Cada vez que un mahometano fanático perpetra una escabechina nos tenemos que tragar la alfalfa de tópicos que regurgitan nuestros líderes y lideresas. Es una ceremonia consabida (¡una auténtica tradición democrática!) contra la que ya deberíamos haber criado callo; pero lo cierto es que sigue provocando nuestro enojo y repulsión. Tras el atentado de Londres hemos tenido que escuchar, por ejemplo, las paparruchas del alcalde de Londres y de la primera ministra británica, un par de inanes que parecen máquinas de escupir tópicos. El alcalde Sadiq Khan ha soltado: "Estos individuos malvados y retorcidos que intentan destruir nuestro modo de vida y nuestros valores nunca tendrán éxito".
Y uno inevitablemente se pregunta a qué “modo de vida” y a qué “valores” se referirá el andoba. La triste realidad es que en Gran Bretaña (como, en general, en Occidente) no existen un modo de vida y unos valores compartidos, por la sencilla razón de que los modos de vida y los valores los establecen las religiones; y en las sociedades llamadas “muticulturales”, donde se permiten y auspician las más variopintas religiones (para diluir, oscurecer e infiltrar la religión que fundó nuestra civilización), existe un hormiguero de formas de vida y un enjambre de valores, a menudo antípodas entre sí. Es evidente, por ejemplo, que los mahometanos (como el alcalde Sariq Khan) tienen “modos de vida” y “valores” distintos a los que tienen los hindúes, que a su vez son distintos a los que tienen los cristianos, etcétera. Y a las sociedades que pretenden fundarse en este (perdonen que me ponga tan british) patchwork “multicultural” les aguarda un destino que cierto personaje de Chesterton resumía en cuatro episodios: “Victoria sobre los bárbaros. Empleo de los bárbaros. Alianza con los bárbaros. Conquista por los bárbaros”. Esta verdad incontrovertible (probada mil veces a lo largo de la Historia) la niegan ahora los líderes y lideresas que nos llevan al barranco, pretendiendo fundar sociedades inviables en las que el patchwork o batiburrillo religioso acabe colapsando en una suerte de paganismo fofo y penevulvar donde cada uno se lo monte como pueda y todos adoren fervientemente la democracia. Pero la democracia, que sin duda es un invento tan reseñable como el sistema métrico decimal, no es una religión, sino un vacío religioso. Y, además, a diferencia de la religión (que funde y vincula a los pueblos), la democracia divide a los pueblos en facciones o banderías, los enfrenta y encizaña por motivos ideológicos, a veces incluso amparándose en la coartada de la “neutralidad”. No olvidemos, por ejemplo, que Gran Bretaña es ese pudridero donde se prohibió a una empleada de una compañía aérea llevar un crucifijo colgado del cuello.
Ante un panorama semejante, donde el batiburrillo religioso ha generado sociedades más divididas que nunca, atomizadas casi, resultan irrisorias las palabras de la primera ministra Theresa May, que con desprecio de la evidencia ha proclamado: "Avanzaremos juntos, sin permitir que las voces del odio y el mal nos dividan".
Pero ese trabajo no tienen que hacerlo los terroristas, porque ya lo hicieron otros antes. La división social es un largo proceso iniciado en la Reforma y coronado por el multiculturalismo que alientan las democracias occidentales. Los fanáticos no tienen más que aprovechar los frutos de esa división. Y a las sociedades convertidas en batiburrillo o patchwork no les queda más instrumento de defensa que las velitas y los minutines de silencio. Cáscaras vacías de la oración para multitudes amorfas y rendidas.
Publicado en ABC el 25 de marzo de 2017.