Somos naturaleza, y el ser humano y la vida en nuestro planeta evoluciona según las leyes del orden cósmico, desde la trascendencia, confrontados con la trascendencia y aspirando a unirse a la trascendencia, al infinito, a lo eterno.
Singularidad tecnológica y mejoramiento humano
Con este párrafo se inicia la introducción del libro ¿Humanos o posthumanos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano que en marzo del 2015 el científico Miquel Àngel Serra y yo publicamos junto con otros 200 autores. La iniciativa surgió tras mi participación en el encuentro internacional sobre mejoramiento humano celebrado en julio de 2013 en el Monasterio de Poblet.
Han pasado cinco años desde entonces y aquel futuro que anunciábamos ya se ha hecho presente. La agenda globalista del transhumanismo se está implementando de una forma imparable. En estos momentos podemos comprobar cómo la ideología transhumanista nos conduce a la interacción e incorporación en nuestro cuerpo y en nuestra mente de tecnologías emergentes, como la nanotecnología, la biotecnología, la tecnología del conocimiento y de la información, la inteligencia artificial, la robótica, la biomimética o la neurociencia espiritual.
Quisiera aportar con este artículo algunas de las ideas más relevantes del libro, para abordar con esperanza los próximos años en los que el Humanismo avanzado –aquel que nos hace más humanos y que pone las tecnologías al servicio de las personas y no al revés– lidere la revolución digital, biológica y espacial en la que ya nos encontramos inmersos.
Y es que, “la racionalidad del cosmos puede entenderse mediante la ley natural, fundamento del derecho positivo y de la ética universal que identifica el bien común en cada momento y situación. La conciencia en sentido amplio, los principios morales y una democracia avanzada y justa permitirán fijar medidas de autocontrol y definir los límites infranqueables ante las nuevas tecnologías con el fin de evitar, en el futuro, el dominio absoluto de unos cuantos posthumanos sobre el resto de la humanidad” (Albert Cortina, abogado y urbanista).
En realidad, “la mejora humana promovida por el transhumanismo comportaría, a la larga, la desaparición de lo que somos ahora, quizás pasando por una más o menos larga sumisión a los nuevos posthumanos. ¿Estamos preparados para eso, o bien pensamos que hay que conservar nuestro patrimonio genético –cuya manipulación es objetivo prioritario de los transhumanistas– y seguir siendo hombres, con nuestra dignidad inalienable? Los códigos bioéticos prohíben la modificación genética de las células de la línea germinal, precisamente con el fin de evitarlo. Cada día conocemos más nuestro genoma, pero también crece lo que desconocemos” (Miquel Àngel Serra, biólogo).
No obstante, “a pesar de todo el sufrimiento que pueda acarrear, la última palabra no la tendrá la híbrida vía transhumanista que pretende crear un paraíso artificial, sino la naturaleza, contra cuyas leyes implacables se estrellará la pretensión de las élites de dominar a la humanidad” (Josep M. Mallarach, científico ambiental).
Personalmente, “prefiero quedarme con la esperanza de que el ser humano se mantendrá como tal, sin perder su dignidad, su libertad, su espiritualidad, su individualidad, sus sentimientos y sus emociones. En definitiva, todo aquello que lo hace humano” (José M. Feliu, director de Personas y Calidad).
Una de las características –puede ser la más fundamental– de la condición humana es la finitud de la persona. “El envejecimiento implica deterioro, decadencia, sufrimiento. Pero saber que tenemos que morir condiciona la manera de vivir y la hace humana. Intentar modificar ese rasgo fundamental significaría acabar con la condición humana. No está nada claro que vivir más años aumente el bienestar” (Victoria Camps, filósofa).
Por otro lado, “mientras los implantes cibernéticos en el cuerpo humano se utilicen para poner de pie a quien no lo puede hacer o dar un nivel de inteligencia con capacidad de decidir su propia vida a quien tampoco lo puede hacer, me parecen perfectos” (Conxita Salavert, farmacéutica).
Constatamos contradictoriamente que “el espíritu humanista lucha contra el economicismo vigente dondequiera que esté, pero la solución no radica en el posthumanismo, sino en la transmisión y en la defensa activa de los postulados humanistas: la dignidad inherente a toda persona, la libertad del ser humano, la defensa de su integridad física y moral y la equidad entre todos los seres humanos” (Francesc Torralba, filósofo).
