Algunas personas, al leer los relatos de la creación en la Biblia, erróneamente los interpretan en un sentido literalista. Por ejemplo, piensan que efectivamente el mundo fue creado en siete días, cuando en realidad estos textos sagrados no tienen de ningún modo la intención de describir ni cronológica ni científicamente cómo fue creado el mundo.
Estos son textos poéticos repletos de búsquedas existenciales, donde reflexionan acerca del sentido de la creación, del ser humano y de toda nuestra existencia como seres sociales, en comunión con otros y con Dios y abordan todos estos interrogantes con este estilo literario al mismo tiempo que relatan la realidad de la creación.
Es en este mismo sentido que debemos interpretar al descanso de Dios en el séptimo día de la creación. No como un cese de tareas debido a la fatiga del trabajo, sino como algo mucho más profundo y con una sabia enseñanza para nosotros.
La misma narración bíblica nos muestra que la creación ha sido pacíficamente hecha mediante la Palabra de Dios, sin ningún tipo de esfuerzo. De este modo, Dios no necesita descansar, sino que con su ejemplo nos dice que hay algo que quiere mostrarnos.
Tiempo sagrado, tiempo hacia lo eterno
El tiempo es algo sagrado, y el día séptimo Dios lo consagra, lo separa del resto de los días y el tiempo allí encuentra su plenitud. Es un día para que descansemos, frenemos, hagamos una pausa en el hacer y en el pensar y sentir que todo depende de nuestras acciones.
El día séptimo no es un tiempo muerto, sino un tiempo fecundo, pero Quien siembra, Quien hace, es Dios. Y nosotros, como hijos, estamos llamados a recibir, a hacernos como niños (Mt18, 3), a confiar, a ceder el control, a soltar.
Abraham Joshua Hershel nos dice hermosamente: “Seis días de la semana vivimos bajo la tiranía de las cosas en el espacio físico. En el shabat intentamos sintonizarnos a lo sagrado del tiempo, a lo que es eterno en el tiempo.”
Y nosotros estamos hechos para la eternidad, por eso esta conexión con este día sagrado debe conectarnos con nuestra sed de trascendencia que es inherente a cada ser humano, que está sembrada en el centro más profundo de nuestro ser y que clama vigorosamente cuando la intentamos ignorar.
Toda la creación nos conduce a Él
Como bien ejemplifica Scott Hahn en su libro Un padre fiel a sus promesas, cuando un arquitecto crea un plano de una obra, lo primero que tiene en cuenta es el fin, el objetivo de la misma. De este modo, el diseño de cada una de sus partes apuntará al resultado final y a su función.
¿Qué nos dice el relato bíblico acerca de la creación? Durante los primeros seis días todo lo que Dios fue haciendo, preparando y armando, apuntaba al último día de la creación, al séptimo día. Todo este maravilloso y perfecto escenario era la construcción de un templo cósmico para que el hombre habite y pueda relacionarse con su Creador, estar en comunión con él.
Y si bien hoy en día ya no estamos en este jardín del Edén, nuestro ser completo sabe, en lo más profundo de su alma, de su conciencia, que su existencia apunta a esta comunión con Dios, con lo eterno, con lo trascendente. Por eso, poder tener el regalo del séptimo día en nuestras vidas, nos da el espacio para contemplar este misterio y recordar quiénes somos y para qué fuimos creados y también que existe un mundo más allá del que podemos percibir con nuestros sentidos.
Especialmente en la actualidad, este día adquiere mayor importancia porque nos saca de lo mecánico del trabajo, de creer que el tiempo es dinero, productividad, y pasa a mostrarnos que el tiempo nada tiene que ver con eso. El séptimo día no es un día de descanso para recuperar las fuerzas para volver a trabajar, sino que es el fin último del resto de los días, hacia donde ellos apuntan y lo que alimenta y le da sentido a todo lo que hacemos en el resto de la semana.
El tiempo del séptimo día es sagrado, nos conecta con la eternidad, nos invita a la pasividad de la que ya no estamos acostumbrados, nos invita a recibir sin dar nada a cambio y a dar sin esperar nada.
El séptimo día nos recuerda la importancia del descanso, y nos enseña a descansar, algo que muchas veces parece que lo hemos olvidado.
¿Y qué es este descanso? Es el descanso en Dios, como un hijo descansa en el abrazo de un padre o de una madre. Es el sentir que muchas cosas escapan de nuestro control y que eso es algo positivo. Entonces le damos paso a Dios a nuestras vidas, le permitimos que tome el control del volante mientras nosotros reclinamos el asiento del lado del acompañante y nos recostamos en él.
¿Sábado o domingo?
Este reposo en Dios no es solo una fecha, sino una atmósfera, donde la apariencia de todas las cosas pareciera cambiar, como dice Hershel. Por lo tanto, no solo tiene que ver con el día concreto de la semana establecido para este espacio sagrado, sino con lo que hacemos de él. Para los judíos este día es consagrado al sábado, el Shabat, mientras que para los cristianos es el domingo, el día en que Cristo venció a la muerte y resucitó.
“El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27). Comprender este misterio es comprender también Quién es el que nos da este don y para qué.
Ojalá podamos hacer uso de este maravilloso don que recibimos, y poder contemplar este tiempo sagrado para no vivir en piloto automático sino para abordar los interrogantes más profundos de nuestra existencia: para qué vivimos, qué estamos haciendo de nuestras valiosas vidas, hacia dónde vamos, quiénes somos y para qué existimos. Y poder escuchar las respuestas de Dios en la profunda quietud del descanso.
"Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo lo incitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (San Agustín, Confesiones).
Publicado en el blog de la autora, Judía y Católica.