El año viejo ha sido pródigo en violenc
La vida no se respeta: millones de seres inocentes no nacidos son eliminados violentamente en el seno de sus madres; ayer mismo leíamos que en este último año había disminuido en unas centésimas el número de abortos, y con razón nos alegrábamos todos, aunque sea tan pequeñísima e insignificante su disminución; y al mismo tiempo nos alegraba que en el primer país en el que se legalizó el aborto, Rusia, se pedía su abolición por parte de un número significativo de rusos, encabezados por el Patriarca Kiril , de la Iglesia ortodoxa Rusa, pero nos llenaba de tristeza y pena el modo cómo daba esta noticia un medio televisivo, porque tal y como se daba denotaba a las claras un cierto fastidio por la noticia rusa y una clara posición a favor, en el fondo, de este «crimen abominable», como calificó al aborto el Concilio Vaticano II.
No hay que olvidar que el «exterminio de millones de niños no nacidos es la eliminación de los seres humanos más pobres» (Benedicto XVI) y la mayor de las esclavitudes del hombre por el hombre. Se siguen apoyando o confirmando legislaciones y actuaciones que, en lugar de proteger la vida y la dignidad inviolable de todo ser humano siempre y en todo momento, permiten, sin embargo, eliminarla aunque sean con fórmulas encubiertas, conocidas, e hipócritamente admitidas, que tanto engrosan la cultura de la muerte. Ésta es la mayor esclavitud y manipulación del hombre, la mayor privación de libertad y manejo o disposición del hombre por el hombre: la disposición de su vida sin contar con la criatura.
Este no respeto a la vida, que corroe nuestras sociedades permisivas como un terrible cáncer con graves metástasis, es un signo gravísimo de inhumanidad, de esclavitud, de manejar al otro y eliminarlo, es un signo de grave quiebra moral, exponente de la mayor pobreza, como es el expolio y la privación violenta de la vida, y constituye, así, una amenaza muy grave para la paz justa. Y no digamos nada de la difusión e imposición de la ideología de género, una de las piezas o armas ideológicas más poderosa en la «guerra mundial» –en expresión del Papa Francisco– desatada contra el matrimonio, que resulta destructora de la familia y del hombre, sí, destructora de la familia y del hombre, tal y como suena: como distintivo diabólico de un Nuevo Orden Mundial que se impone desde agencias internacionales a países –por ejemplo, la ONU o la Comunidad Europea– y que aquí, en España, ya son ocho las Comunidades Autónomas que la han hecho propia, y pronto serán nueve, si no se remedia –la mayoría de España– al sumarse la Comunidad Valenciana por aprobación por parte de las Cortes Valencianas de un proyecto legislativo que podemos calificar de inicuo.
Esta ideología no es moderna ni conlleva progreso, sino indignidad y sumisión, dictadura y tiranía. «Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo –decía San Juan Pablo II y repetía Benedicto XVI en uno de sus mensajes para el Día de la Paz del primero de año–: muchas personas, es más, poblaciones enteras, viven hoy en condiciones de extrema pobreza y esclavitud... Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra o se trata a un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armonioso progreso de la comunidad mundial » (Juan Pablo II citado por Benedicto XVI): el caso de los refugiados es sangrante.
Combatir la pobreza, acoger a refugiados es construir la paz. Éstas y otras múltiples y nuevas pobrezas, así como la esclavitud solapada de tantas formas por la crisis económica, en parte y aparentemente superada, unida ésta a otras crisis de más hondo calado originadoras en buena medida de ella, sociales, culturales, de humanidad y del espíritu, son factores que, sin duda, favorecen o agravan conflictos, pueden generar violencia o debilitar la paz verdadera o las fuerzas que se requieren para elestablecimiento de la paz fuerte y estable en todos los lugares y para todos los hombres, en todo caso entorpecen el camino hacia la paz justa y auténtica, que siempre se edificará sobre la base del amor-caridad, verdad, justicia, libertad, perdón, reconocimiento y respeto de la dignidad de la persona. Al finalizar el Año de la Misericordia, hace un mes, suena con fuerza el grito clamoroso que proviene de los pobres, de los más pobres, «si quieres la paz, trabaja para erradicar la pobreza», sobre todo cuando la vida se ve amenazada, para ser eliminada: ¿cabe más pobreza que ésta, tan palmaria en los no nacidos, víctimas de esta cultura de muerte que nos asfixia?
Si queremos la paz, es necesario combatir la pobreza y defender la vida, defender al hombre y la familia y negarse a propagar la ideología burguesa tan terrible de género, en el fondo tan esclavizante: «Nunca más esclavos, sino hermanos» es, por eso, un objetivo que hemos de tener siempre presente, no sólo al comenzar un año, sino en todo momento. Ésta debería ser una consigna para este año que comenzamos, si queremos que sea un año de felicidad, de dicha, de alegría, de esperanza, de vida, de libertad, de paz, de amor, de Dios. Año nuevo para erradicar la ideología de género, el aborto y la cultura de muerte, edificar humanidad nueva y nueva ci