El Consejo de Ministros acaba de aprobar la nueva ley del aborto, que permitirá abortar a niñas de 16 años sin el consentimiento de sus padres. Si la aceptación social del aborto, incluso como un "derecho" de la madre, es una cuestión lacerante, esto le añade, sin duda, un plus de perversión. No se puede votar con menos de 18 años, no se pueden ejercer muchos derechos civiles siendo menores de edad, pero se puede tomar una decisión tan trascendente como eliminar al ser indefenso en el seno de una madre sin la madurez ni la edad requerida para otros actos. Es un paso más en esa visión totalitaria de que los hijos no son de sus padres.
Lo incomprensible es que la izquierda, con la colaboración u omisión de cierta derecha acomplejada y cobarde, no da otra opción a las madres en dificultad que el aborto. Nada de ayudas, nada de acogida, nada de apoyo, ninguna alternativa. Cuando se han planteado esas alternativas en algún Parlamento, han sido rechazadas. Es más, condenamos a penas de cárcel a los osados que merodeen por los centros abortivos tratando de dar información sobre otras opciones, diciendo falazmente que "acosan", también por el solo hecho de estar rezando delante. ¡Cosa más inofensiva y pacífica que rezar! ¡Habráse visto!
El problema es que el aborto se defiende ya no tanto como una circunstancia extrema en casos de dificultad de la madre, sino como un método anti-conceptivo más y, claro, el citado argumento sensiblero deja de ocupar su lugar, ante el pensamiento de que mi libertad no tiene que tener límites para usar el método anticonceptivo que se me antoje. Por eso, el aborto se ha convertido en un "derecho" de la madre, pero lo cierto es que es un derecho inexistente, en cuanto que no hay derecho alguno a matar, no existe licencia natural para matar a nadie, pero menos todavía a un ser indefenso y sin escapatoria en el seno de una madre.
Por ello, cuando se dice que en el tema del aborto colisionan dos derechos (el de la madre y el del niño concebido y no nacido), estamos, creo, ante un axioma falso: no existe tal conflicto de "derechos", porque una madre no tiene derecho natural a disponer de la vida de su hijo (ni de nadie). Si no existe el derecho de la madre, sólo queda el derecho a la vida del nasciturus, que ha de ser del todo respetado. No hay conflicto. Hay vida. Y punto. La vida humana se respeta y ante ella se doblegan el resto de supuestos derechos, que, por otra parte, no existirían si antes no hubiera vida.
Cuestión previa a la del aborto es la irresponsable educación sexual que estamos difundiendo en nuestras escuelas y en nuestra sociedad, accesible a todas las edades. Banalizamos la sexualidad, entendiéndola y enseñándola como un jueguecito, como un pasatiempos y, claro, luego la niña se nos queda embarazada con 15 o 16 años. Pues vaya "broma". Además, olvidamos lo fácil que resulta jugar en ella con las personas, utilizándolas como objetos para el propio placer narcisista, en lugar de como sujetos (personas) dignos de respeto y amor, fin amoroso de nuestras acciones y nunca medio para nuestros placenteteros fines egoístas.
No nos damos cuenta de que mucha de la hoy llamada "violencia de género" tiene su raíz en esta errática concepción de la sexualidad, que no va a sanar ninguna ideología "heteropatriarcal" ni de igualdad, sino el responsable autodominio de uno mismo en un tema de alta capacidad obsesiva. Jugar con el sexo se convierte fácilmente en jugar con las personas y corre el grave riesgo de obviar que jugamos con el camino ordinario por el que, prevista o imprevistamente, puede venir al mundo un nuevo ser humano; cuestión, por otra parte, nada baladí y que pide un grado tan alto de responsabilidad personal que, en esta sociedad blandengue, floja y bizcochable, no parece acertado presuponer a un niño-adolescente de 14, 15 o 16 años. Tremendo.