Desde diversos medios de comunicación está siendo habitual la referencia al “periodismo de calidad”. Es muy frecuente en los editoriales de algunos medios que se autositúan en la elite de calidad. Los directores de dichos medios abogan por la importancia de la información contrastada frente al imparable alud informativo existente a través del mundo digital y, sobre todo, de las redes sociales.

Tienen razón. La información debe hacerse con seriedad, a fondo, confirmando los datos aportados, evitando las fake news. Los artículos de las páginas o secciones de Opinión, por su lado, deben ser sólidos, con un cierto nivel de profundidad y que aporten ideas y datos, aunque precisamente por ser de “opinión”, pueda ser discutible no solo la redacción y el tema, sino también la interpretación y la valoración de quienes los escriben.

Y en todo buen periodismo es fundamental saber separar información y opinión. Aunque en los últimos años ya no suele usarse tal frase porque entre muchos se ha difuminado el sentido de la verdad, creo que sigue siendo válido aquello de que “los hechos son sagrados, las opiniones son libres”.

No es dudoso que las redes sociales son extraordinariamente útiles para informar, conectar y compartir, pero también lo son para difundir con enorme rapidez y amplitud rumores y falsedades. Se ve a diario. Aceptado esto, el problema está en saber dónde está el periodismo de calidad a la vista de muchos periódicos, radios y televisiones más o menos convencionales. Somos testigos de cómo tratan una y otra vez determinados temas muchos de estos periódicos o emisoras que se autocalifican de calidad. Basta citar al lector cómo tratan de forma persistente temas referentes a la Iglesia católica. O -soy testigo de primer nivel por estar al frente desde hace muchos años de entidades profamilia y provida- cómo cancelan sistemáticamente noticias positivas e incluso muy importantes condenándolas al silencio más absoluto.

Como ejemplo que he vivido no pocas veces de primera mano: cualquier mínima noticia promotora de lo LGTBI+ obtiene en estos medios un gran eco y, sin embargo, no se destina ni una línea a congresos de familia o provida aunque en ellos participen figuras de primer nivel mundial en los campos de la ciencia, la medicina, la educación, la historia, la filosofía, la sociología, etc. Y no es porque no se les convoque o envíe información. ¿Es esto información de calidad? Y, sin entrar en el barullo de la política, basta ver también cómo se seleccionan las informaciones de libros, obras de teatro, festivales

Nadie es del todo objetivo. Es imposible por ser humanos, pero lo cierto es que hay quienes intentan acercarse a la objetividad, buscar ser imparciales y transmitir lo que han visto, lo ocurrido, sin alteraciones en función de sus gustos o criterios. Muchos otros, por el contrario, parten siempre de ideas preconcebidas. Esto se ha convertido en una pandemia en el periodismo de los últimos años. En la forma de seleccionar los temas tratados y de explicarlos ni siquiera se pretende que coincida con la realidad de lo que sucede, sino que es pura plasmación de las elucubraciones del que emite la información.

Los ejemplos podrían ser infinitos. Estos últimos días se ha podido ver en relación a una película, Sound of freedom [Sonido de libertad], de Alejandro Monteverde, de la cual el principal protagonista es Jim Caviezel, y el productor Eduardo Verástegui. Es obvio que puede gustar o no, considerar estupendo o desastroso el guión o la dirección, la interpretación, el mensaje, los efectos especiales, la trama, etc. Es muy libre. Pero leer algunas supuestas críticas sobre la película resultó alucinante. No hablaban para nada de la película pero la descalificaban con toda clase de adjetivos atribuyéndole supuestas conspiraciones. Como Caviezel y Verástegui con católicos confesos y se les considera conservadores, en Estados Unidos lanzaron toda la artillería. Solo un pequeño detalle: la película nada tiene que ver con las acusaciones.