La fiesta del 25 de marzo es la fiesta de la encarnación del Señor en el seno virginal de María. Vino al ángel de parte de Dios para anunciar a María que iba a ser Madre de Dios y vino a pedirle su consentimiento: “Alégrate, María, la llena de gracia”. Y María, en un diálogo de fe con el ángel, en el que hubo preguntas y respuestas, acogió la propuesta en obediencia de amor a la voluntad de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y a partir de ese preciso instante, el Verbo se hizo carne, comenzó a ser un embrión, que anidó en el útero de María, se desarrolló durante nueve meses y nació trayendo la alegría al mundo entero, como celebraremos en la nochebuena.
Todo lo que el Hijo de Dios ha tocado lo ha redimido, lo ha convertido en plataforma y manifestación de la gloria de Dios. También esta realidad de la concepción, la gestación y el nacimiento de un nuevo ser. Por eso, en torno a esta fecha del 25 de marzo, en plena primavera, celebramos la Jornada por la Vida.
La vida está amenazada constantemente, hoy más que nunca. Dios, autor y fuente de la vida, es amigo de la vida en todas sus fases, desde su concepción hasta su muerte natural. Y nos encarga a los humanos, hombres y mujeres, que cuidemos la vida en todas sus fases. El “derecho a decidir” no puede ejercerse cuando está en juego la vida de un sujeto humano, porque la decisión presionada por intereses egoístas no respeta la vida y elimina al que estorba. Asistimos así a miles, a millones de seres humanos que son eliminados después de la concepción o porque no interesan, o porque estorban o porque se consideran simple “material genético de laboratorio”, descartable o no, a gusto del consumidor y del mercader. “De ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida”, nos recuerda el Papa Francisco (Amoris Laetitia, 83).
El lema de este año en esta Jornada por la vida proclama: La luz de la fe ilumina el atardecer de la vida. Cuando la vida se ha desarrollado, conoce su zenit y conoce su ocaso, está sometida a la fragilidad y a la debilidad del sufrimiento, está encaminada a la muerte antes o después. Y aquí la luz de la fe nos aporta otra dimensión: la persona humana no es un ser para la muerte, sino para la vida, y para una vida eterna que no conocerá ocaso. La muerte no es la última palabra en la vida de un ser humano. Estamos destinados a vivir eternamente, y a vivir felizmente.
Cuando el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, ha asumido la existencia humana en su condición terrena, se ha sometido libremente a la fragilidad del sufrimiento y de la muerte, venciendo en su propia carne esa mordida de la muerte con su gloriosa resurrección. El encuentro con Jesucristo ilumina el sentido de la vida, el sentido del sufrimiento e incluso el sentido de la muerte. La muerte no es el final del camino, sino el tránsito doloroso a una vida en plenitud. Y a la luz de esta fe, todo el sufrimiento de la existencia humana adquiere un valor redentor.
A la luz de esta fe, la vida ha de ser acompañada y protegida precisamente cuando es más frágil. La decisión de eliminar a los que estorban, o por su minusvalía o por su calidad de vida o por una falsa compasión (para que no sufran) es una postura arrogante, que se considera juez y dueña de la vida de los demás. La Jornada por la Vida de este año quiere recordarnos a todos que el compromiso por la vida debe ser tanto mayor cuanto más débil y frágil sea esa vida en cualquiera de las fases de la existencia. Debemos felicitar en esta Jornada a todos los que cuidan de los enfermos y buscan aliviar sus dolores y hacerles la vida más agradable, a todos los que atienden a minusválidos en cualquier grado, a todos los que cuidan de los ancianos con ternura y gratitud, a los agentes sanitarios, a los familiares, a los voluntarios que entregan su vida o parte de su tiempo a mitigar el sufrimiento humano.
El Hijo de Dios que se hace carne en el seno virginal de María traiga a todos la alegría de la salvación.
Recibid mi afecto y mi bendición.