¡Cuántas cosas nos están pasando en España! Llevamos una temporada larga, demasiado larga, en que las cosas no se aclaran: incomprensible e inadmisible lo que nos está sucediendo. Nos sentimos zarandeados y aturdidos, víctimas de actitudes, por parte de algunos –que están en la mente de todos– que no tienen en cuenta el bien común. Bien común que, entre nosotros, tiene un nombre: España. Tiempos recios, nada fáciles, pero que no pueden hundirnos o hacer mella en nuestro ánimo. Los tiempos difíciles son los tiempos de la esperanza, que nos invitan a no bajar la guardia, a tener una mirada despejada que se dirige hacia un nuevo horizonte. Con esta esperanza es preciso pensar en el proyecto y en la empresa común que nos une a las diferentes personas, regiones y pueblos que la integramos: un proyecto, una empresa común, derivada de lo que somos, con sus valores y virtudes, con su riqueza y complejidad, capaz de forjar ilusión y de generar nuevas gestas en el futuro que hemos de adelantar y en absoluto retrasar, ante el que no cabe cruzarse de brazos.
Necesitamos pensar en España, que con tantos desvelos ha sido capaz de superar situaciones muy difíciles, mucho más que las actuales; y que ha tenido ánimo, valentía y generosidad, altura de miras por parte de la mayoría para crear una democracia, que creíamos consolidada, pero que con las actitudes a las que me refería antes se le puede estar dañando irreparablemente. Los momentos concretísimos en los que estamos ahora en España me llevan a hacer unas reflexiones que ofrezco y comparto con todo respeto a todos.
Estos momentos nos hacen ver la realidad con sentido de responsabilidad y la mirada de altas miras puesta en el futuro. Es cierto que la realidad económica es grave, que de no salir del «impass» al que estamos sometidos ahora nos podemos ver inmersos en una situación económica más agravada. Es cierto también que los casos de corrupción están ahí y, con razón, pesan mucho, aunque hay que añadir, por ser justos y de mirada más amplia, que la corrupción no es solo económica, porque existe una corrupción moral cuya punta del iceberg, cierto, podría ser esa corrupción económica: ¿no es corrupción la mentira instalada en tantas realidades y medios, o la calumnia o la condena mediática sin que se tenga derecho a la defensa, o los ataques sistemáticos y descalifi caciones programadas y persistentes de personas o instituciones por ser fieles a la verdad y a la defensa del hombre y de lo humano? ¿No es corrupción atreverse a acusar a alguien de una «corrupción orquestada», desfigurando la realidad sin pudor y sin vergüenza alguna, acusando de cosas imaginarias, inexistentes o imposibles sin que se dé reacción alguna? ¿No es corrupción ir a la caza sistemática de personas en cuanto abren la boca aunque sea para proclamar y defender lo más santo, que es tergiversado enteramente con alevosía? ¿No es corrupción sembrar e imponer una mentalidad o ideologías sobre el hombre –más aún en la educación– que desfi guran completamente su ser más auténtico, incluso, por procedimientos propios de dictaduras tiránicas contrarias enteramente a la democracia que, como es sabido, se asienta sobre la verdad, la justicia, el derecho, el bien, y la libertad? ¿No es corrupción negar a los padres que puedan educar a sus hijos conforme a sus propias convicciones? ¿No es corrupción tratar de imponer un pensamiento único, laicista, por los medios que sean y cercenar tantas libertades como estamos viendo a diario? ¿No es corrupción dañar impunemente la verdad de la familia o el derecho a la vida? ¿No es corrupción el que se haga tan poco por los pobres y los últimos, por los que lo pasan mal, por los que mueren cruel e injustamente en las aguas del Mediterráneo hu yendo de sus países y buscando lugares más seguros y mejores para la supervivencia, o perecen víctimas del terrorismo del signo que sea, o asesinados antes de nacer? ¿No podría considerarse como corrupción -ciertamente lo es de la democracia- el cerrarse en intereses particulares por encima de y contra el bien común, España, e impedir ese bien común sistemática y empecinadamente? Y así podríamos seguir y seguir interminablemente.
Se necesita superar la corrupción, pero toda la corrupción, que es corrupción moral, quiebra del hombre. También en España. Esta corrupción crece y se alimenta por el relativismo que nos atenaza. Hay muchos datos y hechos que nos tienen y traen muy preocupados y tienden a imponerse como norma de conducta y de gobernación, o de concepciones políticas, que deberían estar al servicio del bien común, como corresponde a lo político, pero no lo están.
Todo eso está ocurriendo: a ello no podemos resignarnos ni claudicar ante su poder, que no es inexorable. Pero ante ello no podemos quedarnos cruzados de brazos. Es preciso corregir y adoptar las mejores soluciones para superar la situación envolvente que provoca angustia, temor, duda, incertidumbre y perplejidad paralizante en muchos; y lograr, así, un gran respiro y tomar un nuevo impulso en el proyecto común que somos. Confieso, como en alguna otra ocasión he escrito, que todo esto me trae muy preocupado, que me duele España, y que entre todos, juntos, por el bien común, que en este caso se llama España en su complejidad y diversidad tan rica y plural, hemos de salvar, empeñándonos en una verdadera democracia, imposible, sin la búsqueda común y complementaria del bien común, que es bien de la persona y de las personas, de la familia, y se asienta en la verdad, la justicia, el respeto y promoción de los derechos humanos fundamentales.
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