¡Mis queridos y muy amados fieles de Palencia! No hace falta que os diga que me hubiese gustado estar más tiempo entre vosotros. ¡Lo sabéis de sobra! Más aún, estoy seguro de que también éste hubiera sido el deseo de nuestro Papa Benedicto XVI, ya que es evidente la conveniencia de que el «pastor» permanezca, entre los que le han sido encomendados, un tiempo suficiente (¡difícil de cuantificar!), de forma que puedan darse las condiciones para que madure la siembra…
Sin embargo, ahora que el Santo Padre me ha pedido responder a su llamada a ser pastor de la Diócesis de San Sebastián, creo que todos debemos tener la altura de miras necesaria, para comprender las responsabilidades que tiene el Papa en su tarea de gobierno de la Iglesia. Por eso, me atrevo a pediros a todos, que os unáis conmigo en la respuesta afirmativa que le he dado.
Nuestro amor por la Iglesia no se circunscribe ni se agota en nuestro terruño. ¡Somos hijos de la Iglesia Católica, que es universal! ¡Qué os voy a decir yo a vosotros, cuando tantísimos hijos de estas tierras de Castilla están esparcidos por los lugares más recónditos de las misiones católicas!
Una de tantas cosas buenas que tiene la obediencia que practicamos en el seno de la Iglesia Católica, es que nos ayuda a entender que no somos dueños de la parcela, ni de la tarea que Dios nos ha encomendado… ¡No somos imprescindibles!
No podemos olvidar las palabras del Señor: «Uno es el sembrador, y otro el segador» (Jn 4, 37). De la misma forma que a mí me ha tocado «cosechar» tantos frutos sembrados por quienes me han precedido, también confío en que otros harán lo propio con la labor desarrollada en estos tres años…
Como solía decir mi paisano San Ignacio, a nosotros nos toca hacer las cosas con plena entrega y dedicación, «como si sólo estuviesen en nuestras manos»; aunque al mismo tiempo hemos de esperar y confiar, «como si sólo dependiesen de Dios».
El Señor dirige su Iglesia. La ama muchísimo más que nosotros. Sabe mejor que nadie lo que necesita en cada momento, y no la abandona; es más, «la cuida como el esposo hace con su esposa» (cfr. Ef 5, 25).
Por todo ello, el primer sentimiento que quiero compartir con vosotros es éste: ¡¡Confianza plena en Dios!! Él me trajo a vosotros, Él me lleva. Lo primero fue providencial, y lo segundo también. ¡Que no nos quede ninguna duda de ello!
¡Gloria a Dios!
En este momento, quiero dar gracias a Dios por estos tres años. ¡Ha sido para mí un «regalazo» el haber podido iniciar el ministerio episcopal entre vosotros, queridos palentinos! Verdaderamente, sois «gente de buena masa», como dijo nuestra querida Santa Teresa de Jesús. No es una frase hecha. Lo he podido comprobar.
De igual modo que me despedí de Zumárraga diciendo que allí aprendí a ser sacerdote, no olvidaré nunca que en Palencia he aprendido a ser obispo. Vuestra ayuda y colaboración ha sido encomiable. Os doy las gracias de todo corazón.
Por encima de todo, en este momento quiero glorificar a Dios por todas sus «obras», y porque me ha permitido ser su «albañil» en la construcción del Reino. No olvidemos que la misma belleza de nuestra preciosa Catedral palentina, palidece y se esfuma, si la comparamos con la belleza infinitamente superior de la obra de la gracia que Dios está realizando en nosotros. Hoy también me toca recordaros, y, si cabe, de una forma especial, que sólo Dios es la fuente de nuestra felicidad. He aquí el resumen de todo cuanto os he querido transmitir en estos tres años: Os invito a enamoraros de «Aquél» que está locamente enamorado de cada uno de nosotros.
Bajo el «cayado» de nuestra Madre
Pero mi marcha de Palencia no será inmediata. Os prometo poner todo mi interés en que la transición sea lo más ágil y eficaz posible. La Virgen María, nuestra Madre, a la que veneramos en esta querida tierra palentina con tantas advocaciones, nos va a acompañar en este proceso. La «Divina Pastora», será la encargada de darnos un pastor conforme al Corazón de su Hijo. ¡Que Dios os bendiga!