Aquel texto, rechazado en su momento por amplios sectores como exagerado o injusto con la sociedad, fue confirmado por la realidad, y sigue siendo confirmado hoy por los hechos que se vienen sucediendo. Algunos lo leyeron en clave política, y no se dieron cuenta de que no era ésa la clave. El problema, entonces como ahora, era y es el eclipse y la quiebra de moralidad que padece nuestra sociedad, en la que aparecen síntomas tales como: la pérdida de vigencia social de criterios morales fundamentales, valederos en sí y por sí mismos; la abundante implantación de la «moral de situación y de la doble moral»; una generalización del «principio libertad», entendida ésta como algo omnímodo, y, a su lado, el de la tolerancia, la permisividad y el relativismo moral como criterios inspiradores de vida; el asentamiento social, de hecho, del principio tan extendido de que «el fin justifica los medios»; la estimación de que la moral, con sus juicios y valoraciones, es más bien un asunto privado, con la consiguiente desvinculación entre función social y convicción personal, ética pública y moral privada, en no pocos protagonistas de la vida pública; los constantes acosos o descalificaciones de la llamada moral «tradicional»; o, finalmente y sobre todo, –por qué no decirlo?– la implantación de un laicismo imperante y el intento de silenciamiento de Dios como forma de convivencia social.
Este conjunto de creencias y convicciones, tan extendidas en la cultura dominante, y, al tiempo, tan encarnadas en tantos comportamientos y hechos concretos hoy, (a título de ejemplo solo: el tema del aborto o el de la desfiguración de la verdad de la sexualidad o del matrimonio, la degradación de la droga y el inmenso negocio del narcotráfico) «reflejan, a la vez que causan, el eclipse, la deformación o el embotamiento de la conciencia moral. Este embotamiento se traduce en una amoralidad práctica, socialmente reconocida y aceptada, ante la que los hombres y mujeres de hoy, sobre todo los jóvenes, se encuentran inermes» («La verdad os hará libres», 6) , y como resignados ante lo que está aconteciendo como si ese tuviese que ser fatalmente nuestro destino.
Pero no cabe la resignación; en absoluto puede caber. Es preciso, si queremos tener futuro, que elevemos la calidad moral de nuestro pueblo, en su dimensión individual y social. Apremia, es urgente, un verdadero rearme moral. Éste es el problema número uno, el reto y desafío principal de España.
* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de para el Culto Divino y de los Sacramentos.
*Publicado en el diario