Cuando el mundo pretende hacer caer en desgracia cualquier vínculo, ¿cómo se le explica a una pareja de adolescentes ese imposible que parece ser el amor para toda la vida? “Nadie en su sano juicio haría una promesa como la matrimonial... Y al hacerla con la pretensión de darle cumplimiento uno sabe que por sí mismo no será capaz, y está apelando a un poder más grande que el suyo” comentaba Higinio Marín en una entrevista para La Antorcha.
¿Para siempre o hasta que canse? Mantenerse firme con buen criterio supone realmente una batalla prácticamente imposible si solamente depende de nuestras fuerzas. Muchas veces el envoltorio con el que el mundo ofrece el matrimonio no representa lo que hay dentro, pero por suerte el amor no lo inventamos nosotros, sino Él, que nos amó primero, y por eso ahora el tentador no puede hacer otra cosa que animarnos a abandonar.
El tentador ya lo intentó hace tiempo en el desierto: “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adoras” (Mt 4, 8-9). El lugar es importante: antes de tentarnos, el mal nos llevará al desierto, difícilmente vendrá a pedirnos que desfallezcamos cuando todo vaya bien, esperará a ese jueves por la tarde que llegas cansado a casa del trabajo y que tu mujer no viene a recibirte, pasa de ti y no te pregunta por la infinidad de dolores de cabeza que has tenido que aguantar, no te escucha. Te sentirás tan poco reconocido, tú que te esfuerzas tanto con los niños, que posiblemente allí recibas una oferta a cambio de todos los reinos del mundo y la gloria de ellos. A veces de una manera oculta y a veces evidente, la campaña para que compremos autocomplacencia es agresiva, pretender ganar el mundo entero a cambio de perder la vida.
La tentación de ver así la realidad de nuestro matrimonio es frecuente y adictiva, el victimismo está de moda, se ha convertido en identidad y al final pasamos más tiempo discutiendo con el tentador que apelando a un poder más grande que el suyo.
El primer Salmo de la Biblia nos dice: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos. […] Será como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien”. No suena mejor que la oferta del tentador, esto de ser como un árbol es poco atractivo, no hay ningún árbol que produzca fruto para sí mismo, sino para entregarlo. El 'para siempre' implica 'para el otro', las hojas que nunca se marchitan implican entrega.
Queremos ser felices y nos venden amor para un rato, cuando lo que de verdad anhelamos es amor para siempre. Pero compramos lo que no queremos para conseguir lo que no necesitamos y así no solucionamos el problema de la felicidad, así nos engaña el tentador. Nadie compraría felicidad por un rato si en la misma estantería hubiera la felicidad para siempre, pero tienen precios y vendedores distintos, y el precio del amor para siempre no podría pagarlo nadie en su sano juicio. Es precisamente ese poder más grande que el nuestro quien da sentido al sufrimiento que produce la negación de uno mismo para entregarse al otro, quien apacienta nuestra impotencia al ver que hacemos el mal que no queremos y no el bien que deseamos.