La descristianización es un fenómeno frecuente hoy en países hasta hace poco cristianos, y por supuesto incluyo entre ellos a España. Nuestras iglesias están mayoritariamente ocupadas por gente mayor y no se ven, aunque haya excepciones brillantes, mucha gente joven. Incluso recuerdo el comentario de una persona de mediana edad, viendo la salida de Misa: “Los abuelos salen de Misa”.
Personalmente he sido profesor de Religión y Moral Católica en varios Institutos Públicos de mi ciudad, Logroño, desde 1973 al 2003. Solía empezar las clases con una oración, que mis alumnos tenían delante, pero el Padre Nuestro daba por supuesto que se lo sabían. Pero observé, poco antes de jubilarme, que los alumnos no me seguían cuando lo rezaba. A mi pregunta de por qué no lo rezaban conmigo, me contestaron: “Porque no nos lo sabemos”. Les pregunté entonces si en su casa no se rezaba. Una chica contestó: “En la mía sí”, y todos los demás le miraron como a una marciana. Adolescentes en la Iglesia los hay, pero realmente pocos.
Una profesora de un colegio religioso me contó que el Miércoles de Ceniza animó a dos bancos de alumnas mayores a recibir la ceniza para encontrarse con esta contestación: “No, porque somos ateas”. Y estos días me comentaba que el sacerdote había dicho misa a un curso de trece años de edad, y que se había quedado horrorizado del escaso respeto y educación con que los alumnos habían recibido la Sagrada Comunión.
Hace unos días, un grupo de sacerdotes hablamos sobre este tema y sobre quiénes eran o éramos los responsables. Me parece claro que prácticamente todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. Por supuesto los políticos partidarios o que votan a favor de la ideología de género, pues su plan es destruir la familia y la Iglesia. En cuanto a las familias, hay de todo. Con frecuencia me encuentro en el confesionario muchos padres y madres, ya mayores, que han intentado educar cristianamente a sus hijos, pero ya no les hacen caso y han abandonado toda práctica religiosa.
Hasta hace poco, la transmisión de la fe contaba con un gran apoyo sociológico. El ambiente social, la escuela y las tradiciones populares eran transmisores de una visión creyente de la vida. En la familia la oración diaria debe tener un lugar importante, llegando a ser plegaria familiar, es decir oración hecha en común, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. Un conocido proverbio dice: “Familia que reza unida, permanece unida”. Y es que ponernos en manos de Dios, confiando en Él, es un modo muy eficaz de proteger la vida familiar, porque Dios es la fuente del amor. Pero hoy muchas familias han olvidado los valores cristianos, y en concreto la oración, con resultados desastrosos.
En cuanto a la escuela, nuestras autoridades y bastantes enseñantes tienen una cultura no cristiana que les lleva a enseñar auténticas aberraciones. Por ello no nos extrañe que el Papa Francisco elogiase a una familia italiana que cuando volvían los hijos de la escuela les preguntaban qué les habían enseñado, por si tenían que hacer una contracatequesis. Pero, desgraciadamente, el problema mayor es que muchos padres se despreocupan de lo que aprenden sus hijos y no cuidan de enseñarles valores religiosos y morales, en buena parte porque ellos tampoco los viven.
Pero si hablamos de los sacerdotes, es indudable que hay de todo. Por supuesto que un sacerdote flojo es una desgracia para sí y para sus feligreses, siendo nuestro primer deber intentar ser fieles a la Iglesia y su magisterio. En la medida que estemos llenos de Cristo, lo podremos transmitir a los demás.
Ante las preguntas '¿Cómo recristianizar a nuestro pueblo?' o '¿En qué debe cambiar la Iglesia?', hemos de responder como lo hizo Santa Teresa de Calcuta a quien le preguntó en cierta ocasión: “¿Qué cambiaría usted en la Iglesia?”. Ella respondió: “A usted y a mí”. Es decir, sin conversión personal no hay reforma ni cambio que valga. Por su parte, el Papa Francisco nos recuerda que para reevangelizar hay que dar siempre buen ejemplo y, a veces, usar la palabra.