Madre Teresa, la santa de los más pobres entre los pobres de Calcuta, de los abandonados y de los no amados de Oriente y Occidente, será canonizada el 4 de septiembre por el Papa Francisco. Para celebrar este evento, AsiaNews tiene en programa desde el 2 de septiembre un simposio internacional con la presencia de Sor Mary Prema, la actual superiora general de las Misioneras de la Caridad, el padre Brian Kolodieichuk, postulador de la causa de la Madre, junto a personalidades de varias partes del mundo, que demuestran el impacto de su vida de los pueblos, sobre todo China y el mundo islámico.
Por lo demás, “canonizar” significa indicar como canon, modelo, medida. Madre Teresa es proclamada santa no por ella, ya considerada santa cuando vivía, sino por nosotros, para que asimilemos la riqueza de su mensaje y de su experiencia. Ante todo para nosotros los cristianos, pero también válido para todo el mundo.
Nuestro tiempo, marcado por la “globalización de la indiferencia”, puede aprender mucho de esta hermana pequeñita y humilde, pero llena de energía y sobre todo con una rápida atención a las situaciones que nosotros desplazamos con mucho gusto a la periferia de nuestra vida. No hay situación que Madre Teresa no haya acogido y ayudado: moribundos, hambrientos, niños abandonados, madres solteras, leprosos, pobres, enfermos de sida, alcohólicos, personas ricas con una vida sin sentido. Con ella la pobreza fue redefinida: no sólo la riqueza y el dinero, sino también el vacío, la falta de amor de una vida vivida en el egoísmo es una pobreza que suscitaba su compasión. Bastaría recordar aquí todo el amor que Madre Teresa prodigó hacia la princesa Diana Spencer, que ella definía “la infeliz Diana”.
La única diferencia entre las dos pobrezas es que la de los pobres es más evidente, más confesada al suplicar. La pobreza de los ricos se disfraza a menudo, velada por nuestro consumismo y nuestro bienestar, escondida a nosotros mismos para no gritar nuestra fragilidad y necesidad de amor.
Madre Teresa respondía “rápidamente” a las necesidades que encontraba. A sus hermanas siempre les ha recordado que el pobre no puede esperar hasta mañana para tener una respuesta, porque puede ser tarde. Para nosotros que vivimos una vida “virtual”, confundida entre mensajes, videos, sueños en los que creemos estar cerca de las personas, esta “prisa” empuja a la concreción del amor y de la respuesta. Y nos pide un pedacito de humildad. Nosotros, muy a menudo, afrontamos las necesidades que nos encontramos con análisis, proyectos, estudios, pesando pros y contras, buscando soluciones perfectas y definitivas, mientras que las personas que piden están ahogándose en su indigencia.
Incluso a los directores de Caritas Internacional, esa gran multinacional católica que hace tanto bien, ella les dijo: “Vengan a tocar a los pobres. No nos contentemos con estudiarlos o crear proyectos para ellos aunque sean buenos y eficaces, pero quedándonos distantes, porque la necesidad de los pobres y la de todos es ser amados por alguien”.
Los pobres son también aquellos marcados por las desgracias, por los desastres naturales y por las guerras. En nombre de estos pobres esa pequeña mujer trató de detener el asedio de Beirut Oeste en 1992; la Guerra del Golfo en 1990-91; de alentar la ayuda a las víctimas de las inundaciones en Andhra Pradesh en los años 70; de frenar la plaga del aborto pidiendo a las mujeres que no matasen a sus propios hijos, sino que se los diesen a ella y pidiendo a los Estados construir la paz en el mundo partiendo de la defensa de la vida.
Dios sabe cuánta necesidad de personas como Madre Teresa hay en el mundo: en África, en Oriente Medio... pero también en nuestro cansado continente, donde los poderosos continúan jugando con los pueblos aplastados por políticas ciegas, por guerras donde domina cada vez más una especie de delirio de omnipotencia, sin respeto alguno ni siquiera por los viejos, las mujeres y los niños.
Tomar a Madre Teresa como “canon”, copiar su celo sin entrar en su corazón, es imposible. Vale la pena subrayar todavía dos aspectos de su testimonio.
El primero es la responsabilidad personal. Ante los problemas de la sociedad y del mundo es fácil acusarse unos a otros, pedir compromiso a una u otra institución, para permanecer en la falsa santidad del escándalo y de la indiferencia. Madre Teresa siempre aconsejó: "Preguntémonos: yo, ¿qué hago? El mundo cambia si cambia algo en mí y en ti".
El otro elemento es el amor a Jesucristo Salvador. Madre Teresa inició y cumplió su misión por una respuesta a Él que le pedía “llevarlo” a los agujeros y a la oscuridad de tantos que no Le conocen.
Las horas de contemplación y de plegaria delante del Pan Consagrado la impulsaban a llevar el pan físico y la presencia de Jesús a las personas que encontraba. Esta familiaridad suya con el Cuerpo de Cristo le permitía reconocer a su Señor en la carne de los pobres, logrando tratarlos como hermanos y hermanas.
Sólo así Madre Teresa -como dijo Juan Pablo II- es “el icono de la misión del siglo XXI”, en el cual llevar a Cristo al mundo sin una colonización religiosa y en el cual se ayuda al pobre sin arriesgarse a quedar reducidos a sólo voluntarios de una ONG.
Desde este punto de vista, la Madre es también la imagen completa de la misión y de la Iglesia después del Concejo Vaticano II. Todavía hoy, dos interpretaciones del Concilio se combaten entre sí: la “identitaria”, que quiere salvar la tradición alejándose del mundo, y la “progresista”, que se mezcla con el mundo a menudo olvidándose de su propio mandato.
Madre Teresa es el ejemplo perfecto de una fe actuante y de un amor a Cristo que se vierte sobre el mundo. Por esto fue amada por todos los Papas: Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.