Estos pensamientos tenía en la cabeza mientras celebramos Halloween con nuestros hijos y vecinos durante algunos años:
“Si hay algo anticristiano, es la actitud defensiva ante el mundo”; “Es evidente que el cristianismo ha hecho suyas fiestas y costumbre paganas (pensaba, por ejemplo, en el árbol de Navidad), renovadas después para explicar verdades de fe”. “Corazón creyente y mente abierta”, etcétera.
Y así, un año tras otro, cada vez menos convencida de mis argumentos por el creciente mal gusto y tono siniestro que fue adquiriendo la fiesta, con sus decorados y disfraces tétricos cada vez más sofisticados. Consumismo y feísmo en estado puro.
Por mucho que a la estética de lo feo se le pretenda echar sentido del humor (“la noche más terroríficamente divertida” es el eslogan de unos grandes almacenes para este año); al final, cuando tu vecina viene a casa disfrazada de zombie, el marido de Joker y los niños maquillados simulando heridas, cicatrices y sangre, empiezas a no encontrarle mucha gracia…
Y es que la estética de la noche de Halloween rinde culto al feísmo que, en su desprecio a la belleza y su opción por lo antiestético, niega la armonía de la existencia, expresa sinsentido y destrucción. Sin ánimo de ponerme muy pesada, creo que está bien recordar eso de que “lo primero que captamos del misterio de Dios no suele ser la verdad, sino la belleza” (Von Balthasar).
Nuestro Dios es el Dios de la Vida, el Dios de la Belleza, el Dios de la Luz y la noche de Halloween representa exactamente lo contrario: un homenaje siniestro a la muerte, a la fealdad y a la oscuridad, aunque esté rodeado de caramelos, disfraces y niños. Bajo el inocente “Trick or treat” está la amenaza de “dulces a cambio de no hacer nada malo”.
Veo en la red iniciativas bienintencionadas para celebrar cristianamente la noche de Halloween: “Holywins”, etc.
De todas formas, la noche de los muertos ya fue cristianizada mediante la celebración de Todos los Santos, así que se trata de celebrar esta fiesta cristiana también de víspera. No hace falta echarle mucha más creatividad.
Por si a alguien le inspira, el año pasado pedimos pizzas y de postre tomamos huesos de santo, mientras brindamos por la vida, aquí y después de la muerte.
Sacamos los disfraces y el que quiso se disfrazó, de cualquier cosa pero no de bruja, asesino en serie, demonio o muerto. Cada cual que haga lo que pueda y quiera, pero no tenemos por qué dejar a nuestros hijos sin celebración cuando nos sobran motivos para celebrar.
Cristo ha vencido a la muerte. Así que nada de recluirse en casa a dramatizar y comentar lo mal que está el mundo. Hay VIDA después de la muerte y nosotros amamos la VIDA, la LUZ y la BELLEZA.