El pasado lunes se ha presentado en la Universidad Francisco de Vitoria un libro importante sobre una cuestión capital: «La ideología de género. Reflexiones críticas». Los autores, en su conjunto, ofrecen una visión lúcida y objetiva de esta ideología que, desde hace unas décadas, se está difundiendo por todas partes. Esta ideología constituye y expresa una gran revolución cultural que cuenta con muchos medios e instrumentos puestos al servicio de los que la promueven y con alianzas de poderes muy influyentes. Algunos «lobbies» muy poderosos están en ello. ¿En qué consiste esta ideología nueva y esta revolución cultural? En lugar de la palabra «sexo» se introduce y se viene utilizando la palabra «género».
Con ese cambio semántico se está diciendo sencillamente que «las diferencias entre el hombre y la mujer, mas allá de las obvias diferencias anatómicas, no corresponden a una naturaleza fija, sino que son producto de la cultura de un país o de una época determinados». Según esta ideología, la diferencia entre los sexos se considera como algo convencionalmente atribuido por la sociedad, y cada uno puede «inventarse a sí mismo» (Alzamora Revoredo).
La sexualidad, en esta ideología, no es vista propiamente como «constitutiva» del hombre; el ser humano sería el resultado del deseo, de la elección. Sea cual sea su sexo físico, el hombre podría elegir su género; esto es: podría decidirse, en cualquier momento, y, consiguientemente, cambiar en su decisión cuando quisiera. En esta ideología y para esta revolución cultural no existe naturaleza, no existe verdad del hombre, sólo libertad omnímoda. Todo es libertad y, por encima de todo, libertad. No hay un orden moral válido en sí y por sí; todo depende de lo que se decida. No cabe un único y universal orden moral. El único que deberíamos establecer sería el orden que da libertad a todos: la libertad está incluso por encima y en la base de derechos humanos fundamentales e inalienables, como el de la vida; en esta revolución, en el fondo no sería la verdad la que nos hace libres, sino la libertad la que nos hace verdaderos. El nexo individuo-familia-sociedad, en esta revolución, se pierde y la persona se reduce a individuo. No hay verdad, ni naturaleza, ni creación; sólo cultura.
En esta disociación entre sexo y género, o entre naturaleza y cultura, la persona no cuenta, y sin embargo destruye la dimensión personal del ser humano y lo reduce a una simple individualidad. Esta ideología también supone el cuestionamiento de todo lo que significa y conlleva «tradición» e identidad. Todo es cambio, siempre hay que buscar la novedad. Tal revolución, además, excluyendo en su base toda referencia a la dimensión trascendente del hombre y de la sociedad, excluyendo a Dios, creador del hombre y que ama a cada hombre por sí mismo, comporta necesariamente una dimensión y visión laicista de la vida y de la sociedad en la que no caben ni Dios ni verdad objetiva alguna; son sustituidos por la libertad, la decisión y el hacer creativo del hombre.
El relativismo radical es otro de sus soportes, y el asentamiento en la mentira es un compañero inevitable. Estamos, pues, ante una subversión en toda regla, ante una verdadera revolución cultural de consecuencias destructivas de grandísimo alcance para el futuro del hombre y de la sociedad. Es preciso ofrecer la fuerza de la verdad. Es lo que trata de ofrecer el libro presentado el lunes, al que me he referido en este artículo. Una espléndida aportación de sus autores, merecedora de todo agradecimiento.
*El cardenal Antono Cañizares en prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos.
*Publicado en el diario La Razón.