La igualdad por la igualdad a menudo es injusta, porque se pretende tratar por igual lo que, por defecto o por sí mismo, es legítimamente diferente. No puedes hacer igual, por ejemplo, a un perro que a un gato; lo mismo que no puedes hacer igual a un hombre que a una mujer, porque estamos ante diferencias legítimas que nos vienen dadas. Unos son más listos, más guapos o más sanos que otros y tratar de igualar todo ello, sin más, con un "café para todos" implica no solo dejar de respetar la legítima diferencia o "desigualdad" natural, "por defecto", sino olvidar que, precisamente, esas diferencias nos permiten la complementariedad de unos con otros, la solidaridad mutua: el listo ayuda al que lo es menos, el sano al enfermo, el varón se complementa física y psicológicamente con la mujer, etc.
Por eso mismo, no es lo mismo la heterosexualidad que la homosexualidad, ya que la primera establece una relación entre dos (hombre y mujer) con una virtualidad de consecuencias sociales (posibles hijos), imposible biológicamente en el segundo caso; de ahí que no sea lo mismo (ni puede ser igual ni tener los mismos derechos) el matrimonio heterosexual que el matrimonio homosexual.
En efecto, el Estado tutela con la institución del matrimonio una relación capaz, en potencia al menos, de dar biológica y virtualmente nuevos seres humanos, nuevos ciudadanos, y de conformar un hogar estable, lo que siempre se ha entendido por una familia, en la que nazcan, crezcan y se eduquen de modo estable unos posibles niños. En el caso de un matrimonio heterosexual que no pueda tener hijos, al menos posee la virtualidad de la adopción, que imita lo más posible a la naturaleza, a lo biológico. Por eso, el Estado reconoce determinados derechos a ese tipo de relación o institución (la heterosexual), porque tutela unos bienes que no se dan en la relación homosexual, la cual se reduce, aunque medie sexo o amor, a una mera relación privada entre dos, sin posibilidad de consecuencias sociales que tutelar o proteger.
En este contexto, el matrimonio homosexual tiene, permítaseme, un componente injusto y creo que discriminatorio, en cuanto que da derechos a unos (los homosexuales), en detrimento de otras relaciones meramente privadas sin consecuencias sociales, como un hermano y una hermana que vivan juntos (estos, sin que sepamos muy bien la razón, no pueden, por ejemplo, cobrar una pensión de viudedad, pero aquellos sí. ¿Por qué?). Por eso entiendo que el matrimonio homosexual es contrario al bien común; también, porque si matrimonio es cualquier cosa, en el fondo el matrimonio no es nada, por lo que diluimos su concepto, su valor y su utilidad. Para que todo pueda ser matrimonio, no nos hace falta regularlo: hagamos que todo el mundo se junte como quiera y se lo bendecimos, se lo pagamos.
El matrimonio ha tenido siempre una función social con unos bienes que proteger y estos se han dado y se dan claramente, de forma exclusiva, biológica, en la relación heterosexual. No podemos, por lo tanto, tratar igual lo que es distinto. No podemos asimilar, hacer igual, matrimonio homosexual y matrimonio heterosexual. Si lo hemos hecho en nuestras leyes, ha sido por satisfacer y convertir en ley el deseo o el capricho de unos pocos, de una minoría de presión, sin ningún fundamento antropológico ni argumental serio, más allá del "porque me da la gana", "porque me apetece ser igual", "porque lo reivindico", "porque me sale de dentro". No sé entonces por qué si me apetece ir a la Luna, no lo convierten también en un derecho por ley y, encima, me lo financian. Misterios de la condición humana y de los políticos.