La sexualidad hay que situarla como dimensión de la persona; no es que la persona tenga una sexualidad, sino es que somos seres sexuados. Y como todo en la persona está al servicio del amor, también la sexualidad deberá estarlo.
Igualmente como las fuerzas sexuales nos empujan a relacionarnos con los demás, la sexualidad está también al servicio de la comunicación, y por ello el tabú o la prohibición del incesto no es simplemente la prohibición de casarse con la madre, hermana o hija, sino que al obligar a salirse de la familia para buscar pareja nos indica que la sexualidad es comunicación, don y entrega.
Tanto en la vivencia del amor como en la de la sexualidad, el niño y el adolescente han de llegar poco a poco y por pasos sucesivos a la madurez. Cada uno de estos pasos tiene sus cosas bonitas, pero también sus problemas y peligros. La verdadera masculinidad no llega automáticamente, sino que se pasa a menudo por una serie de pruebas que ayudan a encontrarla y descubrirla.
El adolescente se acerca poco a poco a la madurez tanto en la vivencia de la sexualidad como del amor, en los que se ve favorecido o perjudicado según haya sido su ambiente familiar. En esta evolución, primeramente su atención se dirige hacia sí mismo, después hacia los otros, buscando inicialmente la amistad con los de su sexo, habiendo incluso una época de rechazo hacia el otro sexo.
La sucesiva evolución del amor no supone que debamos caer en una serie de desviaciones sexuales, y mucho menos que éstas ayuden a alcanzar un amor verdaderamente adulto, maduro. Entre los seis y los once años, es decir, en la niñez tardía y en la preadolescencia, hay una rivalidad entre los dos sexos, aunque la coeducación hace que actualmente haya bastante relación y no se ignoren mutuamente. Pero aún así se da el juntarse en cuadrillas los del mismo sexo, siendo esto conveniente para que llegue a darse una afirmación de la propia virilidad o feminidad.
Con la pubertad surgen una serie de fantasías debidas a la fuerza de nuestro instinto sexual. En los once y doce años han de ser conscientes que han de intentar vivir en el mundo real y que necesitan tomar en todo momento una actitud de respeto y cariño hacia los demás, si quieren llegar a un progresivo desarrollo de su persona. Sienten en sí las fuerzas sexuales, que no sólo les originan fantasías, sino también una serie de curiosidades que quieren resolver.
Es evidente que esta curiosidad es legítima y que se necesita educación en el orden sexual, al igual que en los demás campos, no bastando ni la simple información, ni una instrucción puramente fisiológica, sino que se requiere una educación sexual que se conciba como una parte de la educación global del individuo en la formación de su personalidad. A este respecto la Iglesia afirma en el Concilio Vaticano II que los niños y jóvenes “deben ser instruidos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual”.
Esta educación deben darla los padres, como afirma también la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, que son quienes mejor pueden hacerlo porque son los que más quieren a sus hijos. En cuanto a la escuela, si bien muchos maestros tienen ideas correctas, otros muchos defienden la ideología de género, que es la que promueven los gobiernos, pero que es literalmente diabólica.
La ayuda de personas más formadas es necesaria para que los adolescentes reciban una educación adecuada y se evite el riesgo de iniciaciones incorrectas, cosa desgraciadamente bastante frecuente a esta edad, cuando no se aborda el tema y se deja esta tarea a los compañeros, a la televisión, radio o Internet, generalmente con una visión de ideología de género puramente materialista y animal. Para evitarlo lo mejor es, aparte de la vigilancia de los padres sobre lo que se enseña a los niños, una buena educación afectivo sexual por parte de los educadores, que dé conocimientos adecuados e impulse a comportamientos responsables.
La adolescencia es el tiempo en que la persona vive el descubrimiento de la dimensión sexual en su relación con los demás. El niño que se ha desarrollado normalmente empieza a sentirse atraído por las chicas, y éstas, aunque a edad algo más temprana, porque maduran antes, por los chicos. La afirmación de sí mismo no debe confundirse con el narcisismo y la masturbación, ni la amistad con compañeros, tan importante en esta edad, con la homosexualidad, ni la atracción hacia persona del otro sexo con la prostitución y el amor libre. Esta atracción debe hacer surgir sentimientos nuevos, que le sirven como preparación para el encuentro más maduro con los del otro sexo, con el enamoramiento que le lleva a escoger al cónyuge y llegar así al matrimonio y a la familia.
Pero vamos a detenernos ahora un momento en el encuentro con compañeros del propio sexo. Es en esta época cuando surgen las grandes amistades, que muchas veces no tienen nada de homosexual, y que con frecuencia perduran toda la vida. Desgraciadamente, hay muchos jóvenes que no tienen ni idea de lo que es el amor, y en consecuencia caen en desviaciones que no sólo no significan progreso para la afectividad en lo psicológico y moral, sino que son un verdadero retroceso que impide o dificulta llegar a una heterosexualidad madura, adulta y generosa, por lo que es bueno que encuentren la colaboración de otros en sus intentos de entenderse a sí mismos, en sus afectos, emociones y experiencias, ayudados con el convencimiento que en todo homosexual hay un heterosexual latente.
También se hace mucho daño a nuestros adolescentes cuando se les enseña a desvincular la genitalidad de la persona. No es satisfactoria la instrucción que les inicia sólo en los aspectos estrictamente técnicos, y mucho menos tendría legitimidad una labor de incitación, haciendo creer que hoy los métodos anticonceptivos permiten que se puedan mantener conductas sexuales sin que afecten a la persona. Esto, aunque muchos inicien en esta época su vida sexual activa, no deja de ser un error gravísimo. La fornicación, rechazable en cualquier edad, es algo que daña a las personas, pues dificulta su maduración.
Ser libre es ser responsable y mandar en sí mismo, con todas sus consecuencias. La castidad no es miedo al sexo o negación del deseo y placer, sino integración del vigor sexual y de la afectividad en el amor. La castidad es el dominio de la sexualidad por la recta razón al servicio del amor.