Fui a recoger al aeropuerto a mi amigo que, después de un largo viaje de más de diez horas, acababa de llegar y al subir al coche comenzamos a hablar de las cosas de aquí y de allí.
Mi amigo es doctor en teología -hizo la tesis en Roma- y ejerce como tal. Había leído durante el viaje mi artículo La filosofía moderna, una oportunidad para la fe y comenzamos a hablar sobre el tema, hasta que en un momento determinado le dije que Benedicto XVI sería recordado como el teólogo que añadió el complemento “personal” a toda la teología y que junto con Tomás de Aquino y Alberto Magno pasaría a la historia de los grandes teólogos. Si Santo Tomás había descubierto el acto de ser y escribió la Summa Theologiae, Benedicto XVI había descubierto a Cristo como persona y también dejó escritos numerosos libros.
Y ya que estaba metido en harina, me vine arriba y le comenté que a partir de ahora toda la teología sería personal. A lo que me contestó sin pestañear: “¿Y si Dios no es persona?” Y se bajó del coche, porque habíamos llegado a su casa.
Me quedé pensando sobre esta cuestión: y si Dios no es persona, ¿qué es? El concepto de persona de Benedicto XVI remite a los griegos, al prosopón la máscara del actor, que el propio Ratzinger añade al logos, como la persona de la palabra, que es algo más que “rol”, es persona.
Es en las disputas trinitarias de los primeros siglos del cristianismo cuando se acuña el término persona para definir el misterio trinitario como un solo Dios verdadero en tres personas, y también el misterio de la Encarnación como una Persona con dos naturalezas en el Hijo. Y así en los primeros siglos ya se utilizó este término, como por ejemplo Tertuliano, que ya usa esa palabra, prosopón, para hablar de la Trinidad.
También San Agustín, en su tratado De Trinitate, lo usa y le da el sentido de relación, de apertura.
Así se acuñaron, en los primeros siglos, este y otros términos de la cultura griega para expresar la nueva fe de forma más rica que en los términos de la Torá, que podían encorsetar a esa nueva realidad naciente al usar términos muy consolidados en la tradición rabínica. Y pasado el tiempo, el término prosopón perdió fuerza, sustituyéndose por el termino griego hypostasis, que se tradujo al latín como sustancia, y que Boecio acuñó como definición de persona en una de las fórmulas más citadas que ha llegado hasta nuestros días: sustancia individual de naturaleza racional.
La sustancia tomó entonces un papel prioritario y pasó a ser el sustento o el fundamento de las cosas. Pero la sustancia es hilemórfica, por lo tanto, es un compuesto de materia y forma, o lo que es lo mismo, en ella actúan la causa formal y la causa material. La sustancia es lo común y los accidentes los que la especifican. Este nuevo concepto duró muchos siglos y se asentó en la teología escolástica. Así se podía explicar fácilmente cómo en el misterio de la Eucaristía se realizaba la Transustanciación, o cambio de la sustancia permaneciendo los accidentes del pan y del vino.
La filosofía del siglo XX es dependiente del idealismo alemán de Hegel (siglo XIX). En esta concepción el sujeto de la modernidad es el yo. Hegel propone que la filosofía ha de ser exclusivamente racional. “Porque es únicamente desde la razón como el ser humano llega a conocer la verdad”, en palabras de Hegel.
Como reacción a esta tendencia idealista y al positivismo científico, aparece también a primeros del siglo XX, entre otras, una corriente personalista que toma alguna parte de Kant y también de Kierkegaard, para dar una respuesta no sólo filosófica sino también cosmológica y política, que proteja a la humanidad del marxismo y restañe las heridas del horror de la guerra. Así, esta corriente personalista tiene una buena parte de revolución contra el estado de las cosas, actuando más como apologetas que como filósofos. En esa época se desarrollan los llamados derechos humanos, los derechos de la persona, etc.
