El enredo monumental que se ha formado en torno al secuestro y liberación del atunero «Alakrana», es de los que hacen época, y no sólo por lo que al Gobierno se refiere, sino por otros muchos, entre ellos los medios informativos, que en general han estado más pendientes de lo llamativo que de aspectos sustanciales de tan rocambolesco y dramático suceso.
 
De lo que dice y hace este Gobierno de indocumentados no debe sorprendernos nada, ni otra cosa puede esperarse de él. En asuntos morales ya se sabe que actúa con malicia (adoctrinamiento escolar perverso, ataques a la familia perenne, «matrimonio» homosexual, aborto, etc., y lo que nos aguarda), y en cuanto a gestión de los temas materiales sólo podemos esperar propaganda, chapuzas y meteduras de pata, porque de donde no hay, nada puede sacarse, ni siquiera en las logias. Ahora bien, tampoco los medios informativos han estado a la altura de las circunstancias, sobre todo los televisivos.
 
Se ha dicho que la tripulación la integraban 36 marineros, de los cuales 16 eran españoles (gallegos y vascos). ¿Y los otros veinte, de dónde son? ¿Bajo qué normativa laboral están contratados, en qué condiciones? ¿Qué nación les ampara y defiende? Que hayamos sabido, aunque yo creo que sabemos bastante menos de lo necesario sobre este lío, ya que los periodistas no están haciendo todo lo que debieran para informar correctamente, ningún otro Estado ha salido al quite de los no españoles, como si fueran apátridas. Imagino yo que las autoridades de los países de estos marineros anónimos dirán que, como eran tripulantes de un barco español, corresponde al gobierno de España velar por su seguridad, y en caso de secuestro tal como han sufrido, acudir a su rescate. Todo correcto si es como digo, pero..., ¿y si el «Alakrana» no es un buque español?
 
Navegando por internet en busca de datos, encuentro una página en la que puede leerse que, según el artículo 92 del convenio internacional de Derecho del Mar, «todo buque navegará bajo pabellón de un solo estado que deberá garantizar su seguridad en alta mar». De manera que si un barco navega con bandera que no le corresponde es un barco sin nacionalidad, y todavía más si lo hace bajo una sin reconocimiento internacional. En tales circunstancias se considera una nave pirata, al alcance de cualquiera que la aborde, la secuestre y se apropie de ella. No obstante, si el «Alakrana» está registrado en las Islas Seychelles, bajo cuyo pabellón faena, será el gobierno de estas islas el que tenga la obligación de defenderlo, porque allí paga los impuestos y derechos de matriculación.
 
Entonces, me pregunto yo, ¿a santo de qué ha intervenido el Gobierno español en este embrollo? Sobre todo, por qué ha pagado, porque se ha pagado, y además bien pagado a los terroristas, aunque a estas alturas no conozcamos quién lo ha hecho, si bien mucho me temo que usted y yo, sin comerlo ni beberlo, con nuestros impuestos. Pero volvamos a la pregunta de antes: ¿a santo de qué se ha metido a redentor de cautivos el Gobierno español? No será por el atunero que, según las informaciones más difundidas, ni es español ni navegaba con pabellón español. ¿Lo hacía con esa especie de tres en raya que se inventó Sabino Arana? Ese estandarte, a efectos del derecho marítimo internacional tiene el mismo valor que una banderola del Athletic de Bilbao. Luego, ¿por qué?, ¿por humanidad?, ¿por qué es obligación de todo Estado defender a sus ciudadanos, cualesquiera sean las circunstancias en las que se hallen? De acuerdo, perfectamente. Y de los otros veinte de origen desconocido, ¿quién tiene que ser garante de su seguridad, España o, más propiamente, el armador que los contrata? En ese caso ¿por qué hemos de pagar los españolitos? Que no, vaya, que aquí hay todavía mucha tela que cortar, porque si el armador o el capitán del buque se han saltado a la torera las normas internacionales marítimas, no pueden irse de rositas.
 
En conclusión, ¿dónde están los sabuesos del periodismo de «investigación»? ¡Hala, majos!, a ganarse el sueldo, que es preciso que se aclaren muchas cosas con estos pesqueros que no quieren ser españoles pero que tiene que ser la Armada española la que los proteja, defienda y acabe haciendo el indio ante una panda de vulgares salteadores de caminos del mar.