Si bien, “la ciencia no debe parar nunca. Lo que hace falta es ser sensato y establecer mecanismos de control para que los esfuerzos y los recursos que se destinan al progreso sean en beneficio de todos y no vayan encaminados a generar nuevas desigualdades sociales, tan frecuentes en nuestro planeta” (Pere N. Barri, médico, y Montserrat Boada, bióloga).
En su momento, “se acusó a la religión de ser un opio del pueblo, y se distrajo a este de las injusticias y de los sufrimientos a los que estaba sometido con la promesa vaga de un futuro eterno y feliz. En este momento, las promesas tecnológicas pueden ser un nuevo opio que nos adormezca con respecto a nuestras responsabilidades” (David Jou, físico).
Sinceramente, creemos que “un mundo en el que la educación tuviera el prestigio que se merece sería un mundo social e intelectualmente mucho mejor que el actual. Un mundo en el que la educación hubiera tenido las garantías y el desarrollo adecuados sería probablemente ya posthumano. Cada día se pierde el potencial extraordinario de miles de niños que carecen de una escuela o de la nutrición adecuada, cuando no mueren en alguna de las guerras actuales, que nos recuerdan que nuestro mundo es tristemente prehumano” (Ricard Solé, físico y biólogo).
Y es que “el hombre es un ser multidimensional, disfruta, en efecto, de una dimensión corporal, de una psicológica, de una espiritual y de una netamente relacional-social. Todas estas dimensiones hacen al hombre y lo integran. Además, a causa de la riqueza de todas esas dimensiones, el hombre es un ser abierto, con una capacidad infinita para crecer como tal. Es esa capacidad la que está detrás de todo deseo humano de progresar, de ir hacia delante, de mejorar, y me parece que es desde esa óptica desde la que debe integrarse un mejoramiento humano que no busque superar lo humano, sino potenciarlo. En otras palabras, me parece que lo que hará que el hombre mejore, será todo lo que sea capaz de integrarse en su humanidad y la haga crecer. Hablar de integración significa hacer resonar a la vez, en armonía, todas esas dimensiones que configuran lo que es el hombre. Concretamente, eso quiere decir que un desarrollo tecnológico que solo busque potenciar un aspecto del hombre, como el que hay detrás de las opciones transhumanistas y posthumanistas, no podrá ser integrador” (Lluc Torcal, monje cisterciense y físico).
Debemos tener presente que “todas las fuentes de sabiduría nos dicen que el hombre vive dormido, usando una ínfima parte de sus capacidades naturales. ¿No es más importante cultivar ese despertar interior que ponerle muletas a nuestro estado normal?” (Alfredo Pastor, economista).
Tal vez “un nuevo comienzo se acerca. Y será tan esencialmente humano –ese prodigio extraordinario– que sabrá evitar la patología de lo posthumano. Sí, estamos viviendo momentos muy sombríos, pero podemos inventar el mañana. Estamos viviendo tiempos fascinantes” (Federico Mayor Zaragoza, catedrático en Bioquímica).
“Otra cuestión es si la inteligencia artificial es capaz de producir conciencia, y esta es la misma cuestión que se plantea a propósito del cerebro humano en el ámbito de la neurociencia. ¿Son las neuronas –naturales o artificiales– las que crean la conciencia, o solo la captan? ¿Podrían los cerebros artificiales ser receptáculos de conciencia, lo cual es mucho más que mera inteligencia?” (Xavier Melloni, jesuita y antropólogo).
Probablemente “la humanidad tendrá futuro –si no se autodestruye a través del colapso ecológico, de los arsenales atómicos y de otros productos de la inteligencia calculadora– en la medida en que ponga las políticas y las tecnologías al servicio de la vida y de la autorrealización de todas las personas y de todos los seres. Si conseguimos sobreponernos a la tiranía de lo inerte, de lo mecánico y de lo calculador, viviremos en una sociedad más madura y más evolucionada, que no se dedicará a transformar la realidad a través de lo mecánico, sino a través de la conciencia, y que verá las actuales fantasías tecnológicas como las diabluras de una criatura inconsciente y sonreirá compasivamente” (Jordi Pigem, filósofo).
