El enfrentamiento Trump vs Clinton no es la única elección de interés para los católicos estadounidenses este otoño.
Los obispos de Estados Unidos también van a elegir sus nuevos dirigentes a mediados de noviembre, y en cierto modo su decisión va a ser leída como un referéndum sobre cómo quiere posicionarse la jerarquía norteamericana ante los nuevos vientos que soplan en la Iglesia bajo el Papa Francisco.
Por tradición, se designa una lista de diez candidatos para la presidencia y vicepresidencia de la conferencia episcopal, y se elige ambos puestos entre esos nominados. El nuevo presidente sustituirá al arzobispo de Louisville, Joseph Kurtz, quien ha estado en el cargo el habitual periodo de tres años.
También por tradición, aunque no inquebrantable, el actual vicepresidente se considera el candidato principal para la presidencia. Ahora lo es el cardenal Daniel DiNardo, arzobispo de Galveston-Houston.
El pasado viernes, la conferencia episcopal estadounidense dio a conocer el elenco de nominados para los dos cargos principales, que se votarán en la asamblea de otoño de los obispos a celebrar en Baltimore del 14 al 16 de noviembre.
Los nominados son:
-Gregory M. Aymond, arzobispo de Nueva Orleáns.
-Charles J. Chaput, OFM Cap., arzobispo de Filadelfia.
-Paul S. Coakley, arzobispo de Oklahoma City.
-Daniel N. DiNardo, cardenal arzobispo de Galveston-Houston.
-Daniel E. Flores, obispo de Brownsville.
-José H. Gómez, arzobispo de Los Ángeles.
-William E. Lori, arzobispo de Baltimore.
-Allen H. Vigneron, arzobispo de Detroit.
-Thomas G. Wenski, arzobispo de Miami.
-John C. Wester, arzobispo de Santa Fe.
Si tuviese que apostar a día de hoy, sospecho que un ticket DiNardo/Gómez podría atraer muchas papeletas, pero justo porque celebramos elecciones en vez de dejar que los analistas y los corredores de apuestas decidan las cosas, cualquier cosa puede pasar.
A Gómez no sólo se le considera doctrinalmente sólido, sino básicamente no-ideologizado (es contable de formación y una figura ante todo práctica), y también pone rostro y voz a la pujante ala hispánica del catolicismo y ha estado entre los líderes de los obispos norteamericanos en lo que se refiere a la reforma migratoria.
Un punto que llama enseguida la atención es que ninguno de los recientes nombramientos cardenalicios del Papa Francisco se encuentra en la lista.
En el caso del obispo de Kallas, Kevin Farrell, es explicable por el hecho de que se traslada a Roma para ocupar su nuevo cargo en el Vaticano como jefe del dicasterio de Familia, Laicos y Vida, lo que significa que deja de ser un obispo residencial en Estados Unidos.
Sin embargo, en el caso de los arzobispos de Chicago, Blase Cupich, e Indianápolis, Joseph Tobin, seguirán en Estados unidos y teóricamente deberían haber sido elegidos para algún cargo en la conferencia episcopal.
Estas nominaciones fueron en gran parte realizadas antes de que el Papa Francisco anunciase el 9 de octubre sus nuevos cardenales, pero si eso fue un factor a tener en cuenta, ha podido perjudicar más que ayudar a Cupich y a Tobin. Aunque no se trata de algo automático (por ejemplo, el cardenal de Chicago, Francis George, fue en tiempos presidente de la conferencia episcopal, y DiNardo puede serlo ahora), en general algunos obispos norteamericanos piensan que los cardenales ya tienen suficiente preeminencia y prefieren elegir a alguien distinto.
Analizando la lista, Aymond, Wenski y Wester serían considerados en general como prelados claramente “estilo Francisco”, mientras que nombres como Chaput, Lori y Vigneron serían normalmente vistos como contrapuntos más conservadores. (En qué medida estas ideas son acertadas o completas es un asunto totalmente diferente.)
Si triunfase una de estas últimas figuras, algunos medios de comunicación y analistas sobre la Iglesia estarían tentados de considerar el resultado como un voto de protesta de los obispos americanos contra la dirección general del catolicismo bajo Francisco. Debe señalarse, sin embargo, que ésta no es la única lectura posible. Hablando en términos históricos, también hay una gran tradición en el catolicismo de que los obispos locales acepten las que consideran fortalezas de un Papa, al tiempo que intentan remediar las que consideran sus debilidades y tapar los agujeros de su agenda.
Por ejemplo, en siglos pasados, los obispos que consideraban a un Papa como un gran gobernante pero un evangelizador débil emprendían sus propios esfuerzos misioneros, para cargar sobre sí mismos parte del peso, no porque no les gustase la forma de gobernar del Papa, sino porque intentaban ayudarle allí donde pensaban que lo necesitaba.
Cuando el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, derrotó en 2010 al obispo de Tucson, Gerald Kicanas, como presidente de la conferencia episcopal, fue visto como una victoria de los conservadores, y ciertamente eso era en parte así. Pero en aquel entonces hablé con varios obispos que tenían una visión distinta. Como Benedicto XVI era considerado un gran teólogo pero no necesariamente un gran evangelizador o impulsor, pensaron que podría ser de utilidad que un extrovertido encabezase la conferencia episcopal estadounidense.
Aunque se percibiese como una victoria de los “conservadores”, por tanto, eso no tendría necesariamente que verse como un abandono (tipo Brexit) del experimento Francisco, sino más bien como un voto de equilibrio y, usando un término eclesiástico, de “complementariedad”. La idea podría ser que, puesto que Francisco es un excelente pastor y un decidido reformador, podríamos recurrir a otro tipo de líderes más dispuestos a asegurar que no se tira por la borda el aspecto doctrinal.
Las normas establecen que el presidente se elige por mayoría simple. Después, el vicepresidente se elige entre los nueve candidatos restantes. En el caso de que un candidato no reciba más de la mitad más uno de los votos en la primera votación, tiene lugar una segunda. Si es necesaria una tercera ronda, entonces la elección es entre los dos obispos que recibieron más sufragios en la segunda votación.
Durante su asamblea, los obispos también elegirán nuevos presidentes para los comités de asuntos canónicos y gobierno de la Iglesia, de ecumenismo y diálogo interreligioso, de evangelización y catequesis, de justicia y paz y de protección de la infancia y juventud.
Por muchas razones, los resultados serán analizados minuciosamente como un indicador de lo que piensan en este momento los dirigentes de la América católica, y de cuáles van a ser sus prioridades a partir de ahora.
Artículo publicado en Crux.
Traducción de Carmelo López-Arias.