España sufre; está sufriendo, y mucho, de unos meses a esta parte. Son grandes sus sufrimientos, envueltos en la obscuridad y la niebla de la pandemia del coronavirus y sus consecuencias que nos sumen en dolor y llanto, desconcierto y desolación.
Lo peor, evidentemente, sobre todo, son los miles de muertos –no sabemos cuántos– sobrevenidos de esta terrible enfermedad, que ni siquiera han podido ser acompañados ni vistos por sus familiares y seres queridos, y los muchos miles y miles afectados por la enfermedad –tampoco sabemos cuántos– y el miedo y pavor que todo esto nos está creando.
Los desastres sociales que se están desencadenando, la destrucción de la economía y de puestos de trabajo, las pobrezas y miserias múltiples que va a traer todo esto, los impactos y las heridas que está dejando, principalmente, en las familias: una verdadera ruina cuyas consecuencias, inimaginables ahora, veremos desgraciadamente en un futuro no tardío, de la que sus principales víctimas van a ser o están siendo los de siempre, los pobres y los descartados, los vulnerables, los ancianos y los que sufren la soledad, muchas familias destrozadas y a veces rotas que ya no podrán ayudar como querrían, o se ven impotentes ante urgencias primarias sin las ayudas que han sido capaces de aportar en anteriores crisis, pequeñas empresas y negocios en quiebra o cierre, y aun grandes empresas en vías inciertas de futuro.
No querría ser dramático ni parecer pesimista, pero en buena parte el ambiente es de ruina, de desplome, de desmoronamiento, de desvertebración de nuestra sociedad que, parecía, se asentaba en principios y criterios, raíces y fundamentos de la verdad, que la vertebraban y le daban solidez y le hacía vivir mirando con esperanza el futuro. Pero esa sociedad, ya se veía venir, se estaba intentando edificar, al mismo tiempo, sobre arena de criterios falsos y contrarios a la verdad que hace libres y se realiza en el amor que nos hace hermanos, en sintonía, continuidad dinámica y armonía, conforme a las raíces de nuestra mejor tradición rica y enriquecedora.
Esta sociedad, nuestra España, está sufriendo y reclama un cambio urgente y sin dilaciones, un viraje profundo. Estamos padeciendo una crisis honda de humanidad, que engendra sufrimiento, soledad y vacío, tristeza, cuyo origen no podemos separar (y yo no puedo callar por amor a mi pueblo y mi responsabilidad ante él) del silencio y ausencia de Dios de la cultura dominante y dominadora, del paganismo reinante antes del coronavirus, del laicismo imperante que pretende adueñarse de los modos de pensar, y de los criterios de pensamiento y de juicio, de los valores y preferencias de los ciudadanos, de autosuficiencia y orgullo y soberbia, del egoísmo y de la mentira, de deterioro moral, en suma, que demanda un fuerte rearme moral evidente.
Vivimos momentos cruciales y sufrimos mucho. Son muchas la realidades, grandes las necesidades económicas –no sólo–, también políticas y sociales, pero sobre todo humanas y espirituales que reclaman la solicitud atenta de la sociedad mundial, de los Estados, de España, también, y en posición de vanguardia, de la Iglesia, llamada a ser siempre y particularmente ahora testigo vivo de la fe, de Dios y de su amor, del estilo nuevo de vivir, inaugurado en el Evangelio vivo de la Verdad y del amor, de Jesucristo, y anticipo de vida eterna, dichosa y de alegría, expresión del amor que nadie puede arrebatar y de la dignidad del hombre que con nada se puede comparar ni comprar, y mucho menos robar.
Familias enteras, ancianos, jóvenes y niños, particularmente familias pobres y sencillas, van a ser o están siendo ya los más dañados y quienes más sufren, aunque, por otra parte, están siendo un verdadero ejemplo y un gran aliento para todos, pues están mostrando una capacidad de resistencia y sacrificio, de madurez, admirable, fuerte y vigorosa que tal vez no esperábamos de ellos por edad y otras circunstancias. Y, con ellos, tantísimos otros que están dando su vida literalmente en medio de la enfermedad y ante las necesidades y dificultades que la pandemia del coronavirus, por puro amor, por sentido de fraternidad, por tantos motivos: del ámbito sanitario, del ámbito militar y de las fuerzas de seguridad del Estado, como la Guardia Civil, siempre benemérita, de la Policía, sea local, autonómica y Nacional, del ámbito religioso o de la vida consagrada, del ámbito sacerdotal, del voluntariado de las parroquias o de Cáritas, de todos, que nos están siendo un verdadero regalo de Dios y un estímulo, luz y norte, para la actuación decidida nuestra en favor de los demás.
Es una maravilla todo lo bueno y encomiable que nos están ofreciendo y dicen muchísimo en favor de este pueblo querido, el nuestro, el español, que sufre tanto en la actualidad y responde tan bien. Añado a los sufrimientos ya señalados, los acarreados o sobrevenidos del desempleo: los trabajadores necesitan, sobre todo, puestos de trabajo, que más que nada se les garantice la dignidad del trabajo que nada ni «nadie les puede robar», como subraya el Papa, trabajos estables, dignos y decentes.
España sufre por las familias que necesitan de políticas familiares justas, equitativas y de apoyos a lo que corresponde a su verdad y a las exigencias de lo que son como células de la sociedad y futuro de humanidad.
España sufre porque está viendo y observando cómo está desapareciendo o al menos debilitando la sociedad de la concordia y democrática edificada con tanto esmero, generosidad, y visión de futuro en la «transición».
España sufre porque teme las tentaciones de totalitarismo y sectarismo, y está asistiendo a una incapacidad para el diálogo y la colaboración mutua de los que deberían ser sus representantes –quizá no lo representen tanto– y se sorprende ante tanto desconcierto y desorientación por parte de aquellos que hasta llegan al insulto o a acusaciones gerracivilistas, tan poco ejemplares que parecían ya superadas, tan interesadas y excluyentes que no generan concordia, sino división y enfrentamiento al que España no quiere volver.
Y España sufre porque tiene miedo de que se pueda tener la tentación de intentar una sociedad o un proyecto de sociedad en la que impere un pensamiento único que imponga una determinada visión del hombre o que elimine o debilite los derechos y las libertades fundamentales de la dignidad inviolable de la dignidad de la persona humana, entre los que se cuentan los correspondientes a la libertad de conciencia y religiosa, de la familia y de la vida, de la educación. España sufre porque está viendo y padeciendo que sus raíces y bases se difuminan y se la puede encaminar hacia el abismo del sin futuro o sin sentido...
Por todo esto sufre España y por más cosas y espera una palabra y un camino de esperanza y de futuro.
Publicado en La Razón.