“Algunos que se autodesignan como transhumanistas quisieran llegar, incluso, a cambiar al hombre, no solo física, sino también mentalmente, cambiar su cosmovisión, sus valores e, inclusive, llegar a crear una nueva especie humana. En ese contexto es importante interrogarse sobre la noción de humano, de transhumano y de posthumano. No en vano afirmaba Jean Bernard, primer presidente del Comité Consultivo Nacional de Ética de Francia, que el hombre ha llegado a ser Dios antes de llegar a ser hombre” (María Pilar Núñez-Cubero, ginecóloga).
Y es que “el ser humano nace con el potencial de hacer un trabajo interior para evolucionar espiritualmente para conseguir más sabiduría y alcanzar la felicidad” (Thubten Wangchen, monje budista tibetano).
“Los 100.000 millones de neuronas que componen nuestro cerebro, análogas a las estrellas de la Vía Láctea, convierten esa realidad en otro microcosmos, en el que, sin embargo, no se debaten únicamente cuestiones fisiológicas y biológicas, sino que emergen múltiples interrogantes filosóficos y teológicos. Pensemos únicamente en la categoría del alma, en la cuestión de la conciencia y de la responsabilidad moral, en la misma religiosidad o en la relación mente-cuerpo, que tienen evidentes implicaciones para otras disciplinas como la antropología, la psicología, la ética y el derecho” (Gianfranco Ravasi, cardenal de la Iglesia católica).
“Si no conseguimos controlar la engañosa euforia de las identidades colectivas, entonces entraremos, irremediablemente, en un posthumanismo. Si, por el contrario, lo conseguimos, entonces inauguraremos una prometedora octava edad humana” (Jorge Wagensberg, físico).
Llegados a este punto, podemos afirmar que “el ser humano es el único que puede desarrollar lo que las máquinas, por sí mismas, no pueden: pensar, amar, decidir. Es decir, el hombre es el sistema dinámico más complejo no solo por su biología, sino –fundamentalmente– por su inteligencia y voluntad” (Lucio Adrián Ruiz, biomédico, informático y sacerdote católico).
“La ideología que sustenta los proyectos transhumanistas solo pueden tener eco entre los creyentes en el dogma del progreso técnico materialista unidimensional, no entre los que creen en el desarrollo humano auténtico, multidimensional, ético y espiritual” (Josep M. Mallarach, científico ambiental).
Disrupción tecnológica y condición humana
Al final de todas esas reflexiones, y de muchas más, los autores del libro nos planteamos sintéticamente las diez cuestiones siguientes sobre la implicación de la disrupción tecnológica en la condición humana:
1. ¿Qué significa actualmente y qué implicará, en el futuro inmediato y remoto, evolucionar como seres humanos?
2. ¿Qué representa perfeccionar y mejorar de forma integral todas nuestras dimensiones y capacidades como seres humanos?
3. ¿Cuál debe ser nuestra relación con las tecnologías emergentes con respecto a nosotros mismos como individuos y como especie, con respecto a lo natural y a lo artificial, a la realidad física o virtual, a la vida sintética o a la vida inteligente que pueda descubrirse fuera de nuestro planeta?
4. ¿Sería posible la convivencia armónica, en las próximas décadas, entre los humanos y los transhumanos y una nueva especie de posthumanos?
5. ¿Cómo abordaremos, desde la ética y desde la conciencia, la singularidad tecnológica, así como la interacción y la integración con la inteligencia artificial?
6. ¿Qué responsabilidad tenemos, como individuos y como colectividad, en la evolución del ser humano y del conjunto de la humanidad, de los seres vivos que habitan este planeta y de todos los sistemas de la Tierra?
7. ¿Qué significa para los creyentes cristianos custodiar la Creación?
8. ¿Cómo podemos construir un humanismo avanzado, abierto a la trascendencia, que responda a la auténtica naturaleza y dignidad humanas?
9. ¿Cómo reforzar la condición de ciudadanos y la buena gobernanza, justa y democrática, en un mundo globalizado, mediante un hábitat urbano inteligente y un territorio y un paisaje de calidad que están en permanente transformación y evolución?
10. ¿Qué idea de espiritualidad y de trascendencia se va configurando en este siglo XXI?
Publicado en español en Frontiere. Rivista di Geocultura.