Pensé desde el primer momento que era un reto hacer una reseña de un libro de Jesús Ayet. Yo, un joven que apenas ha empezado en esta larga empresa de la palabra, y, Ayet, un consagrado poeta. Pero, en el fondo, hay algo bello en esta propuesta. Cuando lean el poemario, es más sencillo de lo que parece. Y es que entre Jesús y yo existe una unión, una casa común, que trasciende la palabra, y que habla de una verdad absoluta que existe desde el inicio de los tiempos.
Serás como mi boca, publicado en Ediciones Vitruvio, es un acto misionero hacia el misterio de la existencia y de la fe. A medida que leía estos 153 poemas, me acercaba a esa "boca" que busca transmitir lo inefable, lo que no se puede nombrar sin que se derrame en nosotros una intensidad de emoción que se vuelve imposible de contener. 153 poemas dedicados al libro, pero también es el número de veces que su autor pide, recibe y otorga, como un agradecimiento por un amor que es más grande que todo lo humano, que es más grande que él mismo.
Como en el sacrificio eucarístico, aquí la poesía es entrega, es transformación. Es carne y espíritu a la vez. 153 poemas que nos invitan a compartir este pan y este vino, a dejarnos redimir por una sangre que no solo es dolor, sino también promesa de vida. Es una comunión que espera para, algún día, alcanzar la cima del Gólgota y abrazar la Cruz.
Jesús Ayet lo muestra en su versos con excelsa vocación:
Me alimentan tus manos y tu boca,
me alimentas del pan que tus manos me ofrecen, que me llenan de ti,
me embriagas de la sangre que emanan tus heridas,
me hago de tu voz… como pez que del agua salta a la superficie
y me recoges, me arrullas, me adormeces,
y quedo embriagado de ti, pues te he bebido.
Entonces, aquí, el autor de este poema, como las veces en que el apóstol Pedro, después de haber negado a Cristo, es llamado por Él a reencontrarse con el amor verdadero. “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Ante esa pregunta, Ayet nos sumerge en un viaje con su voz, con su clamor, con su poesía antes de darnos la respuesta. Una poesía que se derrama de los grandes poetas místicos y, como ellos, entiende el amor no como un concepto abstracto, sino como un fuego que consume y que, a la vez, purifica.
No solo escribe, sino que grita. Serás como mi boca es, como la poesía de San Juan, un planto, una súplica que clama por un amor que no es humano, por una sangre y una carne que salvan al mundo. El autor nos acerca a la respuesta y, sin temor, nos muestra la esencia misma del cristianismo en busca de lo eterno, como una voz que se alza desde la humildad y el sufrimiento, como un niño que pide, como un alma que suspira por la redención, como un mendigo que espera la mano salvadora.
Por eso decía al principio que este poema es un acto misionero. Porque creo que no hay mirada humana que pueda penetrar sin estremecerse en esta realidad deshumanizante y carente de fe. Y aquí se alza este poema, no como una reflexión fría, sino como una pasión viva. Es ahí, quizá, que viene a traernos la memoria de este poema aquellos versos de la Santa abulense, quien decía: “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero.”
Y es que, Ayet, a través de sus versos, como Santa Teresa, se entrega al misterio del amor, con ansias de unión con lo absoluto. Con un amor que no muere y dice:
Serás como mi boca,
porque tu amor es necesario para sentirme amado
y para amarte,
arrojarme al abismo de tu amor en mi amor,
de mi infinito en tu infinito,
de tu deliro en mi delirio.
La suplica de Jesús Ayet se convierte en un eco profundo que reclama ese amor, ese que no se detiene ante las sombras del alma, sino que avanza hacia la luz y se disuelve en un canto, en un acto de alabanza y de plegaria. Jesús Ayet en Serás como mi boca espera y nos hace esperar, en este rezo, o, mejor dicho, en estos 153 rezos, en los que nos lanza las redes llenas de peces junto al lago de Tiberíades, donde Dios le concedía esa pregunta “¿Me amas?”, y, como Pedro ante Jesús resucitado, Ayet ahora responde con humildad: “Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”.