Romano Guardini (1885-1968), sacerdote de inspiración agustiniana que con sus conferencias, clases y libros levantó un movimiento muy pujante entre la juventud alemana, es una figura clave de este movimiento. Es personalista e influyó en varios pensadores de su tiempo como Josef Pieper, Luigi Giussani y Joseph Ratzinger. En sus escritos trata frecuentemente de la persona, como por ejemplo en su obra El Señor. Meditaciones sobre la persona y la vida de Jesucristo.
Karol Wojtyla (1929-2005), siguiendo a Max Scheler, pone en el centro de su pensamiento a la persona, que concibe como una acción. La libertad es la capacidad de autodeterminación, y la acción se constituye por la libertad y la razón. Su pensamiento es fenomenológico, y no llega a distinguir netamente entre el alma y la persona.
El concepto de persona en Benedicto XVI se puede condensar en esta frase suya: “Se dice de una persona que es aquella que tiene capacidad para creer”. Como ya apunté en el artículo anterior, el concepto de persona de Benedicto XVI es “teologal”. A él le preocupa, a finales del siglo XX, el porqué del estado de las ideas respecto de la fe.
Por lo tanto, tenemos una corriente personalista que se basa en la teología que desarrolla fundamentalmente Benedicto XVI, que pretende dar una respuesta al hombre postmoderno. Esta corriente no ha surgido de una antropología ad hoc, sino de distintas corrientes humanísticas, con fuerte carácter apologético y poco sustento filosófico, por lo que suscita ciertas prevenciones para los teólogos escolásticos, como mi amigo.
Por esos días recibí el libro Teología para inconformes. Claves teológicas de Leonardo Polo, de Juan Fernando Sellés, y pude leer lo siguiente de Leonardo Polo: “En cualquier caso, hay que sentar que se puede descubrir filosóficamente que es imposible que exista una única persona, y por tanto, que se puede conocer de modo natural que Dios es plural en personas” (pág. 44). En esta obra Polo insiste en que persona, como acto de ser co-existente, necesariamente hace referencia a “otro”. Este descubrimiento antropológico no es contradictorio con la teología, al contrario, la teología lo asume y nos revela mucho más: el nombre de cada persona; que son tres; y lo que hacen o representan para nosotros.
Entonces volví a leer Introducción al cristianismo, donde encontré otra definición, escogida de Boecio, que Ratzinger escribe en esa obra: “La persona es la pura relación de lo que es referido, nada más. La relación no es algo que se añade a la persona… sino que la persona consiste en la referibilidad”.
Y aquí comencé a ver la coincidencia en términos del teólogo y del filósofo. Del teólogo que desde la fe llega a la Persona y del filósofo que con el conocimiento natural llega a afirmar que en Dios tiene que haber más de una Persona.
Polo es un filósofo realista, seguidor de Aristóteles y Tomás de Aquino, que afirma que el conocimiento objetivante, el abstracto, no es suficiente para conocer la realidad extramental y por lo tanto la realidad del acto de ser de la persona, sino que, para llegar a la persona, es necesario acudir también al conocimiento que nos proporcionan los hábitos. Esto lo desarrolla en su Teoría del Conocimiento en varios tomos, que sólo podemos mencionar en este artículo.
¿Hablan de lo mismo, Raztinger y Polo, cuando hablan de persona? Ambos parten del prosopón y ambos coinciden en no aplicar a la persona la categoría de “sustancia”. Para Leonardo Polo la persona es pura actividad, acto de ser, mientras que la sustancia es pasiva, es un soporte de los accidentes. Cada uno partiendo de un tema distinto -teología y antropología- y cada uno con su propio método –fe y abandono del límite mental- coinciden en un punto crucial para la humanidad y crucial para los cristianos: la persona.
Domingo Aguilera Pascual es físico, seguidor de la filosofía de Leonardo Polo y promotor del blog Amigos de la Virgen.