Apenas habían transcurrido doce horas desde la confirmación de la victoria de Donald Trump, cuando aparecía (en inglés y español) un comunicado del Presidente de la Conferencia Episcopal de los EEUU, el arzobispo Joseph E. Kurtz, de Louisville, Kentucky. Para nadie es un secreto que ambos candidatos a la Casa Blanca provocaban seria preocupación y profundos recelos (por distintos motivos) a los obispos estadounidenses. Pero estos han demostrado inteligencia y libertad para hacer oír su voz en un contexto de división y extremismo, en el que los católicos pueden desempeñar un papel decisivo a la hora de tejer la unidad y de preservar los fundamentos de la convivencia.
El comunicado del arzobispo Kurtz, que sin duda goza del consenso de la cúpula de la USBC, invita a los norteamericanos a que no se contemplen unos a otros a la luz de la división entre demócratas y republicanos, sino que vean el rostro de Cristo en sus vecinos, especialmente en los que sufren, o en aquellos con quienes estén en desacuerdo. Un llamamiento de especial valor cuando la fractura social se hace tan patente y cuando las palabras y los gestos se prodigan para zaherir al diferente.
El texto recuerda las palabras del Papa cuando se dirigió al Congreso de los Estados Unidos en 2015, en las que Francisco subrayaba que “toda actividad política debe servir y promover el bien de la persona humana y estar fundada en el respeto de su dignidad". En esa perspectiva, la Conferencia de Obispos espera poder trabajar con el futuro presidente para proteger la vida humana desde su comienzo más vulnerable, hasta su fin natural, un tema en el que Trump ha realizado guiños, pero en el que su trayectoria es como poco ambigua.
Por otra parte advierte que los obispos están firmemente comprometidos en la tarea de ofrecer a los inmigrantes y refugiados una auténtica acogida que respete su dignidad, lo cual no tiene por qué poner en riesgo la seguridad del país. Un asunto en el que el choque de los obispos con Trump ya está anunciado, pero llega el momento de ir más allá de la retórica incendiaria y de pasar a los hechos, y en materia de inmigración, la Iglesia católica se mueve en lo concreto y es un interlocutor imprescindible para cualquier administración.
La Declaración, muy completa y articulada, llama la atención sobre la violenta persecución que amenaza a los cristianos y a los creyentes de otras confesiones en diversas partes del mundo, especialmente en el Medio Oriente. Trump parece orientar su política exterior en clave de mayor aislamiento y menos compromiso, pero los obispos subrayan desde el principio el liderazgo internacional que esperan de los Estados Unidos en esta materia tan decisiva.
El tema de la libertad religiosa también tiene su vertiente interna, recodemos el clarividente y duro documento de la USBC sobre este tema, en el que denunciaba el riesgo real para “la más preciosa de nuestras libertades”. En este campo, la polarización ideológica practicada por Obama ha llevado a momentos de alta tensión con los obispos en los últimos años. Veremos si en este terreno se producen mejoras reales, más allá de declaraciones para la galería.
El arzobispo Kurtz ya anuncia que los obispos reclamarán de la nueva administración su compromiso con la libertad religiosa dentro del país, para que los creyentes sigan siendo libres de proclamar su fe y de vivir conforme a sus convicciones, y advierte que esto afecta también en lo que se refiere a la verdad sobre el hombre y la mujer, y a la naturaleza del vínculo matrimonial. Y es que la era Obama ha estado marcada por una abusiva pretensión de imponer la ideología de género en todas las franjas de la vida social, incluso con amenazas y sanciones que han afectado ya a centros escolares, hospitales y órdenes religiosas. El tiempo dirá si mejoran las cosas en este campo, pero parece cuando menos ingenuo basar grandes esperanzas en algunas declaraciones oportunistas de la campaña de Trump.
La Declaración concluye afirmando que “cada elección trae un nuevo comienzo”, pero reconoce que algunos pueden preguntarse si el país está en condiciones de reconciliarse tras la dureza de una campaña muy poco edificante. La Iglesia no propone estrategias alambicadas, sino que invoca a su Señor para que conceda la fortaleza para curar y para unir a la sociedad, al tiempo que recuerda a los católicos la tarea inexcusable que les espera: ser testigos fieles y gozosos del amor curativo de Jesús. Un amor real, practicado en el tejido de la vida cotidiana, que los Estados Unidos necesitan más que nunca.