Romeo y Julieta y su idealizado amor romántico han sido interpretados por la Modernidad en un sentido muy distinto al que quiso William Shakespeare (1564-1616). El escritor Joseph Pearce, uno de los grandes expertos en la vida y obra del bardo de Stratford-upon-Avon, aclara en un reciente artículo en Crisis Magazine el auténtico significado de esta obra.
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"Romeo y Julieta" en pocas palabras
Hay dos maneras de leer Romeo y Julieta. Una de las ellas es correcta, en el sentido de que es la manera en que Shakespeare quería que se leyera y entendiera; la otra, por el contrario, es incorrecta, en el sentido de que viola y pervierte las intenciones de Shakespeare.
La forma incorrecta de leer la obra, que es la forma en que los críticos y profesores modernos la leen y enseñan, implica lo que podría llamarse una lectura romántica. Esta forma de ver la obra percibe el amor entre Romeo y Julieta como irreprochable y hermoso. Las familias enemistadas, y especialmente los padres, son los culpables de la tragedia.
La forma correcta de leer la obra es lo que podría llamarse el enfoque moral o de precaución, en el que la tragedia está causada por el abandono de la razón frente al amor erótico o al odio comunitario.
Romeo da a conocer su enfoque iconoclasta y personal de la virtud al principio de la obra, cuando expresa su desprecio por el voto de castidad de Rosalina, una prefiguración del mismo desprecio por la castidad y la virginidad que mostrará al principio de la famosa escena del balcón.
También describe el amor como una "locura", demostrando su esclavitud de la mera emoción, así como su consagración a la misma, por lo que excluye la comprensión cristiana del amor como una elección racional de sacrificarse por los demás.
En cuanto a Julieta, Shakespeare la presenta como mucho más joven de lo que es en el poema de Arthur Brooke que sirvió de inspiración a la obra.
Seguramente, no es una mera coincidencia que Shakespeare haga que Julieta tenga solo trece años, la misma edad que tenía su hija en el momento de escribir la obra. Romeo, en cambio, es lo suficientemente mayor como para derrotar al temible Tebaldo con su habilidad con la espada. Es, por tanto, considerablemente mayor que Julieta, que es solo una niña.
La imagen que Shakespeare emplea con respecto al primer beso entre los amantes es la del intercambio de pecados, una imagen que reaparece cuando Julieta besa los labios envenenados de Romeo antes de apuñalarse mortalmente con su daga, siendo este último acto una imagen de la naturaleza mortal de su unión sexual.
En cuanto a la naturaleza del amor de Romeo por Julieta, es tan malsano como su anterior "amor" obsesivo y, en última instancia, lujurioso por Rosalina, lo que queda claro en el prólogo del segundo acto, cuando la voz desapasionadamente objetiva del Coro nos dice que Romeo "ya es amado y es amante: los ha unido un hechizo en la mirada". Nada ha cambiado. Él "ama" de la misma manera. La mera belleza física le hechiza eróticamente. ¿Acaso sus sentimientos por Julieta, a la que nunca ha visto, con la que nunca ha hablado y de la que ni siquiera conoce el nombre, podrían ser distintos?
Romeo y Julieta, en una representación del Chicago Shakespeare Theater en 2013.
Tras la simbólica "caída" de Julieta desde el balcón, seducida por Romeo, situado simbólicamente entre los árboles frutales del jardín que hay debajo, los dos amantes, hechizados, se conceden a una relación idolátrica en la que cada uno diviniza al otro, prefiriendo su oscuridad compartida a la luz del sol o de la luna. "Si ciego es el amor, congenia con la noche", dice Julieta. "El cielo está donde está Julieta", dice Romeo.
A lo largo de la obra, la evidente ausencia de las virtudes cardinales de la prudencia y la templanza allana el camino hacia el desastre. Sin embargo, la ausencia de tales virtudes en los amantes se ve agravada por su ausencia en otros personajes cruciales que, al ser mayores en edad, son incluso más culpables que los protagonistas principales de la obra. Como afirma fray Lorenzo, "el gozo violento tiene un fin violento".
Aunque fray Lorenzo comienza dando un consejo sagaz, no pone en práctica lo que predica al aceptar precipitadamente casar a los amantes con la ingenua esperanza de que el matrimonio pueda traer la paz entre las familias enemistadas. Confiesa su insensatez y acepta el castigo que le corresponde. El Príncipe, al final de la obra, le dice: "Siempre os he tenido por un hombre venerable", un juicio que confirman, en su mayor parte, sus acciones.
No se puede decir lo mismo de los demás personajes. Capuleto comienza con un aparente deseo de proteger a su hija de un matrimonio prematuro, pero luego insiste en obligarla a contraer un matrimonio no deseado con Paris; el ama no apoya a Julieta, e incluso sugiere que su joven protegida siga adelante con el matrimonio bígamo.
Está claro, por tanto, que Julieta es traicionada por aquellos que deberían haberla salvado de su propia e inmadura locura. Este fracaso de los personajes adultos sirve de contrapunto moral a las pasiones traicioneras de la juventud. Es como si Shakespeare quisiera ilustrar que los jóvenes pueden desviarse trágicamente de su camino si no los frenan la sabiduría, la virtud y el ejemplo de sus mayores.
La tragedia final es que los Capuleto y los Montesco solo aprender esta lección tras la muerte de sus hijos. Pero la aprenden. Y el consiguiente restablecimiento de la paz proporciona una catarsis triste pero consoladora. Que este giro catártico pueda considerarse un final feliz es una cuestión discutible. Sin embargo, es un final que devuelve, no solo la paz, sino también la cordura a los protagonistas supervivientes, y esto es sin duda una fuente de alegría, aunque sea una alegría teñida de dolor.
Por último, la paz que reina al final de Romeo y Julieta es mucho mayor que la paz mundana y meramente política que surge en Verona. Es la enseñanza impartida en medio de la tragedia por fray Lorenzo que afirma que "un poder superior a nosotros ha impedido nuestro intento". El poder superior de la divina providencia no se contradice, su armonía y su paz permanecen y no puede ser frustrado por la imprudencia de las intenciones y acciones pecaminosas de quienes desafían y niegan la ley moral.
"Esta escena de muerte es la señal que me avisa del sepulcro", dice la señora Capuleto, indicando que la muerte misma es el toque de gracia que hace entrar en razón a las partes enemistadas. "Todos estamos castigados", dice el Príncipe, reconociendo el amargo precio que se paga cuando se desprecia pecaminosamente la virtud.
Traducido por Elena Faccia Serrano.