Queridos jóvenes:

Os deseo gracia y paz.
 
Nuestra sociedad está acostumbrada a reivindicar derechos; incluso se habla de “ampliación de derechos”, pero no recordamos con tanta frecuencia los deberes. Como miembros de la familia, los hijos tenéis grandes deberes que el Catecismo de la Iglesia Católica desarrolla en los números 2214 a 2220. Merece la pena leer con detenimiento estos párrafos llenos de sabiduría y de experiencia. Por ello, deseo compartir con vosotros esta reflexión.
 
1) El primer deber es el respeto a los padres. El respeto se construye desde la gratitud. Los padres os han dado la vida, os manifiestan su amor, trabajan y se desviven por vosotros, os ayudan a crecer como personas y como creyentes. Ninguno de vosotros os habéis dado la vida a vosotros mismos. Es imposible pagar a vuestros padres todo lo que hacen por vosotros. Es necesario saber dar las gracias con los labios y con el corazón, de modo directo, sin miedo y sin buscar beneficio inmediato.
 
2) El respeto se expresa en la docilidad y la obediencia. La docilidad no se identifica con el sometimiento, ni con la pasividad, ni con la negación de la propia personalidad. Ser dócil significa tener una actitud positiva para acoger consejos y aprender de la experiencia de los demás. La persona dócil es suave, apacible, receptiva, pero también firme, tenaz y emprendedora. Es obediente el joven que escucha con el corazón, que presta oídos atentos a lo que le dicen los demás y a lo que le expresan con el ejemplo y las actitudes.
 
3) Los hijos mayores también tienen responsabilidades para con los padres. En ciertas ocasiones hay que prestarles ayuda material y moral. Hay que estar junto a ellos en la vejez y en la enfermedad, en los momentos de soledad o de abatimiento. Pero también los hijos menores tienen oportunidad de colaborar activamente en esos días en que las madres tienen que atender a un familiar enfermo o cuando los padres pasan mucho tiempo fuera de casa. Hay que aprender a realizar las tareas domésticas y es una obligación llevar a cabo las actividades para las que estáis capacitados.
 
4) El respeto a los padres favorece la armonía de toda la familia porque irradia en todo el ambiente familiar una capacidad de humildad, dulzura y paciencia que mejora la calidad de las relaciones entre los hermanos. Quien es respetado sabe respetar y engendra respeto. Como una cadena de ondas expansivas, semejante al efecto que produce una piedra cuando cae en un estanque, que genera un movimiento a su alrededor, así, desde la familia, se va regenerando la sociedad y el mundo.
 
5) Los abuelos merecen vuestra consideración y vuestra atención. Los ancianos experimentan, con demasiada frecuencia, olvido y desprecio. El Papa Francisco escribe en la Exhortación apostólica Amoris laetitia: “Una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad sin honor (…). Es una sociedad destinada a poblarse de jóvenes desapacibles y ávidos” (AL 189). El Papa afirma: “la Iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, respecto a la vejez. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentir al anciano parte viva de su comunidad. (…) “¡cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos!”” (AL 191).
 
Permitidme que os pregunte: ¿cuándo habéis visitado por última vez a vuestros abuelos?; ¿cuándo habéis hablado de tú a tú con vuestros padres? No dejéis que pase demasiado tiempo.
 
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.