Para que ustedes se hagan cargo de la brillante conferencia que dio Higinio Marín en Jerez el jueves, un destello. Volteó, como buen filósofo, la idea general preconcebida. Todos pensamos que es un bochorno y una chapuza de Sánchez la inexistencia del supuesto Comité de Expertos con el que fueron contándonos que la Ciencia, oh, avalaba todas las medidas políticas coercitivas durante el Covid. En absoluto, nos deslumbró el filósofo. Si quieres el rodillo de una Ciencia monolítica no puedes dar nombres propios de científicos reales, porque éstos tienen biografías, opiniones, trayectorias, etc. Las instancias oscuras, anónimas, vacías y sacralizadas son necesarias para la imposición social.
Y ésa, justamente, es la línea de la Agenda 2030 que Higinio Marín vino a denunciarnos. Unas instancias oscuras de funcionarios sin rostro que se rigen por unos comités de expertos indeterminados que dictan qué tenemos que comer, cómo tenemos que (no) viajar, qué educación dar a nuestros hijos, que tampoco tendríamos que tener, y qué mala en el fondo es la fe. Resumiendo su espíritu, dijo Marín que la Agenda 2030 culpabiliza nuestras creencias, hábitos y costumbres, mientras que rodea de un halo beatífico y dogmático a los ideólogos estatalizados que nos las quieren trastocar. Como en las películas de John Ford, ahora somos los vaqueros del sombrero negro, esto es, los malos, mientras los entes globalistas llevan su sombrero blanco.
Entonces tuve mi fulgor poético. Recordé que de niño me había inquietado la simpatía subterránea que sentía por los malos de las películas, figuras trágicas, marcadas por la segura derrota final. Y tantas canciones del pirata, ay, oh, de Espronceda, de Serrat, de Sabina, de Juan José Padilla… Y aquella provocación total del poema de Goytisolo: “Érase una vez/ un lobito bueno/ al que maltrataban/ todos los corderos.// Y había también/ un príncipe malo,/ una bruja hermosa/ y un pirata honrado.// Todas estas cosas/ había una vez./ Cuando yo soñaba/ un mundo al revés”.
Pues todo aquello me estaba preparando providencialmente para esto. Como el mundo está al revés, yo, padre de familia, creyente, amante de mi libertad individual y de la poca propiedad que nos va quedando, soy ahora el portador del sombrero negro, el lobo –maltratado por todos los corderos de la Agenda– y hasta el pirata honrado. Y mi mujer, tan dulce, ahora es la bruja. Eso sí, hermosa. ¡Tela!
Publicado en Diario de Cádiz.