Se ha propagado la “desesperación”, la “amargura” y hasta la “ira” en las comunidades subterráneas de la Iglesia católica de China. Las comunidades subterráneas son aquellas que, en nombre de la libertad religiosa garantizada por la Constitución china, se oponen a todos los controles que el gobierno lleva a cabo sobre el personal, los lugares de culto, sus actividades, sus docentes y los libros que serán publicados y leídos. Sobre todo, se niegan a inscribirse –lo cual forma parte de las condiciones impuestas por el gobierno- en la Asociación Patriótica, cuyo estatuto exige construir una iglesia nacional independiente de la Santa Sede, algo que está contra la fe católica.
Según algunos sacerdotes, fue la “desesperación” lo que empujó al presbítero Dong Guanhua (sacerdote subterráneo) a dejarse ordenar de modo ilícito, haciendo circular el anuncio de su toma de posesión junto a su número de teléfono, y ofreciéndose para ordenar a otros obispos sin el mandato de la Santa Sede.
El episodio tiene contornos ambiguos: la salud mental del padre Dong; las dudas acerca de quién y cuándo lo ordenó; las preguntas sobre quién está realmente detrás de este episodio: si se trata de alguien de la Iglesia subterránea o de algún espía del gobierno que busca humillar a todos los católicos subterráneos. Lo que sigue siendo un hecho –demostrado por tantos comentarios sobre este asunto en Internet- es que los fieles de la Iglesia subterránea se sienten frustrados por el “olvido” que la Santa Sede muestra hacia ellos.
Algunos destacan que hace por lo menos veinte años que el Vaticano, al morir algún obispo subterráneo, no provee a un sucesor, sino que, como máximo, designa a un sacerdote como administrador apostólico. A los ojos de los fieles, esa decisión representa una suerte de condena a muerte de sus comunidades y de sus diócesis. De aquí la “desesperación”. Más aún, cuando al mismo tiempo ven que el Vaticano aprueba candidatos episcopales inscritos en la Asociación Patriótica, a pesar de que ésta ha sido rechazada tanto por Benedicto XVI como por el Papa Francisco por ser “inconciliable con la doctrina católica”.
Las noticias difundidas en las últimas semanas, según las cuales habría un acuerdo “inminente” entre China y la Santa Sede, un “inminente” levantamiento de la excomunión y la restitución de los ocho obispos oficiales ilícitos (algunos de ellos, con mujer e hijos) agudizan el sentimiento de frustración. Algunos llegan a acusar al Vaticano de utilizar “dos pesos y dos medidas” distintas: caricias para los obispos y sacerdotes oficiales; indiferencia y marginación para los no oficiales.
Un joven sacerdote de la Iglesia subterránea del centro de China ha señalado que, para muchos grupos de la Iglesia oficial que peregrinan a Roma, la Secretaría de Estado enseguida encuentra un momento para que puedan reunirse con el pontífice e incluso para tomarles una foto de grupo.
Por ejemplo, el 5 de octubre pasado, en la Plaza San Pedro, un centenar de fieles de la diócesis de Suzhou (Jiangsu) se hizo una fotografía con el Papa y con el obispo José Xu Honggen. Monseñor Xu es un gran obispo y es reconocido por el gobierno y por la Santa Sede. Pero para un pastor es prácticamente imposible dejarse retratar con el Papa de Roma sin que haya un permiso previo otorgado por la Asociación Patriótica.
Ese hecho, al ser tan publicitado, frustra a los católicos, que cuando tratan de pedir audiencia con el pontífice para relatar su situación son rechazados.
Un sacerdote que pidió una bendición papal para su obispo de Henan, que cumplía 25 años de episcopado –y que a menudo pasó momentos muy difíciles, bajo el control de la policía y en arresto domiciliario-, fue despedido sin concederle absolutamente nada. "En todos estos años", confiesa, "mi obispo sufrió la persecución y afrontó dificultades por defender la fe y su fidelidad al Papa. Ahora que necesita un sostén y un signo de aliento, no se lo dan. Este hecho nos hace sentir muy solos”.
“Sentirse solos”, “abandonados”, “olvidados” es un estribillo que se percibe continuamente entre los católicos no oficiales de Heilongjiang, pasando por Xinjiang y desde el interior de Mongolia hasta Guangdong.
Es cierto que el Vaticano, en un intento por llevar al Papa a China y lograr un acuerdo en lo que se refiere al nombramiento de los obispos y (a futuro) a las relaciones diplomáticas, es muy cauto, y por ende no se presta a que haya críticas chinas que puedan acusarlo de “entrometerse en los asuntos internos de China bajo el manto de la religión”, apoyando a personas que realizan gestos fuera del control del gobierno y que por lo tanto –según Pekín- son “criminales”.
