Si el viejo dicho de que “las personas son la política” es de aplicación en numerosos ámbitos, quizá en ninguno lo es tanto como en la Iglesia católica, donde los nombramientos gozan de un amplio grado de libertad para fijar prioridades y decidir cómo se debe aplicar la posición oficial en sus circunstancias particulares.
Por tanto, nada de cuanto hace un Papa tiene tantas consecuencias como las personas a las que elige para un cargo. El 21 de septiembre, uno de las más chocantes elecciones del Papa Francisco tomó posesión oficialmente de sus nuevas competencias, cuando el arzobispo Pierbattista Pizzaballa entró formalmente en Jerusalén cruzando la puerta de Jaffa para convertirse en el administrador apostólico del Patriarcado Latino, que incluye Israel, Palestina y Jordania.
Cuando se nombra un administrador apostólico suele considerarse un movimiento provisional. Esto también es formalmente verdad con Pizzaballa, aunque la opinión, tanto en Roma como en Oriente Medio, es que se trata de un claro hombre de Francisco, y que su papel “provisional” podría durar. La elección en junio de este franciscano italiano de 51 años, anterior Custodio de Tierra Santa, fue un giro radical por parte de Francisco, por dos de razones.
En primer lugar, aunque hay una larga tradición de italianos Patriarcas de Jerusalén, durante los últimos treinta años el cargo ha sido desempeñado por árabes: Michele Sabbah, de 1987 a 2008, es un palestino nacido en Nazaret, y Fouad Twal, que estuvo de 2008 hasta el pasado junio, es jordano.
La clara preferencia del Vaticano por que las Iglesias locales sean conducidas por prelados indígenas comenzó en los años 60 con Pablo VI y está más o menos asumido que la era de los liderazgos “extranjeros” en Tierra Santa se terminó.
Pizzaballa dijo este miércoles que esa política sigue en vigor y, con su punto carácterístico de humildad, añadió que ocuparía el cargo sólo hasta que sea elegido “un candidato más conveniente y mejor”.
En segundo lugar, aunque Pizzaballa es demasiado amable a nivel personal como para no gustarle a alguien (en ese sentido, se trata de un franciscano clásico), es bien sabido que un sector del clero del Patriarcado de Jerusalén le mira con suspicacia desde hace tiempo por su proximidad a Israel y a la cultura judía.
Nacido en Bergamo, Pizzabala se especializó en Sagradas Escrituras, haciendo su tesis doctoral en el Instituto Bíblico de Jerusalén que dirigen los franciscanos. Su especialidad fue Hebreo Bíblico y Judaísmo, y durante un tiempo su manejo del árabe fue bastante rudimentario.
A principios de 1990, cuando estaba destinado en la Custodia franciscana de Tierra Santa, era conocido por su proximidad a la pequeña comunidad de católicos de habla hebrea en Israel, y durante un tiempo se hizo cargo de la parroquia de habla hebrea de Jerusalén. (Actualmente hay siete comunidades católicas de habla hebrea en Israel, compuestas por un puñado de conversos judíos y por estudiantes extranjeros, inmigrantes y personas a la espera de asilo y religiosos de todo el mundo.)
De 2001 a 2004, Pizzaballa fue superior de una fraternidad consagrada a la atención pastoral de los hebreo-hablantes, y en la cual los mismos frailes hablan hebreo.
En el juego político de suma cero de Oriente Medio, en el que un amigo de Israel suele ser automáticamente considerado un enemigo de Palestina y de la causa árabe, todo ello convirtió a Pizzaballa en sospechoso a los ojos de parte del clero árabe, y una elección sorprendente para dirigir un patriarcado cuyos miembros son abrumadoramente árabes.
(Pizzaballa también tiene una reputación de integridad persona y de simplicidad franciscana, y en un entorno donde la administración de los fondos de la Iglesia constituye un crónico quebradero de cabeza, esas cualidades no sobran.)
Estos factores contra-intuitivos del nombramiento podrían sin embargo ser su virtud, según se desenvuelvan las cosas.
El Patriarca de Jerualén es, de facto, un portavoz principal y punto de referencia para los cristianos en todo Oriente Medio, y por tanto un interlocutor clave tanto con la comunidad internacional como con los importantes actores regionales, lo cual obviamente incluye a Israel. Durante los últimos treinta años, cuando muchos israelíes miraban a Sabbah o a Twal, dijesen lo que dijesen era difícil no verlos visceralmente como el enemigo: figuras que representan a pueblos y puntos de vista hostiles a los intereses de Israel.
En general, dado que la mayor parte de los principales hombres de Iglesia en la región son árabes, como es natural ven el mundo con ojos árabes, y pueden en ocasiones ser un poco partidistas en sus pronunciamientos sobre Palestina, Siria o Irak y otras materias.
No sólo Pizzaballa no arrastra ese fardo, sino que es visto como un amigo tanto por el judaísmo como por Israel: alguien que conoce la tradición judía casi tan bien como los rabinos más instruidos, y cuya amplia experiencia de vivir en la sociedad israelí le ha dado una percepción de su dinámica desde dentro.
Eso no quiere decir que el nuevo Administrador Apostólico sea una especie de defensor de Israel.
Cuando en 2012 se desató una oleada de ataque contra iglesias cristianas por parte de colonos israelíes militantes, Pizzaballa fue enérgicamente crítico de lo que veía como un fallo de seguridad y de respuesta policial. Se ha opuesto abiertamente a la construcción del muro israelí de seguridad entre Cisjordania y Jerusalén, denunciado por los palestinos como un “muro del apartheid”, y tomó parte en las protestas de 2015.
Por otro lado, Pizzaballa ha sido igualmente crítico con lo que considera una tendencia de los líderes palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza de convertir a Israel en chivo expiatorio de todos sus problemas. “Si hace mal tiempo, la causa es la ocupación”, bromeó una vez.
El hecho de que Pizzaballa sea respetado por ambos lados de la brecha más incorregible del mundo quedó claro en el hecho de que Francisco confiase en él para organizar su oración por la paz en los jardines del Vaticano en junio de 2014, que reunió al entonces presidente israelí Shimon Peres y al líder palestino Mahmoud Abbas.
En una palabra, lo que aporta Pizzaballe es equilibrio: una cualidad que desgraciadamente suele faltar en Oriente Medio y, en ocasiones, en los líderes eclesiásticos de la región. Lo que Francisco ha hecho es dar a la Iglesia en Tierra Santa una oportunidad de empezar desde cero bajo el liderazgo de alguien que puede hablarle a todos con credibilidad y simpatía. En una rueda de prensa posterior a su entrada oficinal este miércoles, Pizzaballa dijo que la unidad cristiana, el diálogo interreligioso y la situación general de Oriente Medio figuran entre sus prioridades inmediatas.
Por supuesto, dada la larga historia de esfuerzos baldíos para romper el bloqueo en Oriente Medio, sería muy irrealista considerar que Pizzaballa, por sí solo, lo arreglará todo con una varita mágica.
Sin embargo, si Pizzabale consigue abrir canales de comunicación donde antes no existían, sólo eso podría convertir su nombramiento, dure lo que dure, no sólo en uno de los más extraños de Francisco, sino también en uno de sus golpes maestros.
Publicado en Crux.
Traducción de Carmelo López-Arias.