Me contaba un amigo mío, católico practicante, que había tenido una conversación que le había dejado impactado. Fue en una cena con otras cuatro personas, dos jóvenes con título universitario y otras dos mayores pero con buena cultura. Le hicieron la siguiente pregunta: “¿Qué relación hay entre Jesús, Jesucristo y Dios?”. “Me quedé tan atónito por la ignorancia que ello reflejaba, me dijo, que sólo pude contestarles con una pregunta: ¿para vosotras, qué es la Navidad?”.
Tras un buen rato de silencio, una contestó: “Los Reyes Magos”. “ Está bien, pero eso no es todo”. Y como la conversación tenía lugar en Vitoria, donde desde hace bastantes años se pone en el Parque de la Florida un belén monumental, les preguntó: “¿Qué hay en el belén?”. Las contestaciones no fueron más allá de una mula y un hombre. La presencia de Jesús y de María habían pasado totalmente desapercibidas.
Esa profunda ignorancia la detecté yo mismo cuando en una de mis últimas clases, poco antes de mi jubilación en 2003: al rezar el Padre Nuestro, mis alumnos de la clase de religión en un instituto no me seguían porque no se lo sabían y no se lo sabían porque en las casas de la inmensa mayoría no se rezaba nunca. Cuando les preguntaba por cosas de Religión o, para no caer en depresión, les preguntaba de Historia, que me gusta mucho, me encontraba con la misma ignorancia, por lo que concluía: “Vuestra ignorancia es realmente enciclopédica. Abarca todos los ramos del saber”. Son las consecuencias de unas familias, una escuela y de una Universidad en las que se prescinde completamente de Dios.
En este punto no puedo por menos de añorar la contestación que Jean Jaurés, fundador del Partido Socialista francés dio a su hijo cuando éste le pedía que le exonerase de la clase de Religión. El padre no sólo le contestó negativamente, sino que le dijo: “Uno de los temas de los que más habla la gente es de Religión. ¿Te vas a atrever a hablar desde la ignorancia más profunda? Además si quieres entender algo de la cultura francesa, difícilmente vas a conseguirlo si ignoras sus raíces cristianas”. No puedo por menos de comparar esta postura con la de nuestros salvajes que piensan que la única Iglesia que ilumina es la que arde. ¿Qué entenderán del Prado esa pobre gente cuando vaya a visitarlo?
Cuando publiqué sobre esto en un artículo no hace mucho una maestra me escribió: “Yo misma, que trabajo en la enseñanza, estoy experimentando de primera mano que ya el 90% de los niños son paganos y el resto musulmanes. A la pregunta ayer de qué se celebraba en Navidad... contestaciones: Papá Noel, las luces, los regalos, que es fiesta. Esto a diario”. Ya no saben ni qué se festeja.
Sin embargo, en un panorama tan negro, y en la conversación que ha dado inicio a este artículo, mi amigo vio que se abría una rendija a la esperanza porque sus interlocutoras tenían interés y estaba claro que en el fondo había una inquietud. Ello le recordó esa famosa frase de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti”. Creo que hay muchas personas que tienen buena voluntad y recuerdo la frase del Señor a Pablo, animándole a seguir predicando en Corinto: “Porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad” (Hch 18,10). Así como, también en Hechos, Pablo se encuentra en Éfeso con unos discípulos de Juan el Bautista que no creían en el Espíritu Santo sencillamente porque nadie les había hablado de Él (cf. Hch 19,1-7).
Creo que esta época de Navidad es un período espléndido para dar a conocer a Jesús a aquellos que nos rodean. Tenemos que ser esencialmente misioneros y darnos cuenta que a nuestro alrededor, para vergüenza nuestra, mucha gente no conoce a Jesús porque nadie les ha hablado de Él. Las misiones están en África y en países lejanos, pero, cada vez más, dada la descristianización progresiva de nuestro país, están también en medio de nosotros. Aprovechemos las Navidades para regalar a nuestros amigos un tanto alejados de la fe, pero con buena voluntad, el Nuevo Testamento y el YouCat, que pueden ser dos magníficas introducciones a la Iglesia católica.