Hay orquestada una campaña para pedir la dimisión de David Pérez por rechazar el feminismo totalitario, denunciar el aborto como un crimen y –esto es lo que ha dolido– decirlo con convicción y sin complejos.
 
Sin embargo, quien debería dimitir, y en bloque, es la oposición a David Pérez. Si el alcalde a quien te corresponde vigilar políticamente intervino en un acto público y ni te preocupaste de saber lo que dijo, y si unas palabras que consideras incompatibles con su cargo están colgadas en Youtube desde hace año y medio y ni te enteraste, lo mínimo que puedes hacer, por dignidad personal y respeto a tus electores, es renunciar a tu acta de concejal o diputado por incompetencia manifiesta.
 
Pero no. Son los incompetentes quienes están crecidos. Ahora mismo no eres nadie en la política ni en los medios de comunicación madrileños si no lanzas tu pedrada contra el alcalde de Alcorcón. Algunos le lapidan incluso después de saber que actúan como títeres de una típica operación leninista de denigración pública puesta en marcha con día, hora y cronograma por el entorno podemita.
 
Y muchos de los que defienden a David Pérez procuran hacerlo sin “contaminarse” con lo que dijo.
 
Ahora bien, lo que dijo es justo lo que le encumbra. Porque lo que dijo es verdad y está pagando el precio de proclamarla.
 
Es verdad que hay un “feminismo rancio, radical y totalitario influyendo en las legislaciones y marcando la agenda política”.
 
Es verdad que hay un “feminismo que sólo conduce a la servidumbre y a la muerte y a despojar a la mujer de sus atributos, de sus capacidades, de sus potencialidades”.
 
Es verdad que quienes creemos “que ese feminismo no puede seguir marcando la pauta tenemos la necesidad y la obligación de combatirlo”.
 
Es verdad que se ha producido “una suplantación de los auténticos valores por otros valores que sólo conducen a la infelicidad y a la esclavitud de las mujeres”.
 
Es verdad que “se prometió una liberación, pero era una liberación basada en la renuncia a cosas tan importantes como la maternidad”.
 
Es verdad que “el aborto es el mayor atentado contra la dignidad del hombre que se ha producido en nuestra historia y el mayor crimen humanitario que existe”.
 
Es verdad que el aborto convierte el cuerpo de la mujer, “protectora natural del ser más indefenso que existe”, en “una sala de ejecución”.
 
Es verdad que cientos de miles de niños son eliminados “de forma violenta y en muchas ocasiones dolorosa, porque muchos ya han desarrollado el sistema nervioso y pueden sufrir dolor y son eliminados por métodos quirúrgicos, químicos, violentos”.
 
Es verdad que “no es positivo que a las adolescentes se les presenten modelos de mujer que no producen la felicidad y no se les presenten otros modelos con los que esas jóvenes puedan identificarse y darse cuenta de que les van a permitir desarrollarse y enriquecerse como personas”.
 
Y es verdad que quienes consideran “antiguas” a las mujeres que no piensan como ellas y las desprecian porque “deberían avergonzarse de no haber roto las cadenas” son, “muchas veces”, “mujeres frustradas, mujeres amargadas, mujeres rabiosas, mujeres fracasadas como personas, que vienen a dar lecciones a las demás de cómo hay que vivir y de cómo hay que pensar”.
 
Sí, también esto último es verdad. David Pérez no dijo (como se quiso hacer ver manipulando el vídeo de sus afirmaciones con los cortes oportunos) que todas las feministas fuesen frustradas, amargadas, rabiosas y fracasadas. Dijo que aquellas feministas más agresivas con quienes no comparten su cosmovisión lo son “muchas veces”. ¿Acaso no es así? Precisamente porque es así, David Pérez ha pedido disculpas a quien pudiera haberse sentido ofendido. Está feo recordarle a una persona frustrada, amargada, rabiosa y fracasada las lacras que la corroen.
 
Hace trece años, al tiempo que llegaba por primera vez a la Asamblea de Madrid, David Pérez publicó un ensayo notable fruto de su investigación académica: Técnicas de comunicación política. El lenguaje de los partidos (Tecnos). En el epígrafe consagrado a “la vigencia de la verdad” y a “la primacía de la verdad”, afirma que “la idea de verdad como principio regulativo subyacente debe serlo de la comunicación política si queremos que ésta alcance su razón de ser. Ello implica llamar a las cosas por su nombre, evitando que la demagogia confunda la voluntad popular”.
 
Ahora pretenden que decir la verdad le cueste su carrera política. Pero, por de pronto, decir la verdad le ha hecho libre (cf. Jn 8, 32): ¡eso que lleva ganado sobre sus rivales!