La Iglesia siempre ha estado sometida a la opresión y ataques de sus enemigos desde el mismo Monte Calvario. Y cuando en algún período histórico la hostilidad externa ha disminuido, el diablo se ha encargado de enfrentar a hermanos con hermanos, provocando cismas, herejías, pugnas internas o relajo moral.
La situación actual anti-cristiana, especialmente anti-católica, viene del radicalismo jacobino de la III República francesa (18701914 ó 1940), de inspiración masónica, herencia de su propia y sangrienta revolución. En el siglo XX irrumpió como el caballo de Atila en la escena mundial, una revolución aún más nefasta y violenta que la anterior, la marxista-leninista, totalmente atea. La barbarie más primitiva se había impuesto en los que pretendían crear una nueva civilización más «progresista».
El experimento ha fracasado totalmente a nivel mundial por inhumano, tiránico e irracional. El hecho de que todavía subsistan países comunistas, alguno de las enormes proporciones de China, y en nuestro entorno los últimos mohicanos rojos, no significa que no se trate de situaciones a extinguir que la natural evolución histórica se encargará de disolver. Pero entre tanto tendremos que padecer las salidas de pata de banco de estos ateos apolillados con olor a naftalina, como la de esa de señora finlandesa, italiana de bragueta, «miembra» de la liga de agnósticos, ateos y racionalistas, que ha ganado el pleito en el tribunal masónico de Derechos Humanos de Estrasburgo para suprimir los crucifijos de las escuelas públicas en Italia. La próxima sentencia de tan aséptico y neutro tribunal será, quizás, tapiar o derruir la basílica de San Pedro, a fin de no herir la sensible sensibilidad de estos mequetrefes ignorantes supinos de la historia y cultura de los pueblos.
El hundimiento del marxismo comunista, tan tosco como brutal en sus ataques a la religión, ha permitido a la masonería recuperar su vieja hegemonía, si es que la había perdido alguna vez, en este empeño secularista, aunque con maneras más sibilinas pero no menos venenosas. Los masones argumentan que las religiones han sido y son causa de enfrentamientos y conflictos, incluso armados, en la humanidad. Por eso hay que marginarlas, recluirlas en la conciencia de los individuos, eliminarlas de la esfera pública y social. Pero si las religiones pueden ser causa de división social cuando se olvida el principio de reciprocidad, no lo son menos los partidos políticos y las ideologías, con sus pugnas y batallas, a veces cruentas, por alcanzar el poder. Sin embargo, de ello los masones no dicen ni pío, acaso por temor a ser acusados de totalitarios, como realmente son.
Los masones dicen también que el secreto de la masonería es que no tienen secretos. Bueno, en materia de ritos, liturgia y organización, tal vez no, porque se han publicado múltiples libros sobre el particular. ¿Pero conocemos los nombres de los masones que ocupan puestos relevantes en los poderes y estructura del Estado español y en los múltiples organismos internacionales? ¿A qué viene tanto misterio, por qué no puede saberse quién es quién donde importa saberlo? En España no habrá más allá de cuatro mil masones, sin embargo dominan los principales centros de poder. Ocurre lo mismo en el ámbito internacional. Si conociéramos la filiación secreta de la mayoría de los dirigentes de los organismos mundiales, empezando por la ONU y sus numerosas agencias, advertiríamos en qué medida estamos en manos de un gobierno mundial en la sombra, que no sabemos que programas de alcance universal promueve ni siquiera dónde radica.
Campañas de promoción masónica que ahora cabe detectar a nivel mundial son el exceso de población planetaria y el cambio climático. Ya sabemos que uno de los remedios que propugnan los organismos internacionales dirigidos por masones para limitar y reducir el crecimiento demográfico de la Tierra, es la implantación del aborto prácticamente libre allí donde se pueda, olvidando la posibilidades que ofrece la revolución verde y los progresos tecnológicos para atender a una población moderadamente en aumento. Asociado a semejante empeño genocida está la milonga del cambio climático y el calentamiento de la atmósfera por causas “antropogénicas”, es decir provocadas por el hombre. De ahí que haya también que eliminar seres humanos, nacidos o por nacer, cuantos más mejor, porque las personas somos altamente contaminantes y voraces, de manera que estamos acabando con los recursos naturales. ¡Mentira podrida! La naturaleza y la innovación tecnológica tiene capacidad para producir mucho más de lo que se produce ahora. ¿Acaso buena parte del pescado de nuestros días no procede de piscifactorías recientes?
Otro grupo de presión que no se distingue precisamente por su afecto a la Iglesia, es el feminismo militante, de raíz marxista. Así como el cristianismo es la doctrina del amor («“amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo»), el marxismo es la ideología del odio de unos grupos sociales a otros, la lucha de clases permanente. Pero como las clases se han difuminado en grandes áreas de la Tierra al rebufo del desarrollo económica, y esa lucha ya no vendía, como advirtió Antonio Gramsci, ciertas ideólogas marxistas, según hicieron en su día los de la Escuela de Frankfurt respecto a la lucha de generaciones, idearon la lucha de géneros, o sea las mujeres contra los hombres, como si unas y otros no fueran complementarios de acuerdo con la naturaleza.
Habría que hablar asimismo del «lobby» rosa, que no pierde ocasión de embestir a la Iglesia, porque la Iglesia, lógicamente, no está por la labor de resucitar a Sodoma y Gomorra. La naturaleza de las personas es la que es, y nadie está moralmente legitimado para cambiar las reglas del juego humano. En fin, que los creyentes tenemos un buen tajo por delante para defender la fe, la Iglesia y el derecho que nos asiste a difundir públicamente nuestras convicciones, en el marco TRANSPARENTE de un régimen de libertades.