Michael Novak pasará a la posteridad como un hombre de convicciones firmes. La principal de ellas es la creencia en la compatibilidad entre la doctrina de la Iglesia y el capitalismo liberal, plasmada en su libro El espíritu del capitalismo democrático, publicado en 1982, hoy convertido en un “clásico”, cualidad reconocida tanto por sus admiradores como por sus detractores.
En él, Novak sugiere unificar la Tradición de la Iglesia con la modernidad social. Cimienta su argumentación en dos fases. En la primera critica la incomprensión de la dinámica del mercado por parte del pensamiento católico, debido, principalmente, a una mala interpretación del concepto de solidaridad. En la segunda, reconoce que el capitalismo democrático “no es el Reino de Dios ni está exento de pecado” y “sin embargo, todos los otros sistemas de economía política conocidos hasta ahora parecen ser peores”. Conclusión: “Una esperanza como la de aliviar la pobreza y eliminar la tiranía está en este tan despreciado sistema”.
Este fue el hilo conductor que ha hecho de Novak uno de los intelectuales católicos más influyentes de la era contemporánea. Sin embargo, el inicio de su trayectoria discurrió en otros terrenos ideológicos y doctrinales. Tras abandonar su vocación sacerdotal –con una licenciatura en Teología obtenida en la Universidad Gregoriana-, se convirtió en periodista y The National Catholic Reporter le envió a cubrir la segunda sesión del Concilio Vaticano II. De allí salió un libro, La Iglesia abierta, que le valió una llamada de atención por parte del arzobispo Egidio Vagnozzi, entonces Delegado Apostólico en Estados Unidos.
También fue, durante su etapa progresista, uno de los impulsores de la huelga fiscal impulsada por escritores y editores en protesta por la Guerra de Vietnam, al tiempo que escribía un libro para dar algo de contenido espiritual al movimiento New Left. Su punto de inflexión doctrinal se produjo a partir de 1978, año en el que empezó a trabajar en The American Enterprise Institute, entidad a la que permaneció unido hasta su muerte.
Desde esa atalaya aportó una estimable munición intelectual al conservadurismo norteamericano y de modo especial a Ronald Reagan, quien le nombró embajador ante las Naciones Unidas en Ginebra en 1981 y ante la OSCE en 1986. Su intervención fue decisiva para convencer a los obispos norteamericanos acerca de las virtudes de la disuasión nuclear como instrumento para vencer la Guerra Fría. Mientras tanto, no se olvidaba de la Ciudad Eterna, donde su huella se notó de modo especial en la encíclica Centesimus Annus, en la que Juan Pablo II admitió, con algunos matices y condiciones, la validez del capitalismo liberal.
No ocurrió lo mismo en relación con la Guerra de Irak: Novak fracasó al intentar que el Papa polaco suavizara su postura. Fue el inicio de serias divergencias entre el teólogo y Roma que afloraron cuando Novak manifestó sus reticencias sobre Caritas in Veritate, la encíclica social del Benedicto XVI.
Publicado en ABC en 21 de febrero de 2017, como obituario por la muerte de Michael Novak (1933-2017), fallecido el 18 de ese mes.