[Con motivo de la publicación en español de Tomás Moro. La luz de la conciencia, publicamos una presentación del libro por parte de su propio autor, Miguel Cuartero Samperi.]

Tomás Moro, santo y mártir inglés nacido en 1478 y fallecido el 6 de julio de 1535, es recordado universalmente por dos razones: por ser el autor de Utopía, una célebre novela de filosofía política que se ha convertido en un best-seller de la literatura occidental, y por la crónica de su muerte por mano del rey Enrique VIII.

"No es tan importante como lo será dentro de cien años"

Pero Tomás Moro merece ser conocido y recordado por muchas otras razones. No por casualidad ha sido definido por su amigo Erasmo de Róterdam un «Hombre para todas las horas» (en latín: Omnium Horarum Homo).

No por casualidad su compatriota G.K. Chesterton lo consideró «el más grande de los ingleses que actuaron en la historia» (The Fame of blessed Thomas More, 1930); el mismo Chesterton que se refirió a él como «un diamante que un tirano tiró a la zanja porque no pudo romper» (Por qué soy católico) y que profetizó hace casi cien años: «El Beato Tomás Moro es más importante en este momento que en cualquier otro desde su muerte, más aún quizás que en el gran momento de su muerte; pero no es tan importante como lo será dentro de cien años».

Profundizar el conocimiento de la vida y de las obras de este santo inglés nos ayuda a comprender mejor el porqué este hombre ha fascinado a generaciones de cristianos, filósofos, políticos, de hombres de buena voluntad y... de Papas.

El santo del buen humor

Moro fue canonizado por Pío XI en 1935; Juan Pablo II, en el año jubilar del año 2000, lo declaró oficialmente Patrono de los gobernantes y los políticos, enfatizando cómo de su vida brota «un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia».

Benedicto XVI lo llamó «testigo británico de la conciencia» al igual del cardenal John Henry Newman y, en su viaje a Gran Bretaña en 2010, hablando ante las autoridades civiles de la nación, recordó aquel «gran erudito inglés y hombre de Estado, quien es admirado por creyentes y no creyentes por la integridad con la que fue fiel a su conciencia, incluso a costa de contrariar al soberano de quien era un “buen servidor”, pues eligió servir primero a Dios».

El Papa Francisco citó varias ocasiones a Tomás Moro, destacando de manera particular el aspecto de la alegría y del buen humor que caracterizó el carácter del santo inglés, tanto así que se le señala como “el santo del buen humor”. En la Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, Francisco afirma que «ordinariamente la alegría cristiana está acompañada del sentido del humor, tan destacado, por ejemplo, en Santo Tomás Moro...» (n. 126).

Extremadamente fiel a la Tradición

Pero, ¿quién fue realmente Thomas More y por qué vale la pena recordarlo hoy y celebrar su figura, tan actual y necesaria en nuestro siglo lleno de contradicciones e incertidumbres? Imposible decirlo en pocas palabras. Tomás Moro fue un cristiano fiel, un hijo agradecido, un esposo amoroso, un padre cariñoso, un erudito sediento de Verdad, un juez atento a los más pobres y necesitados de justicia, un gran polemista, un filósofo exquisitamente renacentista, un apasionado amante de las letras clásicas, un teólogo abierto a las novedades pero extremadamente fiel a la tradición, un apologista y defensor de la doctrina católica, un educador apasionado y vanguardista, un súbdito honrado, un ciudadano ejemplar... un cuidadoso oyente y ejecutor de los dictados de su conciencia.

Todo esto y mucho más fue Tomás Moro, quien a menudo se ve perjudicado por reducir su fructífera experiencia a la publicación de Utopía y a su decapitación en el patíbulo.

Un libro sobre aspectos que suelen descuidarse

En el reciente libro Tomás Moro. La luz de la conciencia (con introducción del cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino) se habla de la vida de Moro siguiendo el hilo rojo de la primacía de la conciencia.

El resultado es una biografía intelectual del mártir inglés que toma en cuenta todos los aspectos de su vida, desde los años de su educación hasta su muerte y su herencia intelectual, que no siempre se ha reconocido adecuadamente y con demasiada frecuencia ha sido instrumentalizada por quienes hicieron de él un defensor de los derechos individuales, un revolucionario anti-sistema y un precursor del comunismo (tanto así que, en 1918, Lenin grabó su nombre en un obelisco cerca del Kremlin, en los Jardines de Alexander, junto con los nombres de otros dieciocho pensadores distinguidos, precursores ideales del comunismo soviético).

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El propósito del libro, como se explica en la introducción, es «recorrer las etapas de la vida de Moro siguiendo este “hilo rojo” de la centralidad de la conciencia. En todas las opciones que tuvo que enfrentar, no solo en el momento de su proceso en el que la cuestión surgió de manera especialmente significativa, el humanista inglés escuchó su conciencia, el lugar donde se revela la voz de Dios que guía al hombre y lo ayuda a elegir el bien y a rechazar el mal».

