Algunos líderes del Partido Popular están empeñados en equivocarse. En un momento en que la sociedad española aprecia la serenidad y los aciertos de un gobierno modesto y realista, que representa la única garantía de solidez institucional ante el avance del populismo y el desafío secesionista, han decidido jugar la carta de las “políticas sociales” como seña de identidad del centro-derecha que ha de salir de su próximo Congreso. “Políticas sociales” es sólo un eufemismo para esconder una vergonzante sumisión a la cultura de raíces sesentayochistas que cultiva una izquierda fracasada en sus alternativas económicas.
Como si no bastara la patética marcha atrás en la reforma de la ley del aborto, que supuso la caída de Ruiz-Gallardón y un profundo malestar, aún no curado, en amplias franjas de su electorado, ahora se introduce la propuesta de legalizar la maternidad subrogada. No existe la más mínima expectativa al respecto en la sociedad española, y menos aún entre los votantes del PP, pero algunos prometedores barones populares, como Núñez Feijoó y Cifuentes, apoyan calurosamente esa medida. Una medida que no reportaría ventaja electoral alguna, pero que desvelaría una preocupante indigencia en la cultura política del PP, una increíble falta de personalidad y un desprecio rampante a muchos de sus electores.
Es difícil encontrar un solo argumento solvente entre los promotores de legalizar los denominados “vientres de alquiler”. El presidente gallego, brillante en tantos aspectos, ha manifestado que la ética tiene que irse ajustando al paso del tiempo, mientras que la presidenta de la CAM sostiene que un partido como el PP debe acompañar el paso de la sociedad. Cualquiera que sea la posición que se sostenga en un debate, está claro que la ética debe responder al significado y verdad de las cosas, y no a un mero ajustarse a las opiniones fluctuantes. Por ejemplo, una encuesta reciente demuestra que una mayoría de estadounidenses apoya las medidas antiinmigración del presidente Trump, pero seguramente Feijóo y Cifuentes las rechazan firmemente.
El hecho es que los “vientres de alquiler”, denominación bastante certera, aunque comprensiblemente moleste a la señora Cifuentes, son un negocio en el que se mercadea con seres humanos. El legítimo y comprensible deseo de ser padre o madre no implica un supuesto “derecho al hijo”, al que habría que responder a toda costa. Ni un hijo ni una mujer son algo que se pueda comprar, vender o alquilar, y eso es algo que el Estado debe tutelar frente a cualquier pretensión.
Además es una falacia descarada decir que la sociedad española demanda la legalización de la maternidad subrogada. Al contrario, estamos ante un caso típico en la política europea de los últimos treinta años: son los medios de comunicación y algunos partidos, presionados por determinados centros de influencia, los que ponen en marcha una operación de ingeniería social que termina dando sus frutos. Esto revela la debilidad de nuestra sociedad civil, ciertamente, pero no impide ver la génesis del proceso. Lo curioso es que hasta ahora el PP no había liderado esas operaciones, en todo caso había renunciado a revertir sus efectos. Se ve que los “jóvenes” líderes con futuro buscan un lugar al sol, al sol de ciertos poderes que harían más confortable su futuro.
Llegados a este punto, y en la perspectiva del próximo Congreso, interesa aclarar que no se trata en modo alguno de postular un PP de corte confesional. Nunca ha sido un partido católico, y personalmente considero eso un acierto. Pero sí ha sido un partido que ha reconocido al humanismo cristiano como uno de sus afluentes, un espacio en el que los católicos podían trabajar junto a otros, creyentes y no creyentes, sin ninguna pretensión de hegemonía pero con la convicción de que sus aportaciones contribuyen a forjar un proyecto interesante para el bien común. Por desgracia, desde hace algún tiempo se observa una criba sistemática tendente a eliminar presencias incómodas, y la poda quizás no ha terminado aún. Funciona un rodillo que puede dejar a ese partido completamente inane, salvo en lo que se refiere al rigor económico. Pero cuidado, también eso estará a la larga en peligro.
En un momento de serias incertidumbres y convulsiones los grandes partidos necesitan un refuerzo cultural, un fortalecimiento de su identidad que no está reñido con la apertura, el diálogo y la colaboración. El centro-derecha debe abarcar un amplio espacio social, evidentemente plural, con una propuesta que traduzca políticamente la mejor tradición de occidente: laicidad positiva, subsidiariedad del Estado, reconocimiento de la familia como elemento vertebrador esencial, economía social de mercado y defensa de la dignidad de toda persona. Todo ello es tanto más necesario en la medida que el centro-izquierda está sumido en una crisis de difícil solución, que implica también un desfondamiento cultural.
Se trata de asuntos en los que caben matices a la hora de legislar y gobernar, y sobre los que es lógico que se abran debates acompañados de una saludable tensión dentro de un partido con vocación de mayoría. Lo increíble es que algunos líderes, los que pretenden encarnar la renovación del PP, declinen sostener creativamente esos valores y prefieran mimetizarse con todo aquello que nos ha conducido a una crisis sin precedentes. La batalla en el próximo Congreso será reveladora cara al futuro. Porque aunque lo decisivo es cómo se va a mover la sociedad, los partidos pueden ayudar o dificultar mucho las cosas.
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