José Gregorio Hernández es un laico venezolano que vivió apenas 54 años. Su vida y obra trascienden a su tiempo y, a la vez, tienen numerosas coincidencias con las exigencias y carencias de la Venezuela de hoy, lo que lo convierte en profeta, en anunciador esperanzado del mundo posible que -sobre todo los católicos- estamos llamados a implementar.
Desde su muerte en 1919, el pueblo dijo que José Gregorio Hernández era ya un santo sin haber hecho aún ningún milagro, y lo llevaron en hombros al cementerio, en medio de frases como El Dr. Hernández es nuestro. Más que a un hombre, estaban enterrando a un ideal. ¿Por qué sucedió esto?
José Gregorio Hernández, que provenía de una familia muy numerosa, nació el 26 de octubre de 1864 en el mundo rural venezolano, con muchas carencias. Sin embargo, lo que él representa en la actualidad es muy distinto al país agrícola lleno de tradiciones y costumbres en el que vivió. Durante su vida, Venezuela comenzó a desarrollarse producto del petróleo y de la minería, todo lo cual trajo una serie de avances de modernidad.
Fue un hombre producto de su época, que se apoyó en la fe católica, en el conocimiento y en las ideas de sus predecesores, las incrementó y las utilizó para el bien de todos.
Su vida se puede sintetizar como la de una persona que se negó a seguir acarreando pacientemente la carga del pasado, de ser una simple reproducción del medio o de ser un número dentro de la masa anónima. José Gregorio trató afanosamente de conquistar su propia libertad y enseñárselo a sus alumnos y a sus pacientes. Buscó descubrir y vivir el sentido de su propia vida, de perfeccionarse como ser humano en la entrega al servicio de los demás. Esto lo hizo capaz de ejercer una gran influencia sobre el entorno en que vivió y de imprimir en el ambiente venezolano una parte de su propio yo que perdura a través de los años .
Recibió muchos reconocimientos internaciones en Francia, Alemania o España por su labor investigadora en los mejores laboratorios a nivel mundial: entre otros aspectos, sobre las vacunas. Fue reconocido y aplaudido por el congreso médico internacional realizado en Washington en ese tiempo, donde presentó un trabajo sobre los glóbulos rojos.
José Gregorio Hernández fue médico, científico, investigador e inició la medicina psicosomática en el país. Fue además profesor universitario, buen amigo, escribió trece ensayos científicos, varios cuentos y artículos para el periódico, siempre enfocándolo hacia los principios y valores. Realizó varias pinturas. Tocaba piano, violín, hablaba siete idiomas, le encantaba bailar…
Era muy disciplinado en su quehacer diario, pero sobre,todo era un hombre de misa y comunión diarias, de gran devoción a la Virgen María, rezaba el rosario a diario. Era un gran devoto de la Eucaristía, del Sagrado Corazón de Jesús, de la Adoración al Santísimo. Se hizo terciario franciscano.
Cuando en 1919 anunciaron que se iba a firmar el Tratado de Paz de Versalles para concluir la Primera Guerra Mundial, le dijo a un amigo: "Ya sé que me voy a morir pronto, porque ofrecí mi vida a Dios a cambio de la paz mundial". Al día siguiente de la firma, el 19 de junio 1919, fue atropellado por un carro y falleció.
Elevado a la categoría de beato de la Iglesia católica, José Gregorio es símbolo del potencial moral que llevamos dentro de nosotros todos los seres humanos y significa lo que podemos llegar a ser si tomamos el tiempo para pensar en lo que la voluntad de Dios quiere para cada uno de nosotros.
El doctor José Gregorio Hernández es un modelo de santidad laical que perdura en el tiempo: perduran su vida y su obra, invitándonos a todos a ver nuestra vida como laicos con el crisol de la trascendencia, conscientes de que con Dios siempre ganamos.