La Cartuja y la formación de la conciencia

Se presta especial atención a un período de la vida de Moro poco conocido y poco abordado por los biógrafos, los tres años que Moro pasó en la Cartuja de Londres, años dedicados al estudio y a la oración. ¿Una estancia como invitado o un tiempo para poner a prueba la vocación antes de emprender el camino matrimonial? Aquí también se destaca el papel fundamental que desempeña la conciencia: en el discernimiento vocacional, en la elección del estado de vida, en la decisión tomada de acuerdo con la voluntad de Dios para su propia vida y no de acuerdo con las inclinaciones, los sueños o los planes personales y familiares para el futuro.

El llamado a una necesaria formación de la conciencia es inevitable: una formación a la que Tomás Moro dedicó toda su vida. El libro aborda las etapas fundamentales de la formación de Thomas More, «una formación intelectual y espiritual que, bajo la guía de las leyes y de la profunda fe que lo caracterizó, lo preparó para enfrentar las elecciones de la vida y ofrecer su propia existencia a favor de la verdad».

El Sócrates cristiano

Pero si al político inglés a menudo se le recuerda exclusivamente como un santo (debido a su martirio) o como un buen hombre de letras (debido al libro Utopía), este libro intenta enfatizar que Tomás Moro fue ante todo un filósofo. Por eso, los dos primeros capítulos están dedicados a un intento de confrontación entre Moro y Sócrates, considerado el padre de la filosofía occidental.

Un ejercicio legítimo si consideramos que, inmediatamente después de la muerte de Tomás Moro, muchos comentaristas leyeron en su historia un vínculo claro con la existencia del filósofo griego, tanto que consideraron a Moro un “nuevo Sócrates” o un “Sócrates cristiano”. La yuxtaposición aparece por primera vez en una carta que el humanista Goclenio escribió a Erasmo el 10 de agosto de 1535, un mes después de la muerte de Moro, probablemente cuando su cabeza todavía estaba expuesta al público en el Puente de Londres.

Dos años después de su sentencia de muerte, el biógrafo Nicholas Harpsfield (1519-1575), en su Vida y muerte de Thomas More, se refirió claramente al filósofo inglés como “nuestro nuevo Sócrates cristiano”.

Será sorprendente descubrir paso a paso cómo se puede poner en paralelo la vida del filósofo ateniense y del humanista inglés para resaltar numerosos puntos de contacto. Era necesario que esta identificación espontánea entre Moro y Sócrates se profundizara y desarrollara adecuadamente para hacer justicia a la figura y al pensamiento de un filósofo que, aunque excluido de los manuales de filosofía, contribuirá decisivamente a la reflexión sobre el papel de la conciencia frente al poder y las relaciones entre la ley, la fe personal y la conciencia moral.

Una vida como ejemplo

«Parte de este redescubrimiento de Tomás Moro es una seria revalorización del filósofo en el sentido más amplio de la palabra: filósofo de la conciencia, amante de la sabiduría, buscador de la verdad, defensor de la justicia, educador de los jóvenes, filósofo del Renacimiento, anclado en la tradición, pero al mismo tiempo un gran innovador, un teólogo católico de gran profundidad, un servidor del Rey pero, sobre todo, de Dios».

Tomás Moro fue un completo filósofo que no tiene nada que envidiarle a los filósofos profesionales que vivieron en su generación. Sus obras abarcan diferentes temas: literatura, poesía, moral, política, filología, filosofía, teología y espiritualidad. Todo lo que no escribió en los libros, lo puso en práctica con el ejemplo de su vida. Fue filósofo de la conciencia, porque fue en nombre de la conciencia que se negó a salvarse firmando los decretos impuestos por el Parlamento (Ley de Sucesión y Acta de Supremacía), pero sobre todo porque cada paso importante de su vida fue iluminado por la luz de la conciencia.

Conciencia, pero no autodeterminación

Hablar de la conciencia hoy, en un momento en que nuestra sociedad parece estar sometida por la tiranía de los “derechos individuales” y el principio de “autodeterminación”, es de lo más urgente y vital para la supervivencia espiritual de la sociedad occidental. Significa hablar de libertad, pero también, y sobre todo, de una verdad a la que adherirse, de una vocación que seguir y de un proyecto que realizar. Sin embargo hoy en día estos conceptos son a menudo tergiversados ​​y confundidos, “licuados”, se hacen maleables y se moldean de acuerdo con las necesidades o situaciones.

Por lo tanto, es muy necesario especificar qué entendemos por conciencia y qué representa la conciencia para Tomás Moro: no el termómetro variable de opiniones subjetivas, gustos y deseos personales, sino el lugar de encuentro entre Dios y el hombre. O, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica (que cita la constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II): «El núcleo más secreto y el santuario del hombre, donde se encuentra solo con Dios, cuya voz resuena en su propia intimidad» (CCC 1776; GS 16 ).

La luz de la conciencia es esa chispa capaz de iluminar el camino y guiar los pasos de cada hombre en el camino de la verdad y de la plena felicidad, es decir la meta que representa el proyecto final de Dios para cada uno de nosotros.

Traducido por el autor del artículo original italiano en Aleteia.