Es más, casi como para evitar cualquier tipo de roce con Pekín, el Vaticano ha decidido dejar de escuchar al cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, paladín de la libertad religiosa en China y “portavoz” de la Iglesia subterránea. Incluso la misión que ha sido encomendada a monseñor Savio Hon –salesiano, al igual que el cardenal Zen, único chino en la cúpula de la curia romana-, secretario de Propaganda Fide, que fue enviado a Guam en estos meses, es leída como un alejamiento de la mesa de negociación sino-vaticana.
El caso es que esta Iglesia ha atravesado décadas de persecución, ofreciendo mártires a la Iglesia universal, obedeciendo al Papa y negándose a traicionarlo, sufriendo incluso prisión y torturas por no inscribirse en la Asociación Patriótica. Ahora, con los “inminentes” posibles acuerdos, pareciera que pertenecer a la Asociación Patriótica fuese un valor, o un elemento indiferente desde el punto de vista moral, o bien un condicionamiento que ha de ser aceptado.
Hay que decir que los obispos subterráneos estarían dispuestos a registrarse ante el Gobierno y ante el Ministerio de Asuntos Religiosos, pero no en la Asociación Patriótica, debido a su “incompatibilidad con la fe católica”. En cambio, el Gobierno (en Henan, en Anhui, en Shaanxi) obliga de hecho a registrarse en la Asociación Patriótica. Y aunque promete a los obispos que sólo serán registrados ante el Gobierno, automáticamente les hace entrega de su credencial de la Asociación.
Pertenecer o no a la Asociación Patriótica es un hecho crucial. Ésta no sólo somete a obispos, al clero y a los fieles a controles sofocantes, con pesadas injerencias en lo que se refiere al nombramiento de obispos, de cargos, sacerdotes y en la valoración de las vocaciones de los jóvenes.También arrastra a obispos lejos de su diócesis y de su trabajo pastoral durante meses, para “llevarlos de vacaciones” y adoctrinarlos. Fue justamente un obispo oficial, que ocupa un cargo muy alto en la Asociación Patriótica, quien confesó: “Somos todos marionetas. Hacemos solamente lo que nos dicen que hagamos”.
A causa de ello, incluso en el caso de que el Vaticano llegara a un acuerdo con Pekín en lo referido al nombramiento de obispos y a la indicación de registrar a los sacerdotes, muchas comunidades ya han declarado que no lo harán por una objeción de conciencia. Todo esto no es “desobedecer al Papa”, como algún comentarista ha dicho de manera inapropiada, sino un intento extremo por salvaguardar la libertad del Evangelio, para que ésta no sea fagocitada por una estructura estatal y política que nada tiene que ver con la fe.
Es probable que en un posible acuerdo entre Pekín y la Santa Sede, ésta no dé ninguna indicación sobre si pertenecer o no a la Asociación Patriótica, dejando libres a obispos y sacerdotes para que ellos evalúen la situación de acuerdo a la libertad religiosa que logren conquistar. De ese modo, los católicos subterráneos podrán continuar su vida plagada de riesgos, pero sin someterse a la Asociación Patriótica.
Sin embargo, para el Vaticano esto sería una derrota, al menos de manera temporal: en el primer diálogo con China, tan deseado, no se ha logrado obtener siquiera un espacio de libertad mínima para todos los fieles, postergando para el futuro una reconciliación verdadera y auténtica de las dos comunidades, la oficial y la subterránea.
Pero también será una derrota para el gobierno chino, que verá frustrada su psicosis por el control. Según algunos observadores, la publicación en los últimos días de noticias referidas a un "inminente acuerdo" es fruto del llamado soft power de Pekín, que de esta manera atemoriza a Taiwán, inquieta a la comunidad subterránea y empuja al Vaticano a firmar un acuerdo apresurado que elimine la experiencia de la Iglesia subterránea, poniendo a toda la Iglesia en manos del Gobierno y bajo su control.
Estas dos “derrotas” no son inocuas: entre los católicos oficiales y los subterráneos han provocado una desconfianza hacia el gobierno y hacia el Vaticano, y está el riesgo de que, ante el dominio de acuerdos de tinte político, los fieles se refugien en modalidades más privadas de vivir la fe.
Dicha situación, sin embrago, también es una ocasión para ayudar a la Iglesia de China, no con diálogos políticos, que ponen a un sector entero de la comunidad cristiana entre paréntesis, sino potenciando los vínculos de comunión, de amistad, de colaboración y sobre todo, de formación. Los acuerdos diplomáticos pueden esperar.
En una de las últimas conversaciones que mantuve con el heroico Antonio Li Duan, obispo de Xian, fallecido en 2006, dijo: “No hay necesidad de buscar relaciones diplomáticas entre el gobierno y la Santa Sede a toda costa. Sólo cuando Pekín garantice a la Iglesia una libertad religiosa plena, entonces emprenderemos relaciones diplomáticas. Mientras tanto, preocupémonos por edificar la Iglesia y por evangelizar la sociedad china”.
Publicado en Asia News.