Como hemos dicho en el artículo anterior, Yahvé escogió a Abrahán y a su linaje con vistas a la Alianza. Por ella Dios entra en comunión con su pueblo, siendo sin duda uno de los momentos más solemnes de la Historia de Israel cuando por vez primera en el monte Sinaí se estableció el diálogo entre Dios y su pueblo.
Lo esencial de la Alianza es la instauración de un lazo privilegiado entre Yahvé y el pueblo. Éste se convierte en propiedad particular de Yahvé (Ex 19,5; Dt 26,18), y es Yahvé quien dice: "Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios"(Ex 6,7; Dt 29,12; Os 2,25; Jer 31,33). El término shalôm expresa adecuadamente lo que la Alianza va a intentar realizar, pues evoca bienestar, relaciones armoniosas, comunidad y felicidad. Es para Israel la manera de intentar una vida más plena y feliz (Dt 6,3.18.24).
La Moral de Israel no se funda en un análisis previo de la naturaleza humana, sino que tiene su fuente en las relaciones entre Dios y el pueblo, relaciones que revisten forma de Alianza que se realiza en la Historia.
La religión de Israel tiene un carácter histórico porque Dios irrumpe en la historia por su libre iniciativa, originándose así una mutua relación entre religión e historia.
El Dios de Israel es un Dios Salvador, cuyas manifestaciones son liberadoras, conociendo el pueblo judío a su Dios a través de unas acciones que le hacen libre. La fe judía tendrá constantemente presente esta realidad (Dt 26,5-9; Jos 24,2-13; Sal 78 y 105; Jdt 5,6-19). Israel aprendió a comprender que Yahvé había seguido un plan y que había recorrido un largo camino con los antepasados de Israel, hasta que en ese camino, es decir en esa historia, Israel llegó a ser Israel.
La liberación de Egipto, la marcha providencial a través del desierto y la conquista de Canaán son los acontecimientos primordiales de la historia y religión de Israel (Ex 20,2; Jos 24,2-13; Am 2,10). Es Yahvé quien toma la iniciativa y por ello Israel, aunque fundamentalmente igual a los otros pueblos (Am 9,7), goza de gratuitas y especiales relaciones con Él (Am 2,6-16; 3,2). Por ello la tradición sacerdotal, sin querer negar la parte de Israel en la vida de la Alianza, gusta recordar que sólo Dios tiene la iniciativa y la conserva en el curso de la Historia.
Como consecuencia de esta iniciativa y elección de Dios, previa a toda respuesta por parte de Israel, el pueblo se encuentra en dependencia absoluta con respecto a Yahvé, pues librando a Israel de su esclavitud, Dios adquiere derechos sobre el pueblo y puede imponerle su voluntad. La Alianza será por tanto una Alianza entre desiguales, entre un Soberano y sus vasallos.
A Israel no le queda sino reconocer esta situación, ya que Dios puede practicar su soberanía sobre Israel sin preocuparse de verla reconocida. Si se preocupa, y éste es el motivo de la Alianza, es que da importancia al modo como Israel acepta el hecho, es decir ve una diferencia cualitativa entre una pura dependencia de hecho y una dependencia reconocida y aceptada. Esta diferencia es de orden moral. El hecho que al instituir la Alianza Dios reclame de Israel una respuesta, da a Israel categoría moral, pues sólo puede haber ética cuando el hombre tiene algo que decir, aunque sólo sea sí o no.
Ahora bien, Dios no quiere imponer sus designios de manera brutal a Israel, sino que desea que la sujeción del pueblo tenga valor moral, y por ello, en el prólogo histórico de la Alianza, Yahvé da sus razones recordando sus beneficios y apelando así al sentido crítico de Israel y a su poder de autodeterminación.
Pero Israel debe dar una respuesta positiva a Yahvé, respuesta que tendrá un carácter moral y que consistirá básicamente en la aceptación o rechazo de Yahvé. La respuesta de Israel debe ser la aceptación de Yahvé como su único Dios y su pecado será la desobediencia y el negarse a servirle.