¿Existe la “gente tóxica”? Antes de responder, pensemos qué queremos decir cuando hablamos de gente tóxica. Solemos calificar con este adjetivo a las personas que irradian pesimismo, tristeza, negrura de vida. A aquellas que ven la existencia como un túnel negro con fondo negro oscuro; y si alguna vez vemos un poco de luz, es la locomotora del tren que viene frente a nosotros, y que resulta difícil esquivar para que no nos arrolle.
Pero la gente tóxica no llega a esta negrura de repente, de la noche a la mañana. Se va oscureciendo, poco a poco, casi sin darse cuenta. Se va deslizando, como una pelota que empieza a bajar por una ladera. Y esos momentos iniciales son los más propicios para detenerla, para frenar la caída, para empujarla de nuevo ladera arriba. Existe la gente tóxica, pero el momento más peligroso es cuando empezamos a “intoxicarnos”.
Demos la vuelta la pregunta, y miremos en positivo: ¿Existe la gente optimista, que irradia positividad? Todos nos hemos encontrado a personas así, hombres y mujeres anónimos, con los que da gusto hablar. Siempre te dejan una semilla de paz, de alegría, de optimismo. Cualquier dificultad parece una situación sencilla cuando se la cuentas, o cuando te narran sus experiencias. Es el don de la sencillez, que suele venir acompañado del don de la santidad.
Conviviendo con esos anónimos sencillos te das cuenta de que no funciona el principio físico de acción – reacción: junto dos átomos de hidrógeno, uno de oxígeno, y como reacción obvia obtengo agua. Las relaciones humanas, y todo lo que las rodea, son mucho más complejas, y las acciones inmediatas, primarias, rara vez obtienen una reacción positiva, humana, agradable para todos.
Podemos ser una dura pared de frontón o la pared acolchada de un gimnasio. La primera recibe el golpe de una pelota, y lo devuelve con la misma fuerza, o incluso mayor. Reacciona según las leyes físicas a una acción. La segunda recibe el golpe y lo absorbe, sin apenas reacción. Ambas reciben la acción negativa del golpe; la primera devuelve e incluso aumenta la negatividad; la segunda transforma esa negatividad en positividad. La primera es una persona tóxica; la segunda, una persona verdaderamente optimista, o mejor, esperanzada.
En las relaciones humanas, además, hay otro factor que con frecuencia olvidamos: se trata de relaciones entre dos libertades. El que inicia la acción no puede obligar al otro, so pena de hacerle una cosa igual que las teclas de su teléfono móvil. El otro es libre, nos guste o no, y responderá libremente. Por ello es digno de respeto, y nunca se le puede despreciar como persona.
En las últimas décadas los psicopedagogos infantiles insisten mucho en cómo se debe corregir a los niños. Nunca se le debe decir “eres malo”, sino “has hecho esto mal”. Aunque haga cosas que pueden estar mal, nunca “será” malo. La bondad ontológica de la persona siempre queda intacta, diría un filósofo metafísico. Ese criterio de la pedagogía infantil no es aplicable sólo de cero a seis años; lo debemos tener presente toda la vida, también cuando estamos ante personas que han cometido pequeños o grandes crímenes. Con el paso de los años nos olvidamos de esa mirada positiva, y ante una discusión calificamos al otro como “malo” simplemente porque no piensa como yo. Puede estar equivocado en sus ideas, puede afirmar que dos más dos no son cinco; pero como persona siempre merece respeto. Y es un signo de mala discusión dar el salto de las ideas a la catalogación personal. La frase del filósofo metafísico está más cerca de la realidad de lo que pensamos.