[El autor escribe en el contexto de la ley en Francia que autoriza la fecundación artificial sin padre con fondos públicos a mujeres solas y parejas lesbianas, y ya prepara el terreno para legalizar los vientres de alquiler. Este domingo 6 de octubre, La Manif por Tous convoca a manifestarse contra ambas iniciativas.]
Hay enfrentamiento, invectivas, incluso a veces insultos. La controversia en torno a la fecundación artificial (PMA, procreación médicamente asistida) no escapa a la regla. Los argumentos son los mismos que con el matrimonio denominado “para todos” [matrimonio homosexual] o con los Pacs [pactos civiles de solidaridad, denominación francesa para las uniones de hecho]: libertad e igualdad a un lado, familia tradicional y derechos del niño al otro. Los mismos argumentos, las mismas invectivas, pero con un tono más bajo. Contra el matrimonio homosexual, el pueblo de derechas bajó masivamente a la calle, pero los organizadores habían asumido la terminología “gay” para escapar mejor a la acusación de homofobia. Esta vez, numerosos diputados de LR [Los Republicanos, el centro-derecha gaullista] e incluso del RN [Rassemblement National, la derecha de Marine Le Pen] confiesan sus reticencias a oponerse.
La batalla ideológica ha sido conducida con mano maestra por los movimientos LGBT y sus aliados feministas y progresistas, mezclando las mentiras flagrantes con la intimidación. Un modelo para estudiar en las escuelas de agit-prop. Durante el debate parlamentario sobre las uniones de hecho, la ministra socialista Élisabeth Guigou juró con la mano en el corazón que no habría nunca matrimonio homosexual. Cuando se aprobó el matrimonio homosexual, Christiane Taubira juró con la mano en el corazón que nunca habría fecundación artificial para las mujeres solas y las lesbianas. Hoy, Agnès Buzyn se burla de quienes anuncian la próxima legalización de la maternidad subrogada para homosexuales.
La mentira es cada vez más gruesa, el desprecio por el adversario cada vez más explícito. El objetivo ideológico fue anunciado hace varias décadas por los teóricos del movimiento LGBT: hay que destruir, decían, la norma heterosexual de la sociedad. Las feministas añaden que hay que destruir el aura familiar del padre, sacralizado por las religiones y por el psicoanálisis.
Hoy, la ministra de Salud explica seráficamente que la ausencia de padre no supone ningún problema para el niño. La familia monoparental no es un mal menor, sino un ideal que se reivindica. Sin embargo, historiadores y sociólogos explican que las dificultades culturales y sociales de los negros en Estados Unidos provienen sobre todo del hecho de que los amos separaron a los hombres [esclavos] de sus mujeres e hijos.
La sociedad matriarcal está en marcha. A los hombres se les conmina a someterse o marcharse. Las mismas mujeres tienen que adaptarse: el hecho de dar a luz no te convierte en madre; la intención vale lo mismo que la acción. Una madre es cualquier mujer que quiera un hijo. El parto es superfluo. La técnica proveerá.
En los años 50, Simone de Beauvoir explicaba en El segundo sexo que las mujeres nunca serían iguales a los hombres mientras tuviesen que dar a luz. De ahí procedía la necesidad de amor y protección que las sometía al reino del patriarcado. El trabajo ideológico está llegando a su término. Mañana serán los vientres de alquiler [GPA, gestación por otra o subrogada, según sus siglas en francés] para los homosexuales en nombre de la igualdad. El camino está libre para la eugenesia más cruda y más rentable. Los niños, en catálogo como los muebles de Ikea. La alianza política sellada en los años 60 entre los grupos feministas y LGBT ha ganado la guerra. Victoria total para una guerra total por una sociedad totalitaria.
Publicado en Le Figaro.
Traducción de Carmelo López-Arias.