Salvad al tigre es el título de una película de 1973 con la que Jack Lemmon ganó el Oscar. Es la historia triste y sórdida de un hombre en crisis existencial. En un momento dado, cuando está al borde de la desesperación, un activista le propone que se sume a una campaña a favor del animal, en vías de extinción. Ya tentado de pegarse un tiro, le mira extrañado, dudando si creer que el joven activista hable en serio.
Como es evidente, los animalistas siguen hoy hablando en serio, aún más que antes. Sin ir más lejos, en un país problemático como la India, donde combaten contra plagas nacionales como el estupro, el homicidio de las mujeres sin dote, el aborto selectivo (femenino), la discriminación de los parias -y, en algunos estados, de los cristianos-, la pobreza de amplias capas de la población, etc. Todo ello, en un mar de contradicciones y desigualdades para una nación-continente que, para colmo del contraste, es también una potencia nuclear y la primera flota de guerra en su océano.
Pues bien, había por allí una tigresa devoradora de hombres que desde 2016 aterrorizaba los pueblos cercanos a la jungla de Yavatmal, en el estado de Maharashtra. En dos años había matado a trece personas y herido a otras veinte, algunas de gravedad. El gobierno local declaró el estado de alerta y puso sobre el terreno un respetable equipo de guardas forestales: hasta ciento cincuenta hombres organizados, con perros, cámaras e incluso drones. Pero no había forma de capturar a la bestia, bautizada por la gente como Avni. Entonces pusieron al frente del escuadrón a un experto cazador armado con un fusil.
Los animalistas pusieron el grito en el cielo: la bestia es intocable; qué vergüenza, ciento cincuenta contra uno. Y como, en cuanto a ferocidad, ellos tampoco son mancos, pusieron un prolijo recurso ante el Tribunal Supremo. El cual, sin embargo, les infligió una derrota al rechazar el recurso: lo sentimos, pero trece muertos devorados son demasiados incluso para un animal en extinción.
Los expertos explicaron que Avni es una bestia resabiada y agresiva que no teme al ser humano; es más, una vez que los ha probado, los encuentra (y los busca) de forma preferente. En cualquier caso, se ordenó a los guardas que intentasen capturarla sin hacerle daño. Avistada y rodeada, le dispararon un dardo anestésico, pero no salió bien. El dardo dio en el blanco, pero no tuvo más efecto que enfurecer aún más a la tigresa, que se lanzó a por los hombres. Solo que esta vez el cazador al mando de la batida fue más rápido que ella y la abatió al primer disparo.
Fin de la pesadilla para la gente de Yavatmal. Y comienzo de la pesadilla para el cazador, que desde entonces no puede ni salir de casa, acosado por los animalistas.
El gobierno central ha recordado que en la India hay dos especies en vías de extinción, los tigres y los elefantes, pero que estas bestias causan una media de un muerto al día en el país. Solo que a los teóricos del “queridos amigos humanos y animales” eso les trae sin cuidado.
Es que los seres humanos son demasiados, siete mil millones, mientras que los animales en vías de extinción son pocos. ¿Y qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos? ¿Un mundo sin tigres ni elefantes? Eso, nunca.
Y es inútil intentar razonar, porque, como es sabido, con las ideologías no se razona.
Me viene a la mente el caso de aquella conferencia amazónica, hace muchos años, cuando en el palco, junto a vips internacionales del ecologismo y del buenismo global, se presentó el jefe de los indios yanomami ataviado con una piel de jaguar.
¡Escándalo! ¡Horror! Él, serenamente, replicó: señores míos, díganme qué tendría que hacer si me encuentro un jaguar en la selva. Y luego lanzó su J’accuse [Yo acuso]: ustedes querrían que los indios siguiésemos viviendo como en la Edad de Piedra para recreo de los turistas, pero nosotros también queremos hogares con calefacción, coches y, dada la vastedad de la Amazonia, ¡helicópteros para llegar al hospital más próximo!
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.