En medio del caos y de la guerra de todos contra todos en que se ha convertido Oriente Medio se echan en falta iniciativas realistas, constructivas y de largo alcance. No es fácil porque muchas veces predominan los intereses de grupo, los objetivos a corto plazo o la mera reacción dictada por el miedo o la venganza. Por todo eso resulta aún más admirable el liderazgo que ejerce en Iraq (y no sólo entre los cristianos) el Patriarca de los Caldeos, Louis Sako. En él se reúnen el coraje de la fe, la inteligencia de la historia y el valor personal. Y cuando eso sucede, es preciso dar gracias y levantar acta.
El pasado lunes Sako atravesó las puertas del campo de refugiados de Hammam al Halil, apenas a quince minutos de los suburbios de Mosul, donde todavía se libran duros combates entre las fuerzas iraquíes y los yihadistas del Daesh que defienden los últimos reductos del que ha sido su bastión. En este campo malviven 25.000 refugiados musulmanes y el Patriarca ha querido llevar personalmente ayuda para unas 3.000 personas, procedente de una colecta realizada en las semanas precedentes por los católicos iraquíes, que desde luego no viven en el mejor de los mundos. Sólo una autoridad como la de Sako ha podido generar un acontecimiento que aquí, en Occidente, seguramente ha pasado inadvertido, pero que tiene una fuerza simbólica impresionante en el mundo oriental.
El Patriarca se entremezcló con los refugiados llevando a la vista su cruz pectoral, y mientras les estrechaba las manos y les entregaba las ayudas, repetía este mensaje: nosotros no somos “kuffar”, es decir, no somos “infieles”, creemos en el mismo Dios y estamos cerca de vosotros, queremos construir juntos el Iraq del futuro, una nación unida en la que sea preservado el mosaico étnico, cultural y religioso que nos han legado las generaciones anteriores. Las escenas se repitieron posteriormente en un segundo campo donde se alojan otras 11.000 personas, también todos musulmanes. Junto a las ayudas para un millar de familias, Sako entregó dinero en efectivo para la compra de medicamentos y de otros artículos de primera necesidad, y les repitió el mismo mensaje de cercanía y solidaridad.
Como él mismo ha relatado posteriormente, los musulmanes le respondieron con viveza que quienes son “kuffar” son los yihadistas del Daesh, que han manchado con sangre el nombre del Corán, al tiempo que le pedían que los cristianos regresen a Mosul cuando sea completamente liberada, porque la ciudad ya no sería la misma sin ellos. Éstas son cosas que los líderes cristianos de la región llevan repitiendo años, la novedad es que ahora las proclamen los musulmanes del pueblo llano.
El Patriarca hizo amago de dirigirse después hacia Mosul, pero los responsables de la seguridad le hicieron desistir, porque aún no existen las condiciones mínimas para esa visita que, sin duda, ya acaricia. En realidad el líder de los caldeos, y por extensión de todas las comunidades cristianas de Iraq, entiende perfectamente la importancia de la batalla militar, a la que siempre se ha referido en términos de realismo y prudencia, rindiendo homenaje al valor de los soldados y a una disciplina que pone al ejército al servicio de la construcción de un Iraq unido. Pero Sako sabe perfectamente que tras la victoria anhelada sobre el Daesh, queda por delante una larguísima batalla para recuperar la confianza entre las comunidades y asentar los cimientos del nuevo Estado que proteja a todos sus componentes. Por eso se mueve en las instituciones internacionales, y también en Bagdad, para defender un Estado laico en el que prime el principio de ciudadanía y no la pertenencia étnico-religiosa.
De igual modo entiende la necesidad de que los cristianos no se autocensuren ni caigan en la tentación de segregarse buscando una protección especial, invocando su condición de minoría asediada. Sako lucha por un cambio de mentalidad que requerirá mucho tiempo y esfuerzo, como él bien sabe. Pero no desfallece, y podríamos decir que toca todos los palillos: lo mismo que habla ante Naciones Unidas y las instituciones europeas con una inteligencia analítica envidiable, dialoga de tú a tú con los jefes sunníes y chiíes (a fin de cuentas son sus vecinos de siempre) o baja a la arena para conversar con la gente de cualquier credo, como hizo la noche de fin de año mientras Bagdad celebraba con cautela y esperanza la fiesta, o como acaba de hacer en los campos de refugiados.
Ahora prepara una inédita marcha por la paz, compuesta por cristianos y musulmanes, que arrancará el Domingo de Ramos de Erbil, en el Kurdistán iraquí, para llegar hasta Qaraqosh, pueblo cristiano recientemente liberado en la Llanura de Nínive. El Patriarca sostiene que los cristianos no pueden estar bajo el influjo de una mentalidad tribal que se nutre de la venganza, sino que deben comprometerse en un arduo camino de paz y reconciliación. Sako no es hombre que guste de discursos dulzones o que busque contentar a sus interlocutores, por eso hay que atenderle cuando dice que algo se está moviendo en Iraq, que por fin se habla abiertamente de una separación entre religión y Estado, de un régimen civil que garantice la ciudadanía para todos. “Es tiempo de quitar las vallas y las rejas de nuestras calles, de eliminar los guetos para dialogar y tomar en consideración el bien de todos, pero para eso hace falta una conversión total del corazón, volver a la verdadera religiosidad”. Así habla este hombre de baja estatura, de profunda fe y amplio horizonte. Que Dios nos lo guarde.
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