El último artículo que escribí estaba inspirado en Jesús vulnerable de Jean Vanier. Ayer martes 7 de mayo falleció de madrugada. Muchos medios se han hecho eco de la noticia pero yo también necesito dedicarle unas líneas y hacerle mi pequeño homenaje a un autor que me ha tocado profundamente.
Jean Vanier era un gigante que se hizo pequeño. Gigante porque medía dos metros y era un hombre de gran sensibilidad e inteligencia, que dejó a un lado la eficacia y el rigor intelectual porque descubrió algo más elevado: la ternura. Ese amor dulce, práctico y concreto, como es el amor de las madres.
La ternura como la forma más elevada de madurez espiritual. La ternura como forma de vida. Dedicado a la discapacidad intelectual, no dio apenas protagonismo a las técnicas pedagógicas sino nuevamente a la ternura, a la relación, a la serenidad, al cuidado mutuo, a las horas de sueño que disminuyen en todos la irritabilidad, a disfrutar de la comida y el baño, al abrazo, a la escucha, etc. Procuró que en las comunidades de El Arca la vida fuera apacible y sencilla, habiendo demostrado que esa convivencia es fuente de sanación interior no solo para los enfermos, marginados y discapacitados sino también para los “cuidadores”.
Creo que la clave de Jean Vanier es que supo descubrir el lugar privilegiado que los discapacitados mentales y los enfermos psiquiátricos ocupan en el corazón de Dios. Pero quiero hacerle hablar a él y no ensuciar su pensamiento parafraseándolo. Aquí va una pequeña recopilación de frases suyas:
-«La única manera en la que podremos vivir plenamente en esta comunidad humana es irguiéndonos con toda nuestra fragilidad y nuestro sufrimiento con el fin de abrirnos a los otros y no quedándonos encerrados en nosotros mismos.»
-«Las personas con discapacidades han sacado el niño que llevo dentro. Nos han enseñado a todos en El Arca cómo descansar en el amor y cuidado mutuo, cómo celebrar la vida y también la muerte.»
-«Hemos olvidado el corazón, como si sólo fuera un símbolo de debilidad, un lugar de sentimentalismo y de emociones subjetivas, en vez de percibirlo como fuente de vida, como una fuerza capaz de romper nuestro egocentrismo, de ayudarnos a crecer, a abrirnos a los demás y a revelarnos la belleza fundamental de la humanidad.»
-«Nuestra vida no consiste únicamente en transformar el mundo; si así fuera, quedaríamos atrapados en un círculo de búsqueda de eficacia sin fin. Si queremos transformar el mundo tenemos que empezar por amar y por abrirnos a la experiencia del amor, de lo infinito; experiencia tan frágil que empieza por un suave susurro de paz.»
-«No soy el fundador; solo el primero en llegar.»
-«Qué difícil es acoger a la gente tal y como es, con todo lo bueno y herido que hay en ella. Los padres esperan mucho de sus hijos; los esposos esperan mucho el uno del otro. En El Arca, un responsable de hogar espera mucho de un asistente nuevo. Si nos creamos una imagen del otro y no se corresponde con la realidad, nos decepcionamos y tendemos a rechazarlo. ¿No es lo mismo cuando una madre da a luz a un hijo con una deficiencia? No se ajusta a sus sueños. Muy a menudo, puede no aceptarlo. La imagen que tenemos del otro, o la imagen de lo que quisiéramos que fuera, impide la comunión. Ésta hecha raíces en la realidad, no en los sueños. No podemos estar en comunión con alguien si no lo aceptamos como es.»
-«Trabajar por la paz en un país lejano puede ser una huida y un rechazo a mirar lo que está roto en uno mismo. Trabajar por la paz es acoger al que está cerca, al que irrita y enerva, al que tiene ideas diferentes, al que parece una amenaza, al que despierta nuestra agresividad. No se trata de juzgarle ni de condenarle pues él también es un ser humano que busca la vida y la paz. No es un rival o un enemigo, sino ante todo un hermano en nuestra humanidad, herida como nosotros.»
-«El camino hacia la curación interior y la paz consiste en conocerse y en penetrar paulatinamente en esas tinieblas sin hundirse; en aprender a vivir las angustias sin caer en la depresión o en el desprecio de sí, sin dejarse invadir por sentimientos de culpabilidad, de muerte y de tristeza. Se trata también de continuar teniendo gestos que den vida a los demás, de trabajar por la justicia sabiendo que nuestras motivaciones siempre serán ambigüas. Se trata de reconocer esa ambigüedad, pues somos humanos.»
-«La vida no está en el éxito exterior de los proyectos, en el reconocimiento de los demás o en la posesión de cosas y personas que llenen el vacío interior.»
[Los cuatro últimos párrafos son un extracto de Cada persona es una historia sagrada.]
Termino con un extracto de una carta escrita por él en septiembre de 2011:
«En Francia, hoy, se están creando comunidades con personas de la calle, con personas con otro tipo de discapacidad, o con problemas psiquiátricos. La soledad es un factor que potencia la angustia; estar juntos, aún permitiendo todos los peligros latentes de construir una amistad, es fuente de alegría y seguridad. Un hombre de la calle una vez me dijo: “Los servicios sociales me quieren dar un apartamento, pero vivir solo sería aterrador”. Estas nuevas comunidades necesitan naturalmente líderes que puedan fomentar la vida compartida para salir del cascarón, alguien dispuesto a animar las comidas y las celebraciones así como las reuniones cuando los inevitables conflictos aparezcan.
»Estas formas diferentes de comunidad son una fuente de sanación tanto para las personas marginadas acogidas como para los que viven con ellas. Estos no son solo personas que hacen el bien desarrollando trabajos de caridad sino ayudantes que son sanados con una vida de relaciones sencilla y apacible. Ellas encuentran su lugar de crecimiento, con el dulce oficio de amar y trabajar.
»El profeta Isaías ya lo había anunciado (58, 7-8): “Si compartes tu pan con el hambriento, acoges en tu hogar a los sin techo; vistes a los que veas desnudos y no abandonas a tus semejantes, entonces surgirá tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Tus justas acciones te precederán, te seguirá la gloria de Yahvé”.»
Por si alguien no conocía a Jean Vanier, cito a Henri Nouwen, sacerdote católico holandés, psicólogo y autor de El regreso del Hijo Pródigo, para que lo situéis. En la foto aparecen los dos. Henri Nouwen fue capellán de las comunidades de El Arca, fundadas por Jean Vanier, hasta su muerte el 21 de septiembre de 1996. Otro día le dedicaré un monográfico a Henri Nouwen, porque es uno de los mejores y más prolíficos autores de espiritualidad del siglo XX. Yo lo descubrí gracias a Jutta Burgraff.