Mucho se ha escrito y hablado acerca de la relación entre la fe y la razón en el siglo XXI, especialmente coincidiendo con el fallecimiento de Benedicto XVI.
Esta es una cuestión crucial para el futuro no solo de la cristiandad, sino de toda la civilización occidental. Por eso me atrevo a aportar una visión antropológica que puede iluminar los orígenes y raíces de esta dicotomía. Y digo orígenes porque es una realidad poliédrica que hay que abordar no como una causa-efecto sino como un sistema que engloba multitud de puntos de vista.
En su discurso de Ratisbona, Benedicto XVI se pregunta por la causa de esta ruptura, que en el siglo XX se manifiesta de una forma tan violenta como las dos guerras mundiales. De su análisis concluye con una propuesta que es la teología de la persona. El cristianismo no es una religión ajena a la razón, sino que, al contrario, desde sus comienzos hace suyos los conocimientos principales de la filosofía griega y de la belleza del arte griego. Este encuentro de Pablo de Tarso con la filosofía griega no es casual, sino causal y constituyente de una nueva forma de entender el hombre y su relación con los demás y con el cosmos de Aristóteles.
Es en el siglo XIII cuando, con la escolástica, la filosofía alcanza una cima que permanecerá insuperada como base para la teología hasta nuestros días. Entonces ¿por qué esta crisis?
Los filósofos posteriores a Tomás de Aquino intentan buscar una filosofía que dé respuesta a los nuevos retos y situaciones del hombre. Y no lo encuentran porque, sin llegar al acto de ser, lo intentan fuera del acto de ser. No es este artículo el lugar para hacer un análisis detallado del estado actual de la filosofía, que por otro lado es suficientemente conocido.
Paralelamente comienzan en el Renacimiento unas nuevas ideas sobre la concepción del hombre que se separan de la filosofía clásica, siendo en la Ilustración cuando se consuma la diosa Razón como icono de los nuevos tiempos.
También a finales del siglo XVII se produce un cambio en la producción de bienes de consumo para toda la humanidad y comienza la revolución industrial. Es a partir de aquí cuando el hombre utiliza instrumentos cada vez más sofisticados para obtener el sustento.
El siglo XX trae el gran avance del bienestar para la humanidad. La ciencia física abandona la matemática lineal que sirvió para la física newtoniana y adopta la matemática no lineal para, a su vez, dar respuesta a los sistemas complejos como la mecánica cuántica y los sistemas de azar. Esto provoca una revolución tecnológica de tal calibre que lleva en el siglo XXI a los sistemas de Inteligencia Artificial, los cuales prometen al hombre conseguir sin esfuerzo, no sólo el alimento, sino un paraíso en la tierra.
Entonces la humanidad, como en el Sinaí, prefiere la comodidad a la exigencia de la fe y sustituye a esta por la tecnología y el progreso.
Planteado así, la tecnología presenta una realidad objetiva muy atrayente y la fe un “oscurantismo” que no aporta nada objetivo a la humanidad. La separación queda consumada.
Algunos autores modernos, como Stefano Fontana, proponen como remedio para salir de esta situación una filosofía católica basada en la filosofía clásica de Tomás de Aquino. Dicha filosofía debería ser la base de los estudios en los seminarios, como propone el propio Fontana.
Fontana, en su libro La sabiduría de los medievales. La filosofía cristiana de San Pablo a Guillermo de Ockham (Homo Legens) no se arroga una solución filosófica única, pero afirma: “Ciertamente, no hay un solo filósofo que pueda representar a la filosofía compatible con la fe cristiana, porque esta no se sitúa al mismo nivel que ninguna otra filosofía en concreto; pero esto no significa que haya que aceptar el pluralismo ya que, de hecho, este hace que la fe sea indiferente a la razón”.
Benedicto XVI aporta una solución teológica desde la fe, al concluir que la religión revelada supera al “Libro” por ser personal. Es la revelación de una persona: Jesucristo. Y esto es un gran salto en la teología, que enlaza con el gran salto que aportó la teología de los Padres al introducir el concepto de persona y atribuirlo a las tres personas de una única naturaleza.
Un gran filósofo español, Leonardo Polo Barrena (Madrid, 1926 - Pamplona, 2013) descubrió la clave por la que los filósofos modernos no añaden un progreso a la filosofía del Aquinate: no alcanzan el acto de ser en el hombre.
Polo lo atribuye a la forma de conocer. Conocemos objetivando y al objetivar “poseemos” el objeto. Pero el objeto mental no es la realidad. La realidad es extramental. Por lo tanto, conocemos parcialmente y de una forma unívoca que no nos deja descubrir el movimiento tal como es. Al conocer abstractivamente el movimiento, lo detenemos y por lo tanto sólo conocemos aquello que la abstracción nos deja conocer. Al detener el objeto limitamos la actividad de la inteligencia.
Pensando sobre el conocimiento, Leonardo Polo escribe dos libros El acceso al ser (1964) y El ser I: existencia extramental (1967), que no tienen ningún eco entre los filósofos de entonces. Polo no ceja en el empeño y desarrolla su pensamiento en más de 27 volúmenes que ocupan 45 libros, abarcando todas las ciencias.
El núcleo de su filosofía es utilizar no sólo la abstracción para conocer sino también el conocimiento habitual -hábito de los primeros principios, hábito de juicio, hábito de sindéresis, hábito de sabiduría, etc.- que, como dice también Fontana en su libro, es el conocimiento de los bebés y de los niños. Polo construye un método de conocimiento que denomina Abandono del límite mental que aplica tanto a la metafísica como a la física y fundamentalmente a su antropología, que denomina Antropología Trascendental.
Dicha antropología añade una enorme riqueza a la persona, que adquiere una entidad propia. El hombre con su intelecto, según Polo y muchos filósofos seguidores suyos, alcanza con ese método intelectual el acto de ser que es la persona, como ratifica la teología.
La persona, según Polo, tiene tres trascendentales: la co-existencia que es libertad, el conocimiento personal y el amar personal.
Es por lo tanto posible alcanzar realidades tan altas como al Creador con la sola inteligencia, siempre que esta sea capaz de abandonar el límite mental y desaferrarse del objeto.
Polo presenta, por lo tanto, una antropología que, sin recurrir a la fe, supera las anteriores y sirve de base para comprender mejor la teología del futuro, que es la teología inaugurada por Benedicto XVI.
¿Conflicto fe-razón? La fe es un don sobrenatural que ayuda a la persona, actuando en el conocimiento personal, para mejorar en su relación con Dios, a profundizar en su filiación divina.
El conflicto se da en el conocer: entre la razón centrada exclusivamente en el objeto, que quiere objetivar al sujeto y poseerlo, y la razón que abandonando el límite mental alcanza la sabiduría. La primera está cerrada, la segunda es trascendente.
Sin embargo, toda persona, por ser creada directamente por el Creador en cooperación con sus padres que le proporcionan la naturaleza, nace con una inteligencia ilimitada para conocer a su Creador. Y si no rompe esa relación con su Creador, vivirá de la sabiduría eterna.
En todo caso, la antropología de Leonardo Polo considera al hombre como un hijo que puede encontrar su felicidad plena en su réplica, que es su creador. Por el contrario, la soledad más absoluta si su yo no trasciende hacia la persona. Y en esto coincide plenamente con Benedicto XVI.
Domingo Aguilera Pascual es físico, seguidor de la filosofía de Leonardo Polo y promotor del blog Amigos de la Virgen.