios encarnado, decidido a salvar el centro de su obra. Antes de despedirse temporalmente iba a fundar una escuela de maestros del corazón: ¿qué otra cosa podría ser la santidad sino la maestría en el amor, revelada por Dios a los hombres?
Desde que los psicologistas, biólogos y similares regentes de la ciencia se han apropiado de la filosofía del corazón con reduccionismos y tergiversaciones ya nadie sabe lo que es el amor. Todos esos expertos de la deformación profesional han menoscabado la concepción tradicional del amor al simple apego y le han dado patente de amor a pasiones desatadas por la inclinación más ciega y sombría. Nada de eso es cierto en un corazón que se orienta hacia lo sublime y da con el fuste que tiene el inimaginable amor al prójimo con la misma densidad que a uno mismo.
La desnortada concepción actual del amor jalonada de sentimentalismo animalizante y de racionalismo utilitarista es un auténtica aberración que jamás hubiese acontecido de no desposeer a la filosofía de su acepción primera (el amor por lo verdadero, lo bueno y lo bello) para acabar rindiendo culto al logicismo más ensoberbecido. Entre los logicistas de la filosofía y los chamanes de la psicología, el corazón vaga errante en la caverna platónica de los incrédulos reduccionistas. Menos mal que siempre nos quedarán Cristo y sus pastores para enseñarnos que el verdadero amor precisa de las municiones de la virtud y la santidad para encaminar al hombre a su perfeccionamiento. Recuerden por un momento a aquella viuda pobre de la que nos hablan los Evangelios de Marcos y Lucas, que deposita todo su sustento en el cofre de las ofrendas por su amor incondicional a Cristo. La entrega total. Dilexit Nos.
El amor alcanza la plenitud solo cuando el affectus ignaciano encuentra en el corazón de Cristo su razón fundamental. Porque en la naturaleza del corazón siempre está el restablecer el orden del ser mediante la observancia de los tres parámetros fundamentales: la belleza, la verdad y el bien. Es como mejor se entiende el proceder de cientos de miles españoles que ha acudido en auxilio de sus compatriotas valencianos por el amor a la patria: síntesis política de lo bueno, lo bello, y lo verdadero. Actos que denotan que el corazón es mucho más que una palabra simbólica de lo emotivo; según Francisco, es el lugar de donde manan las demás potencias y convicciones.
En los primeros días posteriores a la tragedia de Valencia, podíamos ver como innumerables cuadrillas de valencianos cruzaban el puente o pasarela peatonal que comunicaba con las zonas afectadas por la inundación, para ayudar a toda prisa a sus paisanos inmersos en la catástrofe. Son momentos en los que el corazón mueve misteriosamente a los hombres a auxiliar a los suyos a imagen y semejanza de lo que haría un Dios con sus criaturas. El centro que unifica las decisiones, depura las pasiones, eleva las razones, y dignifica las acciones. Ese núcleo, fuente de actos y convicciones, en Dios es caridad y providencia, en el hombre, afecto necesitado de la referencia universal de un corazón perfecto. Dilexit Nos.
Por eso los valencianos han de saber que, aunque hayan sido abandonados a su suerte con todas las garantías democráticas por una panda de gobernantes infames; aún tienen a sus compatriotas, a Dios y a los maestros del corazón.