Carrillo, ese pitillero revolucionario investido doctor horroris causa por la metafísica autoridad del ministrado Gabilondo, nos dio la clave hace algunos años, en memorable entrevista al diario El Mundo. A la pregunta ¿De qué se arrepiente?, el doctor de Paracuellos, Ph. D. en checas, afirmó: «Yo no soy creyente y creo que el arrepentimiento cuadra con la actitud de los creyentes, pero no con la de los políticos». Esas palabras, publicadas el 2 de Abril de 2003, no han perdido ni vigencia ni poder lumínico para entender las actitudes de la izquierda sangrienta y sangrante.
 
La Iglesia, por el contrario, en los últimos tiempos ha dado un paso al frente –incluso más allá de lo que algunos fieles entienden que sería razonable- en la purificación de la memoria. De gran interés es al respecto el documento Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado, de la Comisión Teológica Internacional, bajo la dirección del por entonces cardenal Ratzinger, donde se trata ampliamente la cuestión, en sus fundamentos teológicos, criterios éticos y perspectivas pastorales y misioneras. En él se subraya la justa medida y el sentido de tal actitud, que es ejemplarizante para la sociedad, pero no debe «caer en el resentimiento o en la autoflagelación», sino que más bien debe llegar a la confesión del Dios cuya «misericordia va de generación en generación (Lc 1,50), que quiere la vida y no la muerte, el perdón y no la condena, el amor y no el temor». Si hay culpa, procede el arrepentimiento y la petición de perdón. Y se profesa: se ha pedido perdón por los males de hoy, por la intolerancia y el uso de la violencia al servicio de la verdad, por la actitud ante los hebreos, por sus silencios, por las culpas de sus hijos…
 
El doctor Carrillo nos aclaró en la susodicha entrevista el vínculo entre maquiavelismo y marxismo al proclamar la falta de utilidad del arrepentimiento para el político: «Si un político ha cometido un error, arrepentirse no resuelve nada. Probablemente yo he cometido en mi vida errores políticos, pero ninguno que a estas alturas perturbe mi conciencia». No nos cabe la menor duda de que su conciencia quedó muda hace tiempo, porque tantos años de gritar en el desierto crean afonía moral. Este es el problema de tantos revolucionarios del siglo XX e izquierdistas del XXI, que injuriosa y contumazmente han acallado su maleada conciencia hasta expulsarla de su conducta en exilio perpetuo de la ética natural.
 
Frente a tal ignominioso pensamiento carrillista, y no por un sentido religioso de la existencia, sino por mera conciencia ética, numerosos son los ejemplos de petición de perdón en el mundo político: de los primeros ministros de Australia y Canadá a las comunidades nativas por los excesos cometidos; del primer ministro japonés Koizumi porque su régimen colonial en el pasado «causó daño y sufrimiento tremendos a muchos países, particularmente a las naciones asiáticas», o de Ángela Merkel ante el Parlamento israelí por la Shoa.
 
En nuestro doméstico establo, el ganado no parece estar por la labor. Me refiero a los rumiantes ideológicos herederos del Lenin español, y a otros partidos que hoy en día ocupan escaños en el parlamento nacional con las siglas que en la guerra civil eran el rótulo de entrada en la checa. ¿Qué perdón han pedido los partidos y sindicatos bajo cuya directa responsabilidad se encuentra, por instigación, apoyo o ejecución, la muerte de los más de 4.000 religiosos asesinados en los años 30?
 
El alcalde de Calonge (Gerona), Jordi Soler, ha pedido perdón por la quema en 1909, durante la semana trágica, del colegio de San Martín de los Hermanos de la Salle y la expulsión de las Carmelitas Vedrunas, en un acto institucional que le honra. Tal hecho debería dar que pensar a los que se encuadran en partidos, sindicatos e ideologías que han causado tanto sufrimiento en nuestro país y fuera de él. ¿Cuándo purificarán su memoria histórica los socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas y republicanos, y tendrá auténtico coraje y conciencia moral para reconocer, por imperativo ético, su culpa y pedir perdón por sus asesinatos y tropelías? Si no son capaces de hacerlo, que no pidan lo que no pueden dar.
 
No solamente los políticos, sino sus correas de transmisión, han de tener una mínima honradez y sentido moral. El periódico local de la provincia, el «Diari de Girona», recoge la mencionada noticia en apenas unas líneas sin información gráfica, la tergiversa, ocultándose el verdadero sentido del acto, y se silencia que el alcalde pidió perdón. El resto de la prensa catalana, simplemente, la ha